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– ¿La inseminación artificial? Con el esperma de Reed, por supuesto.

– Me he estado tomando la temperatura.

– Eso es bueno. Levanta las caderas, y no te muevas durante media hora después.

– De acuerdo.

– Brandon no lo sabe, pero yo me tomé la temperatura durante seis meses antes de quedar embarazada de Lucas, y sabía exactamente en qué momento estaba ovulando.

La conversación con Heather la estaba tranquilizando.

– En cuanto a las alternativas, si no funciona nada, tomaremos tus óvulos y el esperma de Reed y lo implantaremos en mi útero.

– ¿Qué?

– Seré tu madre de alquiler.

– No puedes…

– Puedo, y lo haré -dijo Heather.

Elizabeth se emocionó. Dejó escapar un sollozo ante el ofrecimiento más generoso que un ser humano pudiera hacerle.

– Lizzy, tú eres mi cuñada, y te quiero. Y quiero que sepas que tienes muchas opciones antes de darte por vencida. ¿De acuerdo?

Elizabeth asintió sin poder hablar.

– Voy a tomar eso como un sí -dijo Heather.

– Yo también te quiero -susurró Elizabeth.

– ¿Podéis venir a visitarnos? ¿Le está permitido a Reed irse del estado?

La pregunta sorprendió a Elizabeth y la hizo reír.

– Sí.

– Bien. Hagamos un plan para vernos entonces.

– Claro…

– Oh, Lucas está llorando. Tengo que dejarte. ¡Os veremos pronto!

Elizabeth se quedó mirando el teléfono. Su cuñada era un ángel.

De pronto trató de imaginarse qué estaría haciendo Reed. O con quién estaría. Pensó en el consejo de Hanna. No era razonable pensar que él tenía una aventura.

Lo que era razonable era preguntarse si Reed iba a ir a cenar a casa.

Marcó el teléfono de su oficina y llamó a Reed.

La atendió Devon.

– Acaba de marcharse a una cena de negocios.

– ¿Sabes en qué restaurante?

Devon dudó.

– Yo…

Maldita sea. Era sospechoso.

– No importa. Sé cuál es. Lo he apuntado esta mañana -mintió-. Creo que era Reno's, o quizás The Bridge…

– Alexander's -dijo Devon.

– Oh, sí, Alexander's. Gracias -dijo Elizabeth tan animadamente como pudo.

Elizabeth decidió llamar a «su chófer» y darle alguna utilidad.

El hombre apareció inmediatamente.

– ¿Cómo haces para venir tan pronto? -preguntó Elizabeth cuando lo vio después de colgar.

– Estaba aquí al lado.

– ¿Al acecho?

– Algo así…

– ¿Es eso lo que haces?

– ¿Cómo, señora?

– Cuando no estás conduciendo, ¿simplemente estás al acecho en el edificio?

– A veces lavo el coche -él la acompañó al ascensor.

– ¿Y disparas a los tipos malos?

Joe apretó el botón del ascensor sin contestar.

– Sé que tienes un arma -insistió.

– Porque ésta es la ciudad de Nueva York. Es peligrosa.

Apareció el ascensor y él la invitó a que entrase primero.

– Sé que no eres chófer.

– Soy chófer, señora.

– Elizabeth.

– Señora Wellington.

– Sé que eres mi guardaespaldas.

Él no contestó.

– Deduzco que no puedes confirmar ni negar que eres mi guardaespaldas, ¿no?

Atravesaron la entrada.

– ¿Adonde quiere ir? -preguntó Joe con tono profesional.

– Fingiré que no lo sé. Pero creo que tú y yo deberíamos ser sinceros el uno con el otro.

– ¿La llevo a cenar a algún sitio?

– ¿No hay una relación especial entre guardaespaldas y protegido? ¿Una que exige completa sinceridad?

– ¿A visitar a alguna amiga?

– A espiar a mi marido.

Joe se quedó inmóvil.

– ¿Es un conflicto de intereses para ti? -preguntó Elizabeth.

– No -contestó Joe y siguió caminando.

– Bien. Vamos al restaurante Alexander's, por favor.

Reed se detuvo en el vestíbulo de Alexander's y se alegró de que el informante de Selina tuviera razón.

En el reservado separado parcialmente por una columna estaba el senador Kendrick. Estaba flanqueado por dos mujeres jóvenes. No era de extrañar. El senador tenía fama de mujeriego. No era que a Reed le importase. Su vida privada era cosa suya.

Reed pasó por al lado del maître y fue en dirección a Kendrick antes de que éste lo viera.

– Buenas noches, senador -dijo sin esperar que lo imitase.

Se metió en el reservado y se puso al lado de la mujer rubia.

El senador lo miró con expresión insegura. La mujer sonrió.

Vino el camarero y le preguntó:

– ¿Le apetece una copa, señor? ¿Vino?

– Un Macallan de dieciocho años -respondió Reed-. Con un cubito de hielo.

El camarero asintió.

– Reed… -dijo Kendrick con un asentimiento de la cabeza.

– ¿Ha vuelto de Washington, entonces, senador? -preguntó Reed.

– Esta tarde.

– He intentado ponerme en contacto con usted varias veces.

– Recibí tus mensajes.

– ¿Y?

– Y mis abogados me aconsejaron no hablar públicamente del tema.

– Por el contrario, mis abogados me aconsejaron que lo convenciera para hablar públicamente del tema.

Kendrick frunció el ceño.

– Me ha sorprendido leer lo de Hammond y Pysanski -Reed miró al senador, un hombre en quien había confiado durante años.

– A mí también.

– ¿Hay algo que yo debería saber? -preguntó Reed.

– ¿Quieres que vayamos al aseo un momento, Michael? -preguntó la mujer morena.

– No, el señor Wellington no se quedará mucho tiempo.

El camarero dejó la bebida de Reed encima del mantel blanco.

– ¿Es Reed Wellington? -preguntó la mujer rubia.

– El mismo -respondió Reed con una sonrisa de cortesía.

– Lo he visto en el periódico esta mañana. Es mucho más apuesto en persona -agregó la mujer.

Reed tomó un sorbo de whisky y miró a Kendrick.

– ¿Tiene algo que ocultar? -preguntó.

– ¿Qué crees?

– Creo que Hammond y Pysanski han dado un giro inesperado a los acontecimientos.

– ¿Eso me hace culpable? -preguntó el senador

– Eso me hace parecer culpable a mí -dijo Reed.

– Si tú vas a la cárcel, yo voy detrás.

– Trent afirma que es mucho mejor que demos la cara.

Kendrick agitó la cabeza.

– No quiero cerrar ninguna puerta.

– ¿Qué me dices de lo otro?

Reed no necesitaba mencionar el asesinato y el chantaje para que Kendrick comprendiera.

– Quiero que mi familia esté a salvo y cuanta más información pueda dar usted… -dijo Reed.

– Yo no puedo ayudarte en eso -replicó Kendrick.

Pero Reed notó algo en la mirada de Kendrick que lo hizo sospechar. ¿Estaría el Organismo regulador para el mercado de valores en la pista de algo?

Reed se bebió el whisky y agregó:

– Esto no va a gustar a mi cuadro directivo.

– Sí -dijo Kendrick-. Porque perder la contribución a la campaña de Wellington International es mi mayor preocupación ahora mismo.

– ¿De verdad tiene una preocupación mayor ahora mismo?

– ¿Te refieres a otra cosa que no sean los cargos del Organismo regulador?

– Cargos de los cuales somos inocentes -dijo Reed mirándolo fijamente para ver su reacción.

– Como si eso importase. Lee los periódicos, sigue las noticias… ¿Quién no quiere ver a un senador corrupto y a un millonario ir a la cárcel?

– ¿Sí? Bueno, yo creo que las posibilidades de ir a la cárcel disminuyen notablemente si no cometes un delito.

– Esa ha sido siempre mi primera línea de defensa -dijo Kendrick.

– Entonces, deje que Trent grabe sus afirmaciones.

Kendrick agitó la cabeza.

– No puedo hacerlo.

– Voy a averiguar por qué -le advirtió Reed.

Esperó un momento. Pero Kendrick no respondió.

Entonces Reed deslizó su vaso hacia el centro de la mesa y se puso de pie.