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Hasta ese momento creía que era miedo lo que había sentido, pero nada, nada comparado con el terror de esos 30 segundos transcurridos desde que Harry se desplomó hasta que Vladimir le aseguró que no tenía más que una herida superficial.

Y, en efecto, no fue más que eso. Tal como Vladimir aseguró, al día siguiente Harry estaba de nuevo en pie. Había aparecido en casa de Olivia durante el desayuno, y entonces se lo explicó todo: por qué no le había contado que sabía ruso, qué había estado haciendo realmente frente a su escritorio cuando ella lo espiaba, incluso por qué había ido a verla con La señorita Butterworth y el barón demente aquella primera tarde descabellada y maravillosa. No fue por amabilidad ni porque sintiera hacia ella otra cosa que no fuera desprecio. Le habían ordenado que lo hiciera; nada menos que el prestigioso Departamento de Guerra.

Era mucha información a asimilar mientras se tomaba unos huevos pasados por agua y un té.

Pero Olivia le había escuchado, y lo había entendido. Y ahora estaba todo aclarado, no quedaban cabos sueltos. El embajador había sido detenido, igual que los hombres que trabajaban para él, incluido su captor de pelo gris. El príncipe Alexei había mandado una solemne carta de disculpa en nombre de toda la nación rusa, y Vladimir, fiel a su palabra, había desaparecido.

Sin embargo, no había visto a Harry en más de 24 horas. Se había marchado tras el desayuno y ella había dado por sentado que volvería a visitarla, pero…

Nada.

No es que le inquietara, ni siquiera le preocupaba. Pero era extraño. Muy extraño.

Tomó otro sorbo de té y dejó la taza en su platillo. A continuación, lo levantó, junto con el plato de galletas, y los dejó encima de La señorita Butterworth. Porque seguía teniendo el libro a mano. Aunque no quería cogerlo, no sin Harry.

En cualquier caso, aún no había acabado de leer el periódico. Había leído la segunda mitad y tenía bastantes ganas de pasar a las noticias más importantes de la primera parte. Circulaba el rumor de que monsieur Bonaparte estaba gravemente enfermo. Se imaginaba que no había muerto todavía; eso lo habrían anunciado en primera plana con un titular lo bastante destacado como para que no le pasara desapercibido.

Aun así habría algo digno de mención, de modo cogió de nuevo el periódico y acababa de localizar un artículo para leer cuando oyó que llamaban a la puerta.

Era Huntley, que llevaba un trozo de papel. Cuando se acercó, Olivia se dio cuenta de que en realidad era un tarjetón doblado en tercios y lacrado en el centro con cera azul oscura. Murmuró su agradecimiento, examinando el lacre mientras el mayordomo salía de la habitación. Era muy sencillo: una simple «uve» de letra bastante elegante, que empezaba acaracolada y acababa en un floreo.

Deslizó el dedo por debajo y despegó la cera, desdoblando cuidadosamente el tarjetón.

Acércate a la ventana.

Eso era todo. Una única frase. Olivia sonrió y se quedó unos segundos más contemplando las palabras antes de deslizarse hasta el borde de la cama. Bajó apoyando los pies suavemente en el suelo, pero esperó unos instantes antes de atravesar la habitación. Tenía que esperar; quería quedarse ahí saboreando ese momento porque…

Porque él lo había creado. Harry era el artífice del momento. Y Olivia lo amaba.

«Acércate a la ventana».

Se dio cuenta de que estaba sonriendo, casi riéndose tontamente. En general no le gustaba que le diesen órdenes, pero en este caso era un placer.

Caminó hasta la ventana y descorrió las cortinas. Antes de abrirla vio a Harry a través del cristal, de pie frente a su propia ventana, esperándola.

– Buenos días -saludó Harry. Estaba muy serio o, mejor dicho, era su boca la que tenía un aspecto serio, porque a juzgar por su mirada algo se traía entre manos.

Ella notó que le empezaban a brillar los ojos. ¿No era extraño que pudiese notarlo?

– Buenos días -dijo Olivia.

– ¿Cómo te encuentras?

– Mucho mejor, gracias. Creo que me hacía falta descansar.

Él asintió.

– Una conmoción requiere su tiempo.

– ¿Hablas por experiencia? -inquirió ella. Pero no hubiera hecho falta, supo que sí por la expresión de Harry.

– De mi época en el ejército.

¡Qué curioso! Su conversación era sencilla, pero no sosa. Tampoco es que ellos fuesen torpes, únicamente estaban cogiendo práctica.

Y Olivia ya sentía ese cosquilleo en el estómago.

– Me he comprado otro ejemplar de La señorita Butterworth -dijo él.

– ¿De veras? -Olivia se apoyó en el alféizar-. ¿Lo has acabado de leer?

– ¡Ya lo creo que sí!

– ¿Y mejora conforme avanzas?

– Bueno, la protagonista se dedica a dar unos detalles sorprendentes de las palomas.

– No. -¡Cielos! Tendría que acabar la espantosa novela. Si era cierto que la autora describía el ataque mortal de las palomas… entonces valía la pena leerla.

– No, ahora en serio -repuso Harry-. Resulta que la señorita Butterworth presenció el lamentable suceso y lo revive en un sueño.

A Olivia le recorrió un escalofrío.

– Al príncipe Alexei le encantará.

– De hecho, me ha contratado para que traduzca el libro entero al ruso.

– ¡Me tomas el pelo!

– No. -Le dedicó una mirada pícara pero a la vez de orgullo-. Voy por el primer capítulo.

– ¡Vaya, qué emocionante! Bueno, también es horrible, porque tendrás que leerlo a fondo, aunque me imagino que cuando te pagan por ello la cosa cambia totalmente.

Harry se rio entre dientes.

– Debo decir que, en comparación con los documentos del Departamento de Guerra, es un buen cambio.

– Pues yo creo que preferiría traducir documentos. -Le gustaban mucho más los datos fríos y anodinos.

– Seguramente -convino él-, porque eres una mujer singular.

– Usted siempre tan adulador, sir Harry.

– Soy un erudito de la lengua, es lógico.

Olivia se dio cuenta de que estaba sonriendo. Tenía medio cuerpo asomado a la ventana, y sonreía. Estaba muy a gusto.

– El príncipe Alexei me pagará generosamente -añadió Harry-. Cree que La señorita Butterworth será todo un éxito en Rusia.

– Desde luego Vladimir y él disfrutaron con la representación de Sebastian.

Harry asintió.

– Eso significa que podré dejar el Departamento de Guerra.

– ¿Es lo que deseas? -preguntó Olivia. Acababa de averiguar a qué se dedicaba y no sabía si le gustaba o no.

– Sí -contestó Harry-, aunque hasta hace unas semanas no he sido consciente de cuánto lo deseo. Estoy harto de tanto secreto. Me gusta traducir, pero si puedo ceñirme a las novelas góticas…

– Novelas góticas y escabrosas -puntualizó Olivia.

– Eso es -convino Harry-. Me… ¡oh! Discúlpame, nuestro invitado acaba de llegar.

– Nuestro invitado… -Olivia miró a un lado y al otro, parpadeando confusa-. ¿Hay alguien más aquí?

– Lord Rudland -dijo Harry, saludando con un respetuoso movimiento de cabeza hacia la ventana que estaba debajo y a la izquierda de la de Olivia.

– ¿Papá? -Olivia miró hacia abajo, sorprendida. Y quizá también un poco abochornada.

– ¿Olivia? -Su padre se asomó a la ventana, girando torpemente la parte superior del cuerpo para verla-. ¿Qué haces?

– Eso mismo iba a preguntarte yo -confesó ella; el desconcierto de su voz suavizó su tono impertinente.

– He recibido una nota de sir Harry solicitando mi presencia en esta ventana. -Lord Rudland volvió a girar el cuerpo para mirar a Harry-. ¿De qué va todo esto, joven? ¿Y por qué está mi hija asomada a su ventana como una verdulera?

– ¿Está aquí mamá? -preguntó Olivia.

– ¿Tu madre también está aquí? -bramó su padre.