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Por no mencionar que tendría que hacerlo todo en absoluto silencio. Sería desastroso que su captor volviera y se la encontrara en cualquier otro sitio menos en la cama, que era justo donde la había dejado. Muy lenta y cuidadosamente alzó las piernas de la cama y fue desplazándose hacia el borde hasta que tocó el suelo con los pies. Con idéntico control de movimientos, pudo ponerse de pie y luego, apoyándose en diversos muebles, se dirigió hacia la ventana.

La ventana. ¿Por qué le resultaba tan familiar?

Probablemente porque era una ventana, se dijo con impaciencia. No es que las ventanas estuvieran precisamente repletas de detalles arquitectónicos únicos.

Cuando llegó a su destino, se inclinó con cuidado hacia delante intentando abrir las cortinas con la cara. Empezó con la mejilla y a continuación, una vez que las hubo separado un poco, pegó el rostro a la ventana tratando de empujar el borde de éstas con la nariz. Fueron necesarios cuatro intentos, pero finalmente lo consiguió, rotando incluso el hombro hacia delante para impedir que las cortinas se volvieran a cerrar.

Apoyó la cabeza en el cristal y vio… no vio nada. Tan sólo el vaho de su respiración. Volvió a girar la cabeza, usando la mejilla para borrar el vaho. Cuando miró de nuevo hacia delante, contuvo el aliento.

Aun así no pudo ver gran cosa. Lo único que supo con seguridad era que estaba a bastante altura, tal vez en un quinto o sexto piso. Veía los tejados de otros edificios, pero poca cosa más.

La luna, veía la luna.

Había visto la luna en la otra habitación, donde había hecho el amor con Harry. La había visto a través del montante de abanico.

¡La ventana semicircular!

Retrocedió un poco, con mucho cuidado para no perder el equilibrio. Esta ventana tenía también otra semicircular en su parte superior. Lo cual no es que fuese muy significativo, sólo que la estructura era la misma, diversos listones de madera que dividían la ventana desde su base haciendo que se pareciera bastante a un abanico desplegado.

Exactamente igual que la de la planta baja.

De modo que seguía en la residencia del embajador. Cabía la posibilidad de que la hubieran trasladado a otro edificio cuyas ventanas tuviesen exactamente la misma estructura, pero era poco probable, ¿verdad? Y la residencia del embajador era enorme; prácticamente un palacio. No estaba en el centro de Londres, sino bastante alejada de Kensington, donde había mucho más espacio para edificaciones tan grandes.

Se acercó de nuevo a la ventana y volvió a apartar el borde de las cortinas con la cabeza, esta vez lo consiguió al primer intento. Pegó la oreja al cristal, tratando de escuchar… cualquier cosa. ¿Música? ¿A la gente? ¿No tendría que haber algún indicio de que en el mismo edificio se estaba celebrando una gran fiesta?

Quizá no estuviera en la residencia del embajador. No, no, era un edificio gigantesco. Perfectamente podía estar lo bastante lejos del salón de baile como para no oír nada.

Pero oyó unos pasos. Le dio un vuelco el corazón, fue hasta la cama medio arrastrando los pies medio a saltos y consiguió tumbarse en ella justo cuando oyó el clic de los dos cerrojos al abrirse.

Cuando abrieron la puerta empezó a forcejear; fue lo único que se le ocurrió para explicar que estaba sin aliento.

– Le he dicho que no haga eso -la reprendió su captor. Cargaba una bandeja con una tetera y dos tazas. Olivia olió a hierbas de té desde el otro lado de la habitación. El aroma era celestial.

– Soy muy considerado, ¿verdad? -le preguntó mientras levantaba ligeramente la bandeja antes de dejarla encima de una mesa-. He llevado esa mordaza con anterioridad. -Señaló la cinta que la amordazaba-. Hace que uno tenga la boca muy seca.

Olivia se limitó a mirarlo a los ojos. No sabía muy bien cómo contestarle. Cómo, en sentido literal, porque seguro que él sabía que no podía hablar.

– Le quitaré eso para que pueda tomar un té -le dijo él-, pero tiene que permanecer callada. Si hace algún sonido, cualquier sonido que supere un susurro de agradecimiento, tendré que volverla a dejar inconsciente.

Ella abrió los ojos desmesuradamente.

Él se encogió de hombros.

– Es bastante fácil de hacer. Lo he hecho una vez, y debo decir que bastante bien. Apuesto a que ni siquiera le duele la cabeza.

Olivia parpadeó varias veces. No le dolía la cabeza. ¿Cómo lo había hecho pues?

– ¿Estará calladita?

Olivia asintió. Necesitaba que le sacaran la mordaza. Tal vez hablando con él podría convencerle de que todo esto era un error.

– No intente ninguna heroicidad -le advirtió, aunque con mirada burlona, como si le fuese imposible imaginársela dándole susto alguno.

Ella meneó la cabeza tratando de mantener la mirada seria. Cabeza y ojos eran sus únicos sistemas de comunicación en tanto él no le quitara la mordaza.

Su captor se inclinó hacia delante, alargando los brazos, pero entonces se detuvo y los retiró.

– Creo que el té está listo -anunció-. No es conveniente que se… ¿cómo se dice?

Era ruso. Con ese «¿cómo se dice?», Olivia pudo finalmente reconocer su acento y determinar su nacionalidad. Hablaba exactamente igual que el príncipe Alexei.

– ¡Qué tonto soy! -exclamó el hombre mientras servía dos tazas de té-. No puede hablar. -Al cabo se acercó a Olivia y le quitó la mordaza.

Olivia tosió y necesitó unos segundos hasta tener la boca lo bastante húmeda para hablar, pero al hacerlo miró directamente a su captor y le dijo:

– Recocer.

– ¿Cómo dice?

– El té. No es conveniente que se recueza.

– Recocer. -Repitió la palabra, pronunciándola al parecer con la boca y en su mente. Tras una expresión de aprobación le dio una taza.

Ella hizo una mueca de disgusto y se encogió ligeramente de hombros. ¿Cómo pretendía él que sujetara la taza? Aún tenía las manos atadas a la espalda.

Él sonrió, pero no fue una sonrisa cruel. Fue incluso compasiva, casi… de tristeza.

Lo que a Olivia le dio esperanzas, no muchas, pero sí algunas.

– Me temo que no me fío bastante de usted para desatarle las manos -dijo él.

– Le prometo no…

– No prometa nada que no pueda cumplir, lady Olivia.

Ella abrió la boca para protestar, pero él le interrumpió.

– No creo que prometa usted en falso de forma consciente, pero le parecerá ver una oportunidad, será incapaz de dejarla escapar y entonces cometerá alguna estupidez, y yo tendré que hacerle daño.

Fue un modo eficaz de zanjar la discusión.

– Sabía que lo entendería -le dijo a Olivia-. Veamos, ¿confía en mí lo bastante para dejar que le sostenga la taza?

Ella sacudió lentamente la cabeza.

Él se rio.

– Chica lista. Así me gusta, porque no soporto la estupidez.

– Alguien que merece todos mis respetos me aconsejó que no confiara nunca en un hombre que me dice que confíe en él -comentó Olivia en voz baja.

Su captor volvió a reírse entre dientes.

– Ese alguien… ¿es un hombre?

Olivia asintió.

– Pues es un buen amigo.

– Lo sé.

– Tenga. -El hombre le acercó la taza a los labios-. En esta ocasión no tiene más remedio que confiar en mí.

Ella tomó un sorbo. La verdad es que no había otra opción y tenía la garganta seca.

Él dejó la taza y cogió la suya.

– Las he servido de la misma tetera -comentó antes de tomar un sorbo. Al tragar añadió-: Aunque eso no significa que deba confiar en mí.

Olivia levantó la mirada para encontrarse con la suya y dijo:

– No tengo ninguna relación con el príncipe Alexei.

Él esbozó una media sonrisa.