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Ella asintió, pero eso no era suficiente.

– ¿Lo entiendes? -preguntó casi con voz chillona por la desesperación-. Necesito que me lo digas.

– Lo entiendo -susurró Olivia-. Yo también te deseo.

Aun así Harry esperó, incapaz de perder ese último resquicio de cordura y decoro. Sabía que estaba preparado para entregarse a Olivia en cuerpo y alma, pero no lo había jurado en una iglesia, ante la familia de ella. Pero si pretendía detenerlo ahora, ¡más le valía hacerlo ya!

Olivia se quedó helada; por un instante hasta su respiración pareció detenerse, y entonces rodeó el rostro de Harry con las manos, exactamente igual que él estaba haciendo con ella. Sus miradas se encontraron y Harry vio en su cara una entrega y un amor tan grandes y tan profundos que el miedo por poco lo paralizó.

¿Cómo era posible que mereciese esto? ¿Cómo podría cuidar de ella, hacerle feliz y asegurarse cada minuto de su vida de que sabía lo mucho que la amaba?

Olivia sonrió. Al principio con dulzura, luego con astucia y quizás un poco de malicia.

– Vas a pedirme que me case contigo -musitó-, ¿verdad?

Él se quedó boquiabierto.

– Yo…

Pero ella le acercó una mano a la boca.

– No digas nada. Sólo mueve la cabeza si es que sí.

Él asintió.

– No me lo pidas ahora -dijo ella, y parecía casi serena, como si fuese una diosa y los mortales que la rodeaban estuvieran haciendo exactamente lo que ella les pedía-. No es el momento ni el lugar adecuado. Quiero una proposición formal.

Harry asintió de nuevo.

– Pero sabiendo que pretendes pedírmelo, quizá podrías convencerme de que actuase de un modo…

Fue toda la autorización que necesitó. Volvió a estrechar a Olivia contra su cuerpo para darle otro ardiente beso y con los dedos palpó en su espalda los botones forrados de su vestido. Estos pasaron con facilidad por los ojales y en cuestión de segundos el vestido de seda cayó hasta sus pies con un frufrú.

Estaba de pie ante él en corsé y camisa, cuya tela blanca resplandecía suavemente bajo la luz de la luna que se filtraba por el arco acristalado y sin cortinas que había encima de la única ventana de la habitación. Estaba tan hermosa, tan etérea y pura que Harry se dio cuenta de que quería parar y llenarse viendo ese paisaje, aunque su cuerpo ardía en deseos de un contacto más íntimo.

Se sacó la chaqueta, luego se aflojó el nudo de la corbata. Entretanto ella permaneció ahí, observándolo en silencio, sus ojos bien abiertos por el asombro y la excitación. Se desabrochó los botones superiores de la camisa, lo justo para sacársela por la cabeza y, con el poco raciocinio que le quedaba, la dejó con cuidado en una silla para que no se arrugara. A Olivia se le escapó la risa y se tapó la boca con la mano.

– ¿Qué pasa?

– ¡Qué ordenado eres! -exclamó ella, que parecía avergonzada de decirlo.

Él lanzó deliberadamente una mirada hacia la puerta.

– Hay cuatrocientas personas al otro lado de esa puerta.

– Pues yo haré el ridículo.

– ¿Te molesta que sea ordenado?

Olivia soltó otra risotada. Se agachó, recogió su vestido y se lo dio a Harry.

– ¿Te importaría dejarlo también ahí?

Él apretó los labios para contener la risa. Sin decir palabra, alargó el brazo y cogió el vestido.

– Si alguna vez andas escaso de fondos -dijo ella observándolo mientras doblaba el vestido en el respaldo de una silla-, siempre estás a tiempo de ser una doncella concienzuda.

Harry se giró y las comisuras de un lado de la boca subieron hacia arriba en una mueca irónica. Se dio unos golpecitos en la sien izquierda, cerca del ojo, mientras musitaba:

– Recuerda que soy daltónico.

– ¡Vaya! -Olivia juntó las manos en un gesto de lo más recatado-. Pues eso sería un problema.

Él dio un paso hacia delante, comiéndosela con los ojos.

– Tal vez pudiera compensar mi defecto con una lealtad exagerada a mi señora.

– La lealtad y la fidelidad siempre se han valorado en los criados.

Harry se acercó muchísimo, hasta que su boca casi tocó las comisuras de los labios de Olivia.

– ¿Y en los maridos?

– Se valoran mucho entre los maridos -susurró ella. Su respiración era cada vez más agitada y el mero roce de su aliento sobre la piel de Harry hizo que a éste se le acelerase el pulso.

La mano de Harry se desplazó hasta las cintas de su corsé.

– Soy muy leal.

Ella asintió con brusquedad.

– Eso está bien.

Él tiró primero de una de las puntas y deshizo el lazo, y luego deslizó el dedo bajo el nudo.

– Sé decir «fidelidad» en tres idiomas.

– ¿En serio?

En serio, y a Harry le daba igual si ella sabía decirlo o no, porque pretendía hacer el amor con ella en cada uno de los tres, aunque por primera vez pensó que sería mejor ceñirse al inglés. Bueno, para casi todo.

– Fidelidad -susurró él-. «Fidelité», «Vyernost».

Entonces besó a Olivia, antes de que ésta pudiera preguntarle nada más. Le contestaría a todo, pero no ahora. No estando él descamisado y mientras el corsé desabrochado de Olivia se despegaba de su cuerpo. No cuando con los dedos le desabrochaban los dos botones de la camisa y soltaba las bandas de tela que la fijaban sobre los hombros.

– Te quiero -dijo él, inclinándose para depositarle un beso en el hueco de encima de la clavícula-. Te quiero -volvió a decir mientras subía por el elegante contorno de su cuello-. Te quiero. -Y esta vez fue un susurro que ardió en la oreja de Olivia al tiempo que él soltaba las bandas de tela, liberando la última prenda de ropa.

Olivia se rodeó la parte superior del cuerpo con los brazos, y él le dio un tierno beso en la boca mientras acercaba los dedos hasta el cierre de sus propios pantalones. La deseaba ardientemente, con una pasión intensa, e ignoraba cómo se había sacado las botas tan deprisa, pero antes de que pudiera volver a tomar aire la había cogido en brazos y la estaba llevando hacia el diván.

– Deberías tener una cama como Dios manda -le susurró-, con unas sábanas y unas almohadas decentes…

Pero ella se limitó a cabecear y rodeó el cuello de Harry con los dedos para atraerlo hacia sí y darle un beso.

– Ahora mismo no quiero comportarme con decencia -le susurró Olivia al oído-. Sólo te quiero a ti.

Harry no lo pudo evitar. Hacía ya un rato que lo sabía, desde el instante en que ella le había preguntado astutamente si tenía la intención de pedirle en matrimonio, pero aun así algo pareció desencadenarse en ese momento, algo que desinhibió a Harry y convirtió el proceso de seducción en una auténtica locura.

La tumbó boca arriba y acto seguido le cubrió el cuerpo con el suyo. El roce fue electrizante. Estaban piel contra piel, pegados con una intimidad vertiginosa. Y Harry deseaba penetrarla con todas sus fuerzas, poseerla, explorarla, pero no podía permitirse ir deprisa. No sabía si podría llevarla hasta el orgasmo; nunca había hecho el amor con una virgen e ignoraba si era posible siquiera. Pero tenía claro que le haría disfrutar, así cuando terminaran ella sabría que él la había adorado como a una diosa.

Que la amaba.

– Dime qué es lo que te gusta -musitó él, y le besó en los labios antes de bajar hasta su cuello.

Oía su respiración, áspera y agitada, y tal vez un tanto inquieta.

– ¿A qué te refieres?

Él le rodeó un pecho con la mano.

– ¿Te gusta esto?

Notó que Olivia contenía al instante el aliento.

– ¿Te gusta? -volvió a preguntarle en voz baja mientras arrastraba los labios por su cuello hasta la base del mismo.

Ella asintió, sus movimientos eran rápidos y desesperados.

– Sí.

– Dime lo que te gusta -volvió a decir Harry, y su boca encontró el pezón de Olivia. Soltó un poco de aire sobre éste, luego resiguió el borde con la lengua antes de apresarlo finalmente con los labios.