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Era Vladimir, el criado corpulento y normalmente callado del príncipe Alexei. De repente sólo pudo pensar en la forma en que había estirado y girado el brazo dislocado de Sebastian Grey, y si podía hacer eso, bien podía partirla a ella en dos y… ¡Oh, Señor!

– Deje que le ayude -le dijo.

¿Hablaba inglés? ¿Desde cuándo sabía hablar inglés?

– ¿Lady Olivia? -repitió, su voz grave era un mero gruñido. Sacó un cuchillo y ella se encogió de miedo, pero él se limitó a acercarlo a la parte posterior de la mordaza y la cortó.

Olivia tosió y se atragantó, apenas lo oyó cuando volvió a gritar algo en ruso.

Alguien contestó también en ruso, y oyó unos pasos… corriendo… acercándose… y entonces…

¿Harry?

– ¡Olivia! -gritó él corriendo hacia ella.

Vladimir le dijo algo (en ruso) y Harry contestó con sequedad.

En ruso también.

Ella los miró a los dos atónita. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Vladimir hablaba en inglés?

«¿Por qué Harry habla en ruso?»

– ¡Olivia! ¡Gracias a Dios! -dijo Harry rodeándole el rostro con las manos -. Dime que no te han hecho daño. Cuéntame qué ha pasado, por favor.

Pero ella no podía moverse, apenas podía pensar. Al oír hablar en ruso a Harry… era como si fuese una persona totalmente distinta. Su voz había sido distinta y también su rostro, boca y músculos moviéndose de un modo completamente distinto.

Dio un respingo cuando él la tocó. ¿Conocía a Harry? ¿De verdad lo conocía? Le había dicho que su padre era un borracho y que lo había criado su abuela… ¿había algo de cierto en eso?

Pero ¿qué es lo que había hecho? ¡Oh, Dios! Había entregado su cuerpo a alguien que no conocía, en quien no podía confiar.

Vladimir le dio algo a Harry, quien asintió y dijo algo más en ruso.

Olivia intentó recular, pero ya estaba junto a la pared. Respiraba con agitación y estaba acorralada, no quería estar aquí con este hombre que no era Harry, y…

– No te muevas -le dijo él, y acto seguido levantó un cuchillo.

Olivia alzó la vista y al ver los destellos del metal acercándose a ella gritó.

Harry no quería volver a oír nunca ese sonido.

– No voy a hacerte daño -le dijo a Olivia procurando parecer lo más calmado y tranquilizador posible. Cortó las cintas anudadas con pulso firme, pero por dentro aún temblaba.

Sabía que la amaba. Sabía que la necesitaba, que sin ella no podría ser feliz. Pero hasta ese momento no había comprendido la amplitud y la profundidad de ese amor, la absoluta certeza de que sin ella no era nada.

Y ese grito, que ella le tuviese miedo… a él. Eso le produjo una angustia que por poco lo ahogó.

Primero le soltó los tobillos y después las muñecas, pero cuando fue a consolarla, ella emitió un sonido casi animal y saltó de la cama. Se movió tan deprisa que él no pudo pararla y debía de tener los pies dormidos, porque cuando los apoyó en el suelo se le doblaron las rodillas y se cayó.

¡Qué horror! Tenía miedo de él. De él. ¿Qué le habían dicho a Olivia? ¿Qué le habían hecho?

– Olivia -dijo entonces con tiento, y alargó el brazo hacia ella con un movimiento suave y lento.

– No me toques -gimoteó ella. Intentó alejarse arrastrando esos pies que no la sostenían.

– Olivia, déjame ayudarte.

Pero era como si ella no le oyese.

– Tenemos que irnos -anunció Vladimir, diciendo las palabras en un ruso ronco.

Harry no se molestó siquiera en mirarlo para insistirle en que le diera un minuto más, las palabras salieron de su boca en ruso sin pensar.

Olivia abrió desmesuradamente los ojos y miró con desesperación hacia la puerta con la clara intención de escapar.

– Tenía que habértelo contado -dijo Harry al comprender de pronto la causa de su pánico-. Mi abuela era rusa. De pequeño sólo me hablaba en ruso. Por eso…

– No hay tiempo para explicaciones -interrumpió Vladimir con voz áspera-. Lady Olivia, debemos irnos ya.

Olivia debió de reaccionar a la autoridad de su voz, porque asintió y con aspecto todavía tembloroso y asustado dejó que Harry le ayudase a ponerse de pie.

– Pronto te lo explicaré todo -le aseguró-. Te lo prometo.

– ¿Cómo me habéis encontrado? -susurró ella.

Salieron apresuradamente de la habitación y Harry miró a Olivia. Sus ojos habían cambiado; se la veía aún conmocionada, pero reconoció en ellos a la Olivia de siempre. Ya no había terror en su mirada.

– Ha hecho usted mucho ruido -contestó Vladimir con el revólver preparado para disparar mientras volvía una esquina-. Posiblemente haya sido una estupidez, pero ha tenido usted suerte. Le ha salido bien la jugada.

Olivia asintió y a continuación le dijo a Harry:

– ¿Por qué habla en inglés?

– Es algo más que un guardaespaldas -contestó él con la esperanza de que eso bastase por ahora. No era el momento adecuado de desentrañar la historia entera.

– Vengan -dijo Vladimir haciéndoles señas para que lo siguieran.

– ¿Quién es? -susurró Olivia.

– Pues la verdad es que no lo sé -contestó Harry.

– Nunca más volverán a verme -soltó Vladimir casi displicente.

Pese a que Harry empezaba a sentir simpatía y respeto hacia él, esperaba fervientemente que fuera verdad. Así de simple. Cuando salieran de aquí, informaría al Departamento de Guerra, se casaría con Olivia, se irían a vivir a Hampshire y tendrían un montón de hijos políglotas, y se sentaría cada día frente a su escritorio sin otra cosa más emocionante que hacer que actualizar su libro de cuentas.

Le gustaba aburrirse. Ansiaba aburrirse.

Aunque, lamentablemente, el aburrimiento no sería la tónica del resto de la velada…

Capítulo 24

Para cuando llegaron a la planta baja Olivia había recuperado la sensación en los pies y no tuvo que apoyarse tanto en Harry.

Pero no le soltó la mano.

Seguía muy asustada, el corazón le latía con fuerza, le palpitaba la sangre en las venas y no entendía por qué él hablaba en ruso ni esgrimía un revólver, ni estaba segura de si debía confiar en él y, peor aún, no sabía si podía confiar en misma, porque temía haberse enamorado de un espejismo, de un hombre que ni siquiera existía.

Pero, aun así, no le soltó la mano. En aquel terrible instante era lo único auténtico que había en su vida.

– Por aquí -dijo Vladimir con sequedad, abriendo camino. Se dirigían al despacho del embajador, donde esperaban los padres de Olivia. Todavía les quedaba un buen trecho o eso supuso ella a juzgar por el silencio reinante en los pasillos. Cuando oyese el murmullo de voces de la fiesta, sabría que estaba cerca.

Pero no caminaban deprisa. En cada esquina, y en lo alto y al pie de cada escalera, Vladimir se detenía, llevándose un dedo a los labios mientras se pegaba contra la pared y asomaba con cuidado la cabeza por la esquina. Y cada vez Harry hacía lo mismo, tirando de ella, protegiéndola con su cuerpo.

Olivia comprendía la necesidad de ser cautos, pero tenía la sensación de que en su interior iba a estallar algo y lo único que quería era soltarse y echar a correr, y notar el silbido del aire acariciándole la cara mientras volaba por los pasillos.

Quería irse a casa.

Quería estar con su madre.

Quería quitarse ese vestido y quemarlo, lavarse, beber algo dulce, ácido o mentolado; lo que sea que eliminara más deprisa el sabor a miedo de su boca.

Quería acurrucarse en la cama y cubrirse la cabeza con la almohada; no quería pensar en nada de esto. Por una vez en la vida quería ser indiferente a todo. Tal vez mañana le interesarían todos los detalles, pero de momento lo único que quería era cerrar los ojos.