– ¿Me toma por idiota, lady Olivia?
Ella sacudió la cabeza.
– Empezó a cortejarme, es cierto, pero dejó de hacerlo.
Su captor se inclinó varios centímetros hacia delante.
– Esta noche ha desaparecido durante casi una hora, lady Olivia.
Ella abrió la boca. Notó que se sonrojaba y rezó para que él no pudiese verlo en la oscuridad.
– Y el príncipe Alexei también.
– Pues conmigo no ha estado -se apresuró a decir Olivia.
El hombre de pelo canoso tomó tranquilamente un sorbo de té.
– No sé cómo decir esto sin ofenderla -musitó-, pero huele a… ¿cómo se dice?
Olivia intuyó que sabía perfectamente cómo se decía y por humillante que fuera no tuvo más remedio que confesar:
– He estado con un hombre. Con otro hombre, no con el príncipe Alexei.
Lo que acaparó el interés de su captor.
– ¿En serio?
Ella asintió una sola vez, con contundencia, como dándole a entender que no tenía intención alguna de entrar en detalles.
– ¿Lo sabe el príncipe?
– No es asunto suyo.
Él tomó otro sorbo de té.
– ¿Discreparía él de usted al respecto?
– ¿Cómo dice?
– ¿Consideraría el príncipe Alexei que sí es asunto suyo? ¿Se enfadaría?
– No lo sé -contestó Olivia intentando ser honesta-. Hace más de una semana que no viene a verme.
– Una semana no es mucho tiempo.
– Conoce al otro caballero y creo que está al tanto de lo que siento por él.
Su captor se dedicó unos instantes a analizar esta nueva información.
– ¿Puedo tomar un poco más de té? -preguntó Olivia. Porque estaba bueno y tenía sed.
– Por supuesto -dijo él en voz baja volviéndole a acercar la taza.
– ¿Me cree? -quiso saber Olivia cuando acabó de beber.
Él habló despacio.
– No lo sé.
Ella esperaba que él le preguntase por la identidad de Harry, pero no lo hizo, lo que le pareció curioso.
– ¿Qué va a hacer conmigo? -dijo Olivia en voz baja, rezando para no parecer estúpida por preguntarlo.
Él había estado mirando fijamente a un punto de la pared que ella tenía a sus espaldas, pero enseguida volvió a mirarla a la cara.
– Eso depende.
– ¿De qué?
– Veremos si el príncipe Alexei sigue apreciándola. Será mejor que no le hablemos de su falta de discreción por si todavía ansía que se convierta usted en su esposa.
– No creo que…
– No me interrumpa, lady Olivia -le dijo con voz lo bastante amenazadora como para recordarle que no era su amigo ni estaban en una merienda cualquiera.
– Lo siento -susurró ella.
– Si aún la desea, le conviene que crea que es usted virgen ¿no le parece?
Olivia se quedó inmóvil hasta que se hizo evidente que no se trataba de una pregunta retórica. Finalmente, asintió una vez con la cabeza.
– Cuando él haya pagado su rescate -dijo su captor encogiendo los hombros con fatalismo-, ya lo arreglará usted como mejor le parezca. A mí me dará igual. -La escudriñó en silencio unos instantes, luego dijo-: Tenga, tome otro sorbo de té antes de que vuelva a amordazarla.
– ¿Es necesario que lo haga?
– Me temo que sí. Es usted más lista de lo que me había imaginado. No puedo dejar que disponga de arma alguna, ni siquiera de su voz.
Olivia tomó el último sorbo de té y a continuación cerró los ojos mientras su captor volvía a ajustarle la mordaza. Cuando éste acabó, ella volvió a tumbarse mirando impasible hacia el techo.
– Le sugiero que descanse, lady Olivia -le dijo él desde la puerta-. Es la mejor manera de pasar el tiempo aquí.
Olivia no se molestó en mirarlo. Seguro que él no esperaba respuesta alguna, ni siquiera la que pudiera dar únicamente con los ojos.
Su captor cerró la puerta sin hacer más comentarios. Olivia escuchó los clics de los dos cerrojos y entonces, por primera vez desde que empezara este suplicio, tuvo ganas de llorar. No de forcejear, ni de enfurecerse, simplemente de llorar.
Notó las lágrimas, silenciosas y punzantes, resbalando por las sienes hasta caer en la almohada bajo su cabeza. No podía enjugarse el rostro y de algún modo aquello le pareció la mayor de las humillaciones.
¿Qué se suponía que tenía que hacer ahora? ¿Quedarse ahí tumbada esperando? ¿Descansar, tal como le había sugerido su captor? Imposible; la inacción la estaba matando.
A estas alturas Harry seguramente se habría dado cuenta de su desaparición. Aunque nada más hubiera permanecido unos minutos inconsciente, él tenía que haberse dado cuenta. Llevaba por lo menos una hora encerrada en ese cuarto.
Pero ¿sabría qué hacer? Era un exsoldado, cierto, pero esto no era un campo de batalla con unos enemigos claramente identificados y visibles. Y si ella aún estaba en la residencia del embajador, ¿cómo iba él a interrogar a nadie? Más de la mitad de los criados hablaba únicamente en ruso. Harry sabía decir por favor y gracias en portugués, pero con eso no llegaría muy lejos.
Tendría que escapar por sus propios medios o como mínimo hacer lo posible para facilitarle las cosas a la persona que fuera a rescatarla.
Sacó las piernas de la cama y se sentó, abandonando resueltamente su momentánea actitud autocompasiva. No podía quedarse con los brazos cruzados.
A lo mejor podía hacer algo con las cintas que le inmovilizaban pies y manos. Estaban firmemente atadas, pero no tanto como para apretarle la piel. Quizá pudiese llegar con las manos a los tobillos. Sería difícil, porque tendría que doblarse hacia atrás, pero valía la pena intentarlo.
Se tumbó de lado y llevó las piernas hacia atrás, más y más…
Ya estaba. Lo tenía. Lo que sujetaba sus tobillos no era cuerda, sino más bien una tira de tela atada con un nudo sumamente fuerte. Soltó un gemido. Seguramente sería más fácil cortarlo que tratar de deshacerlo.
Nunca había tenido paciencia para esta clase de cosas. Igual que para el bordado, que detestaba, y las lecciones que se había saltado…
Si lograba deshacer este nudo, aprendería francés. ¡No, aprendería ruso! Eso sería más difícil aún.
Si lograba deshacerlo, acabaría de leer La señorita Butterworth y el barón demente. Incluso encontraría el libro aquel que trataba de un misterioso coronel y también lo leería.
Escribiría más cartas, y no sólo a Miranda. Repartiría personalmente las cajas destinadas a beneficencia, no se encargaría sólo de prepararlas. Y acabaría todo lo que empezara.
Todo.
Y de ninguna manera se enamoraría de sir Harry Valentine y renunciaría a casarse con él.
De ninguna manera.
Capítulo 23
Harry permaneció sentado en silencio mientras Alexei se bebía el segundo trago de vodka. No dijo nada cuando se bebió el tercero e incluso el cuarto, que en realidad era el que en un principio le había servido a él. Pero cuando el príncipe alargó el brazo para coger la botella y tomarse el quinto trago…
– No lo haga -le espetó.
Alexei lo miró sorprendido.
– ¿Cómo dice?
– No beba otra copa.
Ahora el príncipe parecía únicamente confuso.
– ¿Me está diciendo que no beba?
Una de las manos de Harry se cerró en un puño firme y tenso.
– Lo que digo es que si necesitamos que nos ayude a encontrar a Olivia, no quiero que vaya tambaleándose y devolviendo por los pasillos.
– Le aseguro que nunca me tambaleo ni… ¿qué es eso de devolver?
– Deje la botella.
Alexei no obedeció.
– Dé-je-la.
– Creo que ha olvidado quién soy.
– Nunca me olvido de nada. Haría bien en recordar eso.
Alexei se limitó a mirarlo fijamente.
– Dice usted tonterías.
Harry se levantó.
– ¿Me está provocando?
Alexei lo observó unos instantes, luego devolvió la atención al vaso y la botella que sostenía en las manos. Empezó a servirse.