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Pero entonces Geoffrey tuvo un acceso febril y murió. En cuanto se hizo evidente que su viuda no estaba encinta y que, por tanto, no había a la vista joven heredero alguno para salvar el condado de la devastación que suponía Sebastian Grey, el conde, viudo desde hacía tiempo, se había propuesto engendrar un nuevo heredero para el título y con ese fin deambulaba ahora por Londres en busca de una esposa.

Lo que quería decir que nadie sabía muy bien qué pensar de Sebastian. O era el heredero irresistiblemente guapo y atento de un antiguo y acaudalado condado, en cuyo caso era sin duda el mayor trofeo del mercado marital, o era el chico irresistiblemente guapo y atractivo sin herencia, en cuyo caso podía ser la peor pesadilla de una matrona de la alta sociedad.

Aun así lo invitaban a todas partes. Y lo sabía todo de la sociedad londinense.

Razón por la cual Harry sabía que obtendría una respuesta cuando preguntó:

– ¿El conde de Rudland tiene una hija?

Sebastian lo contempló con una expresión que la mayoría interpretaría como hastío, pero que Harry sabía que significaba «zoquete».

– Naturalmente que sí -dijo Sebastian. Harry decidió que lo de «zoquete» estaba implícito-. ¿Por qué? -inquirió.

Harry lanzó una mirada furtiva hacia la ventana, aunque ella no estaba allí.

– ¿Es rubia?

– Completamente.

– ¿Bastante guapa?

A Sebastian se le escapó una pícara sonrisa.

– Más que eso, a juzgar por la mayoría de los cánones de belleza.

Harry frunció las cejas. ¿Qué demonios hacía la hija de Rudland observándolo con tanta atención?

Sebastian bostezó sin molestarse en disimular, pese a que Harry lo fulminó con la mirada.

– ¿Alguna razón concreta para este repentino interés?

Harry contempló la ventana de Olivia, que ahora sabía que estaba en la segunda planta, la tercera por la derecha.

– Me está observando.

– Lady Olivia Bevelstoke te está observando -repitió Sebastian.

– ¿Ése es su nombre? -musitó Harry.

– No te está observando.

Harry se volvió.

– ¿Cómo dices?

Sebastian se encogió bruscamente de hombros.

– Lady Olivia Bevelstoke no te necesita.

– Yo no he dicho que me necesite.

– El año pasado recibió cinco proposiciones de matrimonio, que se habrían duplicado si no hubiera disuadido a varios caballeros antes de que hicieran el ridículo.

– Para no interesarte los chismes sabes mucho.

– ¿He dicho alguna vez que no me interesen? -Sebastian se acarició la barbilla fingiendo seriedad-. ¡Qué mentiroso soy!

Harry lo fulminó con la mirada, luego se puso de pie y anduvo tranquilamente hasta la ventana, ahora que lady Olivia se había ido.

– ¿Pasa algo emocionante? -susurró Sebastian.

Harry lo ignoró, moviendo ligeramente la cabeza hacia la izquierda, aunque no es que eso sirviera mucho para mejorar su ventajosa posición. Aun así ella había ceñido la cortina más de lo habitual con la abrazadera y de no ser porque el sol centelleaba contra el cristal, habría gozado de una buena vista de su habitación. Por el momento la mejor, sin duda.

– ¿Está ella ahí? -preguntó Sebastian, su voz burlonamente trémula-. ¿Te está observando en este momento?

Harry se giró y acto seguido puso los ojos en blanco al ver que Sebastian sacudía las manos en el aire, doblando los dedos con extraños movimientos como si estuviese intentando ahuyentar un fantasma.

– Eres un idiota -dijo Harry.

– Pero un idiota guapo -repuso Sebastian, volviendo a repantigarse de inmediato-. Y tremendamente atractivo. Eso me saca de muchos apuros.

Harry se giró y se apoyó lánguidamente en el marco de la ventana.

– ¿A qué se debe el honor?

– A que te echaba de menos.

Harry esperó pacientemente.

– ¿A que necesito dinero? -aventuró Sebastian.

– Eso es mucho más probable, pero sé de buena tinta que el martes pasado le aligeraste el billetero a Winterhoe soplándole cien libras.

– ¿Y dices que no estás al tanto de los cotilleos?

Harry se encogió de hombros. Se enteraba de lo que le convenía.

– Fueron doscientas, para que lo sepas. Y habrían sido más, si no hubiese aparecido el hermano de Winterhoe y se lo hubiese llevado a rastras.

Harry no hizo comentarios. No les tenía mucho cariño a Winterhoe ni a su hermano, pero no pudo evitar compadecerse de ellos.

– Lo siento -dijo Sebastian, interpretando correctamente el silencio de Harry-. ¿Qué tal está el joven cachorrillo?

Harry miró hacia el techo. Su hermano menor, Edward, seguía en la cama, era de suponer que durmiendo cualquier exceso que hubiera cometido la noche anterior.

– Todavía me odia. -Se encogió de hombros. La única razón por la que Harry se había mudado a Londres era para cuidar de su hermano pequeño, y Edward detestaba haber tenido que doblegarse a su autoridad-. Ya madurará.

– ¿Estás aplicándole mano dura o simplemente haces de amigo?

Harry sintió que asomaba a sus labios una sonrisa.

– Creo que hago el papel de amigo.

Sebastian se repantigó aún más en la silla y dio la impresión de que se encogía de hombros.

– Yo sería más bien duro.

– Y yo diría que no es asunto tuyo -musitó Harry.

– ¡Para el carro, sir Harry! -lo reprendió Sebastian-. Ni que hubiese seducido a una inocente.

Harry contestó a esa frase con un movimiento de cabeza. Pese a que aparentaba todo lo contrario, Sebastian conducía su vida conforme a cierto código ético. No era un código que la mayoría de la gente aprobara, pero ahí estaba. Y si alguna vez había seducido a una virgen, desde luego no lo había hecho adrede.

– Me he enterado de que la semana pasada le diste una paliza a alguien -dijo Sebastian.

Harry cabeceó indignado.

– Se pondrá bien.

– Eso no es lo que he preguntado.

Harry se puso de espaldas a la ventana para mirar directamente a Sebastian.

– De hecho, no has preguntado nada.

– Muy bien -dijo Sebastian con exagerada concesión-. ¿Por qué golpeaste a ese joven hasta hacerle papilla?

– No fue así -contestó Harry malhumorado.

– Tengo entendido que lo dejaste inconsciente.

– Eso lo consiguió él solito. -Harry sacudió la cabeza furioso-. Estaba completamente borracho. Le di un puñetazo en la cara. A lo sumo adelanté diez minutos su desmayo.

– No es propio de ti golpear a otro hombre si no te ha provocado -dijo Sebastian en voz baja-, aun cuando haya bebido demasiado.

Harry tensó la mandíbula. No estaba orgulloso del episodio, pero tampoco lograba lamentarlo.

– Estaba molestando a alguien -dijo con tensión. Y eso era cuanto iba a decir. Sebastian lo conocía suficientemente bien para saber lo que eso significaba.

Sebastian asintió pensativo, luego soltó un largo suspiro. Harry interpretó con eso que dejaría el tema y regresó a su escritorio, mirando subrepticiamente hacia la ventana.

– ¿Está ahí? -preguntó de pronto Sebastian.

Harry no fingió entenderlo mal.

– No. -Se volvió a sentar y localizó el punto del documento en ruso donde se había quedado.

– ¿Está ahí ahora?

Esto se estaba volviendo sorprendentemente aburrido por momentos.

– Seb…

– ¿Ahora?

– ¿Por qué estás aquí?

Sebastian se incorporó un poco.

– Necesito que el jueves vayas al recital de las Smythe-Smith.

– ¿Por qué?

– Le he prometido a alguien que iría, y…