– ¿A quién se lo has prometido?
– Eso no importa.
– A mí sí que me importa, si estoy obligado a ir.
Sebastian se ruborizó ligeramente, siempre un acontecimiento gracioso por inusual.
– Muy bien, se trata de mi abuela. La semana pasada me acorraló.
Harry gruñó. De haber sido cualquier otra mujer, habría podido zafarse. Pero una promesa a una abuela… eso había que mantenerlo.
– Entonces, ¿irás? -preguntó Sebastian.
– Sí -dijo Harry con un suspiro. Detestaba estas cosas, pero por lo menos en un recital uno no tenía que pasarse la velada dando conversación para quedar bien. Podría sentarse en su butaca, no decir palabra y si tenía aspecto de aburrirse, en fin, los demás también lo tendrían.
– Magnífico. ¿Le…?
– Espera un momento. -Harry se volvió a él con recelo-. ¿Por qué me necesitas? -Porque lo cierto era que Sebastian difícilmente carecía de don de gentes.
Sebastian se removió incómodo en su asiento.
– Sospecho que mi tío estará allí.
– ¿Desde cuándo te da eso miedo?
– No me da miedo. -Seb le lanzó una mirada de absoluta indignación-. Pero es probable que la abuela trate de poner fin al distanciamiento y… ¡oh, por el amor de Dios, qué importa eso! ¿Irás o no?
– Naturalmente que sí. -Porque la verdad es que no lo había puesto en duda. Si Sebastian lo necesitaba, él estaría ahí.
Sebastian se levantó y cualquier angustia que hubiera podido sentir había desaparecido, siendo reemplazada por su acostumbrada despreocupación.
– Te debo una.
– Me debes tantas que he dejado de contarlas.
Seb se rio al oír eso.
– Iré a despertar al cachorrillo por ti. Hasta yo creo que es una hora indecorosa para estar aún en la cama.
– Adelante. Eres lo único que tengo que Edward respeta.
– ¿Que respeta?
– Que admira -corrigió Harry. En más de una ocasión Edward había expresado su incredulidad por el hecho de que su hermano (al que encontraba aburrido en extremo) tuviera una relación tan estrecha con Sebastian, su modelo a imitar en todos los aspectos.
Sebastian se detuvo en la puerta.
– ¿Sigue estando el desayuno en la mesa?
– ¡Largo de aquí! -exclamó Harry-. Y cierra la puerta, ¿quieres?
Sebastian obedeció, pero aun así su risa resonó por toda la casa. Harry cerró el puño con impotencia y devolvió la mirada hacia su escritorio, donde los documentos rusos permanecían intactos. Tenía únicamente dos días para concluir este trabajo. Menos mal que la chica (lady Olivia) había salido de su habitación.
Al pensar en ella, Harry levantó la vista, pero sin la cautela habitual, puesto que sabía que no estaba ahí.
Sólo que sí estaba.
Y esta vez seguro que ella se dio cuenta de que él la había visto.
Capítulo 2
Olivia se puso a cuatro patas, el corazón le martilleaba. Él la había visto. Seguro que la había visto. Lo había detectado en su mirada, en el brusco giro de su cabeza. ¡Santo Dios! ¿Cómo lo explicaría? Una joven distinguida no espiaba a sus vecinos. Cotilleaba a sus espaldas, inspeccionaba el corte de sus abrigos y la calidad de sus carruajes, pero en ningún caso los espiaba desde la ventana.
Aun cuando se comentara que un vecino era un posible asesino.
Cosa que Olivia seguía sin creerse.
Sin embargo, dicho eso, estaba claro que sir Harry Valentine se traía algo entre manos. Esta última semana su comportamiento no había sido normal. No es que ella pudiese asegurar a ciencia cierta qué era normal en él, pero tenía dos hermanos. Sabía qué hacían los hombres en sus despachos y estudios.
Sabía, por ejemplo, que la mayoría de los hombres no pasaba en ellos un mínimo de 10 horas al día, como al parecer hacía sir Harry. Y sabía que cuando pisaban casualmente sus despachos, normalmente era para evitar entrar en contacto con el otro sexo, y no, como en el caso de sir Harry, para dedicarse a estudiar detenidamente papeles y documentos.
Olivia habría dado sus colmillos y quizás un molar o dos por saber qué decían aquellos papeles. Todos los días sir Harry se pasaba la jornada entera ahí sentado frente a su escritorio, estudiando con ahínco unos papeles sueltos. Algunas veces casi daba la impresión de que los estuviera copiando.
Pero eso no tenía sentido. Los hombres como sir Harry contrataban secretarias para esa clase de cosas.
Con el corazón todavía acelerado, Olivia levantó la vista, valorando su situación. No es que levantar la mirada sirviese de algo; la ventana seguía quedando por encima de su cabeza y en realidad era lógico que pudiera…
– No, no, no te muevas.
Olivia soltó un gruñido. Winston, su hermano gemelo (o, como a ella le gustaba pensar, su hermano pequeño exactamente por tres minutos), estaba de pie en el umbral de la puerta. O más bien apoyado con dejadez en el marco de ésta intentando aparentar que era el seductor despreocupado que ahora dedicaba su vida a intentar aparentar.
Frase que, gramaticalmente, había que reconocer que dejaba mucho que desear, pero que parecía describirle a la perfección. Llevaba el pelo hábilmente despeinado, la corbata cuidadosamente anudada y, sí, las botas se las había hecho el propio Weston, pero cualquiera que tuviera una pizca de sentido común podía ver que aún era un novato. Nunca había entendido por qué a todas sus amigas les hacían chiribitas los ojos y se volvían unas estúpidas de tomo y lomo en su presencia.
– Winston -dijo Olivia rabiosa, reacia a hacerle alharaca alguna.
– Quédate como estás -le dijo él, sosteniendo una mano al frente, con la palma hacia ella-. Sólo un instante más. Estoy intentando retener la imagen en mi memoria.
Olivia se mordió malhumorada el labio y se arrastró sigilosamente por el suelo pegada a la pared, alejándose de la ventana.
– Déjame adivinar -dijo Winston-. Te han salido ampollas en los dos pies.
Ella lo ignoró.
– Mary Cadogan y tú estáis escribiendo una nueva función de teatro en la que hacéis de ovejas.
Winston se merecía más que nunca una contestación, pero lamentablemente ella no había estado nunca en una posición menos adecuada para dársela.
– De haberlo sabido -añadió Winston-, me habría traído una fusta.
Olivia estaba casi bastante cerca de él como para morderle la pierna.
– ¿Winston?
– ¿Sí?
– Cállate.
Él se echó a reír.
– Te voy a matar -anunció ella, poniéndose de pie. Había bordeado la mitad de la habitación. Era imposible que sir Harry pudiese verla donde estaba ahora.
– ¿Con las pezuñas?
– ¡Oh, vale ya! -exclamó Olivia indignada. Y entonces se dio cuenta de que su hermano estaba entrando tranquilamente en el cuarto-. ¡Apártate de la ventana!
Winston se quedó helado, luego se giró y la miró sorprendido, con las cejas arqueadas.
– Retrocede -dijo Olivia-. Eso es. Despacio, despacio…
Él fingió un movimiento hacia delante.
A Olivia le dio un brinco el corazón.
– ¡Winston!
– En serio, Olivia -dijo él, volviéndose y poniéndose en jarras-. ¿Qué estás haciendo?
Ella tragó saliva. Algo tendría que decirle. La había visto reptando por la habitación como una idiota. Esperaría una explicación. ¡Sabe Dios que ella lo haría, de estar los papeles invertidos!
Pero quizá no tuviera que decirle la verdad. Tenía que haber alguna otra explicación para sus acciones.
Razones por las que podría arrastrarme por el suelo
y necesitar apartarme de la ventana.
No. No tenía ninguna.
– Es por nuestro vecino -dijo Olivia, recurriendo a la verdad, ya que, dada su posición, no tenía alternativa.
Winston giró la cabeza hacia la ventana. Lentamente y con todo el sarcasmo que un movimiento lateral de cabeza podía transmitir.