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– Aborrezco a los hombres que se aprovechan de las mujeres.

Había un gran trasfondo en ese comentario, pero Harry tuvo la prudencia de no preguntar. Asintió una vez en señal de respeto y entonces preguntó:

– ¿Y ahora qué?

– Saben dónde está el príncipe. Ahí es donde entregarán una nota. Tiene instrucciones precisas de no hacer nada y creo que es lo bastante sensato como para hacer lo que le he dicho.

Harry esperaba que fuese cierto. Creía que lo era, pero también que el príncipe Alexei había estado bebiendo.

– Mientras él espera nosotros buscamos.

– ¿Qué tamaño tiene este maldito mausoleo?

Vladimir negó con la cabeza.

– No lo sé con exactitud, pero seguro que tiene más de cuarenta habitaciones, tal vez más. Aunque si yo tuviera que retener a alguien lo llevaría al ala norte.

– ¿Qué hay en el ala norte?

– Está más apartada y las habitaciones son más pequeñas.

– Pero ¿no habrá pensado el embajador que ése es el primer sitio donde buscaremos?

Vladimir fue hasta la puerta.

– Él ni se imagina que alguien pueda estar buscando. Me considera un criado estúpido. -Miró hacia Harry con ojos entornados-. Y no sabe nada de usted. -Puso la mano en el pomo-. ¿Preparado?

Harry sujetó el revólver con más fuerza.

– Usted primero.

Tardó casi media hora y Olivia estaba segura de que se le habían dislocado ambos hombros, pero por fin deslizó los dedos bajo una sección del nudo y pudo deshacerlo parcialmente. Se detuvo a escuchar con atención… ¿eran pasos eso que oía?

Se acostó adoptando la misma posición en la que estaba al irse su captor.

Pero no, nada. No se descorrieron los cerrojos ni la puerta se abrió. Volvió a culebrear hasta que notó de nuevo el nudo en la parte posterior de los tobillos. Sin duda era más pequeño, pero aún le quedaba una ardua tarea por delante. No estaba segura, pero le pareció que era un doble nudo. Bueno, ahora era un nudo y medio. Pero si conseguía deshacer la siguiente sección, estaría…

Seguiría estando atada.

Soltó un largo suspiro. Su cuerpo y sus ánimos se desinflaron. Si había tardado tanto sólo para deshacer una pequeña parte del nudo.

No, se reprochó. Tenía que seguir. Si lograba deshacer las dos secciones siguientes, el resto debería soltarse sacudiendo un poco el cuerpo.

Podía hacerlo. Sí que podía.

Apretó los dientes reanudando la tarea. Tal vez iría más deprisa ahora que sabía lo que tenía que hacer. Sabía cómo mover los dedos, metiendo uno en el enlazamiento del nudo y luego sacudiendo las piernas a un lado y al otro, una y otra vez, intentando aflojarlo.

O tal vez iría más deprisa porque ya no notaba los hombros. La ausencia de dolor seguramente la beneficiaría.

Tiró con el dedo… y movió las piernas… tiró… y movió… y arqueó la espalda… y la estiró… y rodó sobre un lado… y sobre el otro…

Y se cayó de la cama.

Y aterrizó en el suelo con fuerza. Se dio un golpe realmente fuerte. Hizo una mueca de dolor y cuando oyó los clics de los cerrojos al abrirse rezó para que su captor no reparara en que los nudos de los tobillos estaban más flojos.

Pero no hubo ningún clic.

¿Podía no haberla oído? Parecía imposible. Olivia nunca había sido habilidosa; atada de pies y manos se volvía una completa inútil. Porque no hacía falta decir que no había aterrizado con suavidad.

Quizá no hubiese nadie ahí fuera. Había dado por sentado que su captor estaba sentado en una silla al otro lado de la puerta, pero a decir verdad ignoraba por qué había pensado eso. Él seguramente no creía que ella pudiera escapar, y Olivia estaba casi convencida de que esta sección del edificio estaba desierta. Los únicos pasos que había oído habían estado seguidos de la inmediata aparición del hombre de pelo gris.

Esperó en el suelo junto a la cama durante un minuto más por si alguien entraba y luego se arrastró por la madera hasta la puerta para mirar por debajo de ésta. La rendija era de apenas unos milímetros y no pudo ver gran cosa. El pasillo estaba sólo ligeramente más iluminado que la habitación, pero pensó que vería sombras, de haber alguna.

Y no le pareció que hubiera.

De modo que nadie la vigilaba. Era sin duda un dato útil, aunque estando maniatada como estaba, no sabía muy bien de qué serviría. Y la verdad era que tampoco sabía muy bien cómo lograría regresar hasta la cama. Podía intentar encaramarse a ella apoyándose en una de sus patas, pero la mesa donde estaba la tetera seguía bloqueándole la de la cabecera de la cama y…

¡La tetera!

Le recorrió un estallido de excitación y energía, y rodó literalmente boca abajo en sus prisas por llegar hasta la mesa. Desde ahí tenía que clavar hombro, hombro, rodilla, y…

Ya había llegado. ¿Cómo haría ahora para tirar la tetera al suelo? Si pudiera romperla, podría usar un trozo para cortar las cintas de pies y manos.

Logró acercar los pies al cuerpo con gran esfuerzo. Sirviéndose del lateral de la cama para apoyarse, se levantó despacio, los músculos quemándole, hasta que por fin se puso de pie. Se tomó unos segundos para recobrar el aliento y luego retrocedió hasta la pequeña mesa, flexionando las rodillas hasta que las manos quedaron justo a la altura adecuada para agarrar la tetera por el asa.

«Por favor, que no haya nadie ahí fuera. Por favor, que no haya nadie ahí fuera».

Necesitaba tomar impulso. No podía simplemente tirarla al suelo. Repasó el cuarto con la mirada en busca de inspiración. Empezó a dar vueltas.

«Por favor, por favor, por favor».

Giró más y más deprisa, y entonces…

Soltó la tetera, que chocó contra la pared con un fuerte estampido, y Olivia, aterrada al pensar que alguien pudiera abrir de pronto la puerta, regresó a la cama dando saltos y se tumbó boca arriba, aunque ignoraba cómo explicaría el hecho de que la tetera se hubiese hecho añicos al chocar contra la pared.

Pero no entró nadie.

Contuvo el aliento. Empezó a incorporarse. Tocó el suelo con los pies y acto seguido…

Unos pasos, que se dirigían apresurados hacia el cuarto en el que estaba.

«¡Oh, Dios!»

Se oían voces también. En ruso. Hablaban en tono apremiante, irritado.

No le harían daño, ¿verdad? Era demasiado valiosa. El príncipe Alexei tenía que pagar su rescate y…

¿Y si el príncipe se había desentendido del asunto? Había dejado de cortejarla y sabía que ella estaba locamente enamorada de Harry. ¿Y si se había sentido rechazado? ¿Y si sentía deseos de venganza?

Reculó de nuevo sobre la cama y se encogió temerosa en un extremo. Sería fantástico ser valiente, arrostrar lo que sea que viniera con sonrisa indiferente y sacudiendo la melena con descaro, pero ella no era María Antonieta, vestida de blanco para su decapitación, pidiéndole perdón con solemnidad a su verdugo tras pisarle sin querer el pie.

No, ella era Olivia Bevelstoke y no quería morir con dignidad. No quería estar ahí, no quería este espantoso temor atenazándole las entrañas.

Alguien empezó a aporrear la puerta con fuerza, de forma rítmica y brutal.

Olivia empezó a temblar. Se aovilló todo lo que pudo, hundiendo la cabeza entre las rodillas. «Por favor, por favor, por favor», salmodiaba para sus adentros una y otra vez. Pensó en Harry, en su familia, en…

La puerta de madera empezó a astillarse.

Olivia rezó para no perder el control.

Y entonces echaron la puerta abajo.

Ella chilló, el sonido salió de las profundidades de su garganta. Era como si la mordaza estuviese desgarrándole la lengua, como si una ráfaga de aire seco y abrasador emergiese por su tráquea.

Y entonces alguien pronunció su nombre.

El polvo y la falta de luz oscurecían el aire y lo único que Olivia pudo ver fue la enorme sombra de un hombre que avanzaba hacia ella.

– Lady Olivia. -Su voz era ronca y grave. Y tenía acento-. ¿Está usted herida?