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Olivia estaba convencida de que detrás de esto último había algo más, porque su madre salía corriendo de la habitación cada vez que le preguntaba al respecto.

Pero volviendo a Miranda. Había dado a luz a un bebé (Caroline, la ricura de sobrina de Olivia, por la que ésta hacía toda clase de payasadas) y ahora estaba embarazada del segundo, lo que significaba que por las tardes no podía estar de palique como habitualmente. Y como a Olivia le gustaba la cháchara (y la moda y el chismorreo), cada vez pasaba más tiempo con Anne, Mary y Philomena. Y si bien a menudo eran divertidas, y nunca maliciosas, las más de las veces decían bobadas.

Como ahora mismo.

– En cualquier caso, ¿quiénes lo dicen? -preguntó Olivia.

– ¿Quiénes? -repitió Anne.

– Sí, ¿quiénes dicen que mi nuevo vecino mató a su prometida?

Anne hizo una pausa. Miró hacia Mary.

– ¿Tú lo recuerdas?

Mary sacudió la cabeza.

– La verdad es que no. ¿Sarah Forsythe, tal vez?

– No -intervino Philomena, sacudiendo la cabeza con absoluta seguridad-. Sarah no ha sido. Acaba de volver de Bath hace un par de días. ¿Libby Lockwood?

– No, Libby no -dijo Anne-. Si hubiese sido Libby, lo recordaría.

– A eso me refiero -comentó Olivia-. No sabéis quién lo ha dicho. Ninguna de nosotras lo sabe.

– Pues yo no me lo he inventado -dijo Anne, un tanto a la defensiva.

– No he dicho que te lo hayas inventado. Nunca pensaría eso de ti. -Era cierto. Anne repetía casi todo lo que se manifestaba en su presencia, pero jamás se inventaba las cosas. Olivia hizo una pausa, pensativa-. ¿No creéis que es la clase de rumor que convendría verificar?

Su pregunta fue recibida por tres miradas inexpresivas.

Olivia intentó otra táctica distinta.

– Aunque sólo sea por vuestra propia seguridad personal. Si esto fuera cierto…

– Entonces, ¿tú crees que lo es? -inquirió Anne intentando aguijonearla.

– No. -¡Cielo santo!-. No lo creo. Pero si lo fuera, entonces digo yo que no sería alguien con quien querríamos que se nos relacionara.

Esto fue recibido con un largo silencio, que finalmente rompió Philomena:

– Mi madre ya me ha dicho que lo evite.

– Razón por la que -continuó Olivia, que se sentía un poco como si estuviese caminando trabajosamente por el fango- deberíamos determinar su veracidad. Porque si no es cierto…

– Es muy guapo -interrumpió Mary. A lo que siguió-: Es verdad, lo es.

Olivia parpadeó unas cuantas veces, tratando de entenderla.

– Yo no lo he visto nunca -dijo Philomena.

– Siempre viste de negro -dijo Mary, como si estuviera haciendo una confidencia.

– Yo lo he visto de azul oscuro -la contradijo Anne.

– Siempre lleva colores oscuros -rectificó Mary, lanzándole a Anne una mirada de fastidio-. Y sus ojos… ¡oh, podría traspasarte con la mirada!

– ¿De qué color son? -preguntó Olivia, imaginándose toda clase de interesantes matices; rojo, amarillo, naranja…

– Azules.

– Grises -dijo Anne.

– Gris azulado. Pero son muy penetrantes.

Anne asintió, no tenía puntualización alguna que hacer sobre esta afirmación.

– ¿De qué color tiene el pelo? -preguntó Olivia. Seguramente este detalle les había pasado desapercibido.

– Castaño oscuro -respondieron al unísono las dos chicas.

– ¿Tan oscuro como el mío? -inquirió Philomena, toqueteándose sus propios cabellos.

– Más oscuro -dijo Mary.

– Pero no moreno -añadió Anne-. No del todo.

– Y es alto -dijo Mary.

– Siempre lo son -murmuró Olivia.

– Pero no demasiado -continuó Mary-. A mí tampoco me gustan los hombres desgarbados.

– Viviendo como vive aquí al lado tienes que haberlo visto -le dijo Anne a Olivia.

– No creo haberlo visto -musitó Olivia-. Acaba de alquilar la casa a primeros de mes, y desde entonces yo he pasado una semana fuera porque los Macclesfield me invitaron a su fiesta.

– ¿Cuándo has regresado a Londres? -inquirió Anne.

– Hace seis días -respondió Olivia, retomando enérgicamente el tema en cuestión-. Ni siquiera sabía que hubiera un soltero viviendo en la casa. -Lo cual, se le ocurrió tarde, quería decir que de haberlo sabido, habría intentado averiguar más cosas sobre él.

Algo probablemente cierto, pero que no iba a reconocer.

– ¿Sabéis de qué me he enterado? -preguntó de pronto Philomena-. De que le dio una paliza a Julian Prentice.

– ¿Qué? -repusieron todas.

– ¿Y lo mencionas ahora? -añadió Anne, con gran incredulidad.

Philomena hizo un gesto de desdén con la mano.

– Me lo ha dicho mi hermano. Julian y él son grandes amigos.

– ¿Qué ocurrió? -inquirió Mary.

– Ésa es la parte que no me quedó muy clara -confesó Philomena-. Robert fue un tanto impreciso.

– Los hombres nunca recuerdan los detalles que hay que recordar -dijo Olivia, pensando en su propio hermano gemelo, Winston. Para los cotilleos era un desastre, un auténtico desastre.

Philomena asintió.

– Robert vino a casa y tenía muy mal aspecto. Estaba bastante… mmm… desaliñado.

Todas asintieron. Todas tenían hermanos.

– Apenas podía mantenerse erguido -continuó Philomena-. Y apestaba a Dios sabe qué. -Sacudió la mano frente a su nariz-. Tuve que ayudarle a pasar de largo el salón para que mamá no lo viera.

– Entonces ahora te debe una -dijo Olivia, siempre maquinando.

Philomena asintió.

– Al parecer estaban por ahí, haciendo lo que sea que hagan los hombres, y Julian estaba un poco, mmm…

– ¿Borracho? -intervino Anne.

– Suele estarlo -añadió Olivia.

– Sí. Lo que cuadra, dado el estado en que volvió a casa mi hermano. -Philomena hizo un alto, frunciendo la frente como si estuviese pensando en algo; pero entonces dejó de fruncirla con la misma rapidez y continuó-: Me dijo que Julian no hizo nada fuera de lo común, y que luego sir Harry apareció y prácticamente lo despedazó.

– ¿Hubo sangre? -preguntó Olivia.

– ¡Olivia! -la reprendió Mary.

– La pregunta es pertinente.

– No sé si hubo sangre -dijo Philomena un tanto oficiosamente.

– Si lo despedazó, sería lo lógico -pensó en voz alta Olivia.

Extremidades que menos me importaría perder,

en sentido descendente,

por Olivia Bevelstoke

(en la actualidad con todas las extremidades intactas).

No, de eso nada. Meneó los dedos de los pies dentro de sus chinelas para quedarse más tranquila.

– Tiene un ojo morado -continuó Philomena.

– ¿Sir Harry? -inquirió Anne.

– Julian Prentice. Sir Harry también podría tenerlo que yo no lo sabría, porque no lo he visto en mi vida.

– Yo lo vi hace un par de días -dijo Mary-. No tenía un ojo morado.

– ¿Estaba desmejorado?

– No, tan adorable como siempre. Aunque iba todo de negro. Es muy curioso.

– ¿Todo de negro? -insistió Olivia.

– Casi todo menos la camisa blanca y la corbata. Pero aun así… -Mary sacudió la mano en el aire, como si no pudiese aceptar esa posibilidad-. Es como si estuviese de luto.

– Tal vez lo esté -dijo Anne, volviendo a la carga-. ¡Por su prometida!

– ¿La que mató? -preguntó Philomena.

– ¡No ha matado a nadie! -exclamó Olivia.

– ¿Cómo lo sabes? -dijeron las otras tres al unísono.

Olivia habría contestado, pero pensó que no lo sabía. Nunca había visto a ese hombre, nunca había oído siquiera un rumor sobre él hasta esta tarde. Pero aun así debía imperar el sentido común. Eso de que uno asesinara a su prometida se asemejaba sospechosamente a las novelas góticas que Anne y Mary siempre leían.