Estaba tumbada de costado, en una cama, de cara a la pared. A lo mejor quienquiera que le hubiese hecho esto se había imaginado que si no podía moverse ni hacer ruido alguno, daría igual lo que viera.
Pero ¿quién podía ser? ¿Por qué? ¿Qué había pasado?
Trató de pensar, trató de apaciguar las ideas que se le agolpaban en la cabeza. Había ido al cuarto de baño. Mary Cadogan había estado allí, y luego se había ido y ella se había quedado sola… ¿durante cuánto tiempo? Por lo menos unos minutos; tal vez cinco.
Finalmente se había armado de valor para volver a la fiesta, pero habían abierto la puerta y entonces…
¿Qué había pasado? ¿Qué?
«Piensa, Olivia, piensa».
¿Por qué no lo recordaba? Era como si una gran mancha gris se hubiera esparcido por su memoria.
Empezó a respirar con más dificultad. Deprisa y agitadamente. Horrorizada. No podía pensar con claridad.
Intentó soltarse, aunque sabía que era inútil. Consiguió volverse sobre el otro lado, de espaldas a la pared. No lograba calmarse, centrarse…
– Veo que está despierta.
Olivia se quedó helada, inmóvil, su único movimiento el del pecho que subía y bajaba deprisa.
No reconoció la voz. Y el dueño de ésta se acercó, tampoco reconoció al hombre.
«¿Quién es usted?»
Pero evidentemente no pudo hablar. Sin embargo, el hombre leyó la pregunta en su mirada; la vio en sus ojos aterrados.
– Da igual quién soy -dijo con cierto acento en la voz, aunque ella no supo identificar su procedencia. Al igual que se le habían dado siempre fatal los idiomas, tampoco era capaz de identificar los acentos.
El hombre se aproximó más y se sentó en una silla cerca de ella. Era mayor que ella, aunque no tanto como sus padres, y llevaba el pelo canoso muy corto. Sus ojos… a oscuras no pudo adivinar de qué color eran. No eran marrones, sino un poco más claros.
– El príncipe Alexei se ha quedado prendado de usted -dijo.
Olivia abrió desmesuradamente los ojos. ¿El príncipe Alexei le había hecho esto?
Su captor se rio entre dientes.
– No disimula usted bien sus emociones, lady Olivia. No ha sido el príncipe quien la ha traído aquí, pero sí será él… -se inclinó amenazadoramente hasta que ella pudo olerle el aliento- quien pague su rescate.
Olivia sacudió la cabeza con un gruñido, intentando decirle que el príncipe no se había quedado prendado de ella y que, de ser así, ya era agua pasada.
– Si es usted lista, no forcejeará -dijo el hombre-. No conseguirá soltarse; conque no malgaste sus fuerzas.
Sin embargo, no podía parar de forcejear. Un miedo espantoso se estaba apoderando de ella y no sabía cómo controlarlo.
El hombre de pelo gris se levantó mientras la miraba esbozando una tenue sonrisa.
– Luego le traeré comida y agua. -Se marchó de la habitación y Olivia creyó morir de miedo al oír el clic de la puerta al cerrarse, seguido del giro de dos cerrojos.
No podría salir de ahí. No sin ayuda. Pero ¿sabía alguien que había desaparecido?
Capítulo 22
– ¿Dónde está?
Eso fue cuanto Harry logró articular antes de abalanzarse sobre el príncipe. Había seguido a Vladimir hasta una habitación de la parte posterior de la casa mientras el pánico crecía a cada paso que daba. Sabía que estaba siendo un idiota; podría tratarse de una encerrona. Era evidente que alguien se había enterado de que trabajaba para el Departamento de Guerra, ¿si no cómo iba a saber Vladimir que hablaba ruso?
Podría estar yendo a su propia ejecución.
Pero era un riesgo que tenía que correr.
Aun así, cuando vio al príncipe ahí de pie, iluminado por una sola vela que había encima de una mesa desnuda, Harry se le tiró encima. El miedo le dio más energía incluso, y cuando ambos cayeron al suelo, lo hicieron con asombrosa fuerza.
– ¿Dónde está? -chilló de nuevo Harry-. ¿Qué le ha hecho?
– ¡Basta! -Vladimir se interpuso entre los dos hombres y los separó. Fue sólo cuando Harry volvió a levantarse, y estaba a un brazo de distancia del príncipe, que se dio cuenta de que Alexei no había contraatacado.
El pánico creció en la boca de su estómago. El príncipe parecía pálido, serio; asustado.
– ¿Qué está pasando? -susurró Harry.
Alexei le dio un papel. Harry lo acercó a la vela y lo examinó. Estaba escrito en cirílico; no protestó. Éste no era el momento de fingir que no podía leerlo.
La chica vivirá si coopera. Le costará caro.
No se lo diga a nadie.
Harry alzó la vista.
– ¿Cómo sabemos que es ella? No mencionan su nombre.
Sin decir palabra, Alexei alargó la mano. Harry bajó los ojos. En la mano había un mechón de pelo. Harry tuvo ganas de decir que tal vez no fuese de Olivia, que podía haber otra mujer con ese color de pelo, ese increíble tono dorado y mantequilla, con el mismo tipo de rizo, a medio camino entre tirabuzón y onda.
Pero supo que era suyo.
– ¿Quién ha escrito esto? -preguntó en ruso.
Vladimir habló primero.
– Creemos…
– ¿Creen? -rugió Harry-. ¿Creen? Más les vale empezar a saberlo, y pronto. Si le pasa algo…
– Si a ella le pasa algo -interrumpió el príncipe con gélida precisión-, yo mismo les cortaré el cuello. Habrá justicia.
Harry se giró lentamente hacia él, tratando de reprimir el remolino de ácido de su barriga.
– No quiero justicia -anunció con voz grave y apagada por la ira-. La quiero a ella.
– Y la rescataremos -se apresuró a decir Vladimir. Le lanzó al príncipe una mirada de advertencia-. No sufrirá daño alguno.
– ¿Quién es usted? -exigió saber Harry.
– Eso no importa.
– Yo creo que sí.
– También trabajo para el Departamento de Guerra -dijo Vladimir. Se encogió ligeramente de hombros-. Algunas veces.
– Discúlpeme si no ha logrado ganarse mi confianza.
Vladimir lo miró de nuevo con esa mirada fija, dura y directa que había desconcertado a Harry en el salón de baile. Saltaba a la vista que era mucho más que el criado amenazante que fingía ser.
– Conozco a Fitzwilliam -dijo Vladimir en voz baja.
Harry se quedó helado. Nadie conocía a Fitzwilliam; no a menos que así lo quisiera él. La cabeza le dio vueltas. ¿Por qué iba Winthrop a ordenarle que observara al príncipe Alexei si ya tenían a Vladimir para ese cometido?
– Winthrop, su contacto, no me conoce -dijo Vladimir anticipándose a la siguiente pregunta de Harry-. No tiene un cargo lo bastante alto para conocerme.
Que Harry supiera, la única persona que había por encima de Winthrop era el propio Fitzwilliam.
– ¿De qué va todo esto? -preguntó esforzándose por mantener la voz serena.
– No soy un simpatizante de Napoleón -dijo el príncipe Alexei-. Mi padre lo era, pero yo… -escupió en el suelo-, no.
Harry miró a Vladimir.
– Él no trabaja conmigo -dijo Vladimir, moviendo la cabeza hacia el príncipe-. Pero… nos da su apoyo. Ha dado dinero. Y el uso de sus tierras.
Harry sacudió la cabeza.
– ¿Qué tiene esto que ver con…?
– Hay quienes intentarían aprovecharse de él -interrumpió Vladimir-. Es muy útil, vivo o muerto. Yo lo protejo.
Era asombroso. Vladimir era realmente el guardaespaldas de Alexei. Una minúscula verdad en una red de mentiras.
– Tal como ha asegurado, está aquí para ver a su primo -continuó Vladimir-. Y así yo también puedo reunirme tranquilamente con mis compañeros de Londres. Por desgracia, el interés del príncipe por lady Olivia no ha pasado desapercibido.
– ¿Quién la ha secuestrado?
Vladimir apartó la vista unos instantes y Harry supo que eso no era nada bueno. Si Vladimir no podía mirarlo a los ojos, es que Olivia corría grave peligro.