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Elizabeth se sentó en un sofá.

– He estado hablando con Collin -empezó a decir-. Collin cree… Bueno, por Lucas…

Ella sintió un nudo en el estómago. ¿Reed iba a pelear por la custodia de Lucas? «¡No, por Dios!», pensó ella.

– Por el bien de Lucas, y por el juicio, para tener más oportunidad de ganar contra los Vance, deberíamos seguir juntos hasta que se consiga la custodia. Tres semanas.

Elizabeth se quedó sin habla.

¿Juntos pero sin estar juntos?, se preguntó.

– ¿Elizabeth? -Reed la miró.

– Yo…

Sería horrible verlo todos los días sabiendo que su relación estaba muerta.

– No puedo -respondió.

– Lo sé. Eso es lo mismo que le he dicho a Collin.

Elizabeth se sintió aliviada de que él estuviera de acuerdo con ella.

– Pero tenemos que seguir juntos -agregó Reed fijando sus ojos azules en ella.

Él se acercó a ella y se agachó.

– Si nos separamos, los Vance conseguirán lo que quieren. Su abogado usará nuestra separación para ganar el caso. Eso pone en riesgo a Lucas, Elizabeth.

Ella cerró los ojos. Deseó correr a los brazos de Reed para que la consolase y le dijera que todo iba a ir bien.

– Dormiré en el sofá -dijo Reed. Como habían arreglado la otra habitación para Lucas, no había ninguna otra libre para él.

– Yo puedo dormir en el sofá -dijo ella.

Reed agitó la cabeza.

– Tú necesitas descansar. Tienes un bebé de quien ocuparte.

– ¿Y tú no tienes nada que hacer? -saltó ella-. Tú tienes una corporación que dirigir, cargos delictivos contra los que defenderte y un chantaje.

– Somos bastante patéticos, ¿no?

Ella frunció el ceño. No podía tomárselo con humor.

– Lo siento -él movió su mano hacia la cara de ella, pero se detuvo a tiempo-. Voy a volver a la oficina. Probablemente llegue tarde.

Elizabeth lo observó marcharse. Y no se movió hasta que lloró Lucas.

Entonces hizo un esfuerzo, y encontró una sonrisa para el bebé. Lo cambió y le dio el biberón con cereales. Y juntos construyeron una torre de ladrillos en el suelo del salón y miraron dibujos animados.

Rena se tomaba los fines de semana libres, así que Elizabeth recogió y lavó todo lo de Lucas. Y para cuando le dio el baño, lo acostó, puso una lavadora con su ropa, y preparó los biberones para la mañana siguiente, estaba rendida.

Se puso un camisón y se sentó en el sofá. A pesar de las protestas de Reed, dormiría en el sofá. Se sentía menos sola allí que en la cama grande.

Suspiró y pensó en Reed. No le quedaba más alternativa que separarse. Compartir con él una porción tan pequeña de su vida era peor que no compartir nada.

Cuando oyó el ruido de la llave en el cerrojo, Elizabeth cerró los ojos, fingiendo estar dormida. Lo oyó acercase, quedarse inmóvil y respirar profundamente. Luego se movió a un lado del sofá.

– ¿Elizabeth?

Ella no contestó.

– Sé que estás despierta.

¿Cómo lo sabía?

Ella lo oyó agacharse a su lado.

Sorprendentemente, había un toque de humor en su voz.

– Cuando estás dormida, roncas.

Ella abrió los ojos.

– Yo no ronco -dijo.

– Es un ronquido muy suave, muy de dama, pero definitivamente, roncas.

– Estás mintiendo.

Él miró su cuerpo.

– ¿Qué estás haciendo, Elizabeth?

– Estoy durmiendo.

– Mi esposa no va a dormir en el sofá. Ella se incorporó.

– Bueno, tú eres muy alto, yo apenas quepo -respondió.

Ambos se miraron.

– Tenemos que compartir la cama -dijo él finalmente.

– No podemos compartir la cama.

– Es una cama grande. Yo me quedaré en mi lado, y tú en el tuyo.

Ella agitó la cabeza.

– Eso es una locura.

– ¿Hay algo de esta situación que no sea loco? -preguntó él.

Ella no pudo responder.

Reed la agarró por debajo de los hombros y las piernas.

– ¡Reed!

Reed la levantó.

– Necesitas dormir. Y yo también. Y hay un solo modo de lograrlo -Reed empezó a ir en dirección al dormitorio.

Ella se sintió cómoda envuelta en sus brazos. Tenía que hacer un esfuerzo para no derretirse.

Reed se detuvo al lado de la cama. No la dejó en el suelo inmediatamente, sino que la miró a los ojos durante un largo momento, haciéndola desear todo lo que no podía desear.

– Que duermas bien -murmuró finalmente, y la dejó en la cama.

En segundos desapareció, yéndose al cuarto de baño adjunto. Ella oyó el ruido de la ducha y del ventilador.

Y Elizabeth hundió la cara en la almohada y sollozó, frustrada.

Capítulo Once

Elizabeth se despertó en el silencio. Y le costó un segundo darse cuenta de por qué tenía aquel nudo en el estómago. Luego lo recordó. Reed se iba a marchar, y volvió a sentir dolor.

La luz del día se filtró entre las cortinas de la habitación.

Ella se sintió confusa. Generalmente la despertaba Lucas a las siete de la mañana. Miró el reloj de la mesilla, y descubrió que eran casi las diez.

¿Qué pasaba con Lucas?

Saltó de la cama y corrió por el pasillo hacia el dormitorio del niño.

Sintió pánico al ver que Lucas no estaba allí. Pero de pronto lo oyó, el gorjeo del bebé y la voz de Reed.

– El truco es asegurarte de que la base es sólida. Eso quiere decir que los ladrillos rojos van primero.

Lucas gorjeó en aparente acuerdo, totalmente concentrado en el juego.

Elizabeth caminó por el pasillo. Se quedó en la entrada un momento mirando la torre de colores antes de que Reed la viese.

– Buenos días -dijo él, manteniendo su atención en Lucas y los ladrillos.

– Podría haber… -empezó a decir ella.

– Estabas cansada. No hay problema. No pensaba ir a la oficina hoy.

Elizabeth pestañeó, tratando de registrar sus palabras.

– He invitado a cenar a mis padres.

Ella sintió pánico.

– ¿Que has hecho qué? -preguntó.

¿Antón y Jacqueline en su casa? ¿En medio de aquello? Ella miró alrededor de la habitación desordenada.

– He invitado a cenar a mis padres -repitió él.

– ¿Por qué? Rena no está hoy. ¿Has pedido el servicio de un catering? -Elizabeth corrió a la cocina.

¿Estaba planchado el mantel bordado? ¿Tenían velas nuevas?

– Les he dicho que pediríamos una pizza

Elizabeth se quedó helada y lo miró.

– ¿Es eso una broma? -preguntó Elizabeth.

No estaba de humor.

– No es una broma. Quieren conocer a Lucas.

– ¿Piensas invitar a Anton y a Jacqueline a comer pizza?

Ellos eran los reyes de la sociedad de Nueva York.

– Se lo he advertido.

– No puedes hacer esto. Yo me voy a sentir mal. Van a pensar que soy la peor anfitriona del mundo. A ellos no les gusto ya…

No le importaba, puesto que ya no serían sus suegros.

– Te preocupas mucho -dijo Reed poniéndose de pie.

– No. No me preocupo lo suficiente.

– Pediré algo más para acompañar la pizza.

– De ninguna manera. Yo iré a Pinetta a comprar unos filetes. ¿Todavía tenemos aquel vino tan bueno en la bodega?

¿Dónde estaba su cartera?

Reed le agarró el brazo para detenerla.

– Estás en camisón -le dijo.

Elizabeth lo miró. Tomó aliento y dijo:

– Me cambiaré primero… por supuesto.

– No vas a cambiarte. Quiero decir, no vas a ir corriendo a comprar filetes. Les he dicho que habría pizza y les daremos pizza.

– ¿Por qué me haces esto? ¿Tanto me odias?

¿La estaba castigando por dejarlo?

Él la soltó inmediatamente.

– Yo no te odio, Elizabeth. Estás ocupada. Estás agotada. Y estás disgustada. He elegido este momento para oponerme a mi padre. Si quiere venir a visitar a Lucas sin avisar con tiempo, puede hacerlo, pero no habrá nada más que pizza y cerveza.