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– Es bonita. Si la consigues, ¿me la vas a dejar alguna vez? -dijo Hanna señalando las joyas con la cabeza.

– Claro…

Hanna agarró a Elizabeth del brazo y la apartó de la gente.

– Entonces, ¿lo hiciste o no?

Elizabeth asintió.

– ¿Qué sucedió?

– Se me fastidió.

– No entiendo. ¿Estaba dormido o algo así?

– Me puse una bata roja muy atrevida -Elizabeth omitió la parte de la moneda, porque no quería que Hanna supiera que no se fiaba de su opinión-. Luego lo sorprendí en su despacho.

– ¿Y? -preguntó Hanna.

– Y Collin estaba allí también.

Hanna se puso la mano en la boca para ocultar su sonrisa.

– ¡No te rías! -le advirtió Elizabeth-. Me quedé mortificada.

– ¿Estabas… indecente?

Elizabeth intentó recuperar la dignidad diciendo:

– No había desnudez evidente.

– ¿Te vio el trasero? -preguntó Hanna.

– No vio mi trasero. Era una bata. Era sexy, ¡pero cubría todo lo que hay que cubrir!

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Que intenté seducir a mi marido, y él se marchó a una reunión con Collin -Elizabeth buscó a Reed con la mirada y lo encontró conversando con Collin.

– Oh… -dijo Hanna comprendiendo.

– Sí. Oh. Al parecer, no soy irresistible como esperaba.

Hanna preguntó:

– ¿Qué dijo exactamente Reed?

Elizabeth respondió con tono brusco, aunque sabía que nada de aquello era culpa de Hanna.

– ¿Tengo que contarte todos los detalles?

– Por supuesto. Si no, ¿cómo vamos a aprender de ello?

– De acuerdo. Dijo «Tengo una reunión con Collin. Volveré dentro de una hora. Deberías ocuparte del menú de la fiesta de aniversario» -ella estaba empezando a odiar ese menú.

– Oh -susurró Hanna.

Elizabeth miró el salón principal.

– Vayamos al bar.

– Sí -respondió Hanna.

– Hay momentos en la vida en los que una mujer, definitivamente, necesita tomar un par de copas.

Miraron hacia el salón de baile principal. Elizabeth quería darse prisa y desaparecer, pero se vio obligada a caminar cuidadosamente con su vestido de fiesta plateado.

– Vannick-Smythe… -le advirtió Hanna en voz baja.

Elizabeth miró hacia su vecina cotilla, Vivian, y ésta la vio.

– Uh… Oh… Nos ha visto-dijo.

Hanna inclinó la cabeza.

– Finge que estamos totalmente sumergidas en la conversación.

– De acuerdo.

– Me sorprende que no haya traído a sus perros -dijo Hanna, refiriéndose a los perros de raza de Vivian Vannick-Smythe.

Los dos perros estaban constantemente al lado de su ama y hacían juego con el cabello teñido de la mujer.

– Supongo que no ha podido meterlos en la lista de invitados -especuló Elizabeth.

Hanna se rió.

– Oh… Aquí viene -dijo. Luego subió el tono de su voz al nivel de la conversación-. ¿Y qué piensas del golpe político de ayer en Barasmundi?

Elizabeth rápidamente se metió en el juego.

– No creo que una mujer pueda mantener el poder en Africa Occidental -resistió las ganas de mirar a Vivian, ya que la mujer se había detenido a su lado-. Pero si Maracitu gana las elecciones, podría conseguirse cierta estabilidad en el norte, quizás inspiraría a los líderes tribales a participar en las reglas democráticas.

Hanna era presentadora de noticias en la televisión, y una persona muy interesada por la política. Elizabeth suponía que su plan era hacer que la conversación fuera lo más inaccesible posible para Vivian.

Afortunadamente, a Elizabeth también le interesaba la política mundial. Era una de las razones por las que Hanna y ella se habían hecho tan amigas.

Hanna comentó:

– No sé de qué modo podría inclinarse por el voto constitucional el gobierno…

– Bueno, ciertamente no esperaba verte aquí -dijo Vivian Vannick-Smythe interrumpiendo las palabras de Hanna.

Elizabeth levantó la vista y vio los ojos de Vivian clavados en ella. Su tono hostil la tomó por sorpresa.

– Hola, Vivian.

– Como mínimo, deberías hacer algo para que parasen las especulaciones -dijo la mujer.

– ¿Qué especulaciones?

¿Sabía alguien que estaba intentando quedarse embarazada?

¿O era que Collin había divulgado su intento fallido de seducción?

– La investigación del Organismo regulador del mercado de valores, por supuesto -dijo Vivian con un brillo de triunfo en la mirada y una sonrisa cruel-. No sé en qué anda metido ese esposo tuyo. Y, por supuesto, no es asunto mío, pero cuando el Organismo regulador empieza a investigar…

– Vivian Vandoosen, ¿no? -Hanna se abrió camino entre ambas mujeres y extendió la mano, dando la oportunidad a Elizabeth de pensar en una respuesta.

Vivian miró a Hanna.

– Vannick-Smythe -la corrigió con voz imperiosa.

– Por supuesto -dijo Hanna-. Debe de haber sido un lapsus. Ya sabes cómo son estas cosas. Conozco a tanta gente importante en mi trabajo, que a veces los otros se me pierden un poco en esa mezcla.

En cualquier otra oportunidad Elizabeth se habría reído por aquella expresión insultante hacia Vivian. Pero aquella vez se había quedado preocupada por lo que había dicho su vecina.

– Me temo que tendrás que disculparnos -dijo Hanna, agarrando a Elizabeth del brazo para alejarla de Vivían.

– ¿De qué está hablando? -preguntó Elizabeth en voz baja cuando pasaron por la fuente en dirección a la puerta del patio.

– Pensé que sabrías… -dijo Hanna-. La noticia no saldrá hasta mañana.

Elizabeth se detuvo bruscamente.

– ¿Hay una noticia?

Hanna pareció incómoda.

– Bert Ralston está trabajando en ella ahora mismo.

Elizabeth abrió los ojos como platos cuando su amiga mencionó al periodista de investigaciones más famoso de los medios de comunicación.

– ¿Es tan importante?

Hanna asintió a modo de disculpa.

– Están haciendo una investigación relacionada con tu marido y Gage Lattimer por tráfico de información confidencial de los valores de mercado de Tecnologías Ellias.

Elizabeth se quedó sin habla.

– Vamos a tomar una copa -dijo Hanna.

– ¿Cómo…? Yo no… ¿Tráfico de información confidencial? Reed jamás haría algo deshonesto, estoy segura.

– ¿Cómo es que no lo sabes? -preguntó Hanna, deteniéndose frente al bar.

El camarero uniformado estaba detrás de una fila de copas burbujeantes.

– Dos martinis de vodka.

– Reed no me lo dijo.

Hanna asintió mientras el camarero mezclaba las bebidas.

– ¿De verdad?

– ¿Por qué no me lo ha dicho?

Hanna agarró las copas y le dio una a Elizabeth mientras se alejaban.

Elizabeth agarró el pie de la copa.

¿Su marido era sujeto de una investigación por un acto delictivo y no se había molestado en decírselo?

La noche anterior él le había dicho que no sucedía nada. Que se trataba de un asunto rutinario. Aunque Collin evidentemente sabía qué sucedía.

Los empleados de Reed sabían más que su esposa. Los medios de comunicación sabían más que ella. Hasta Vivian Vannick-Smythe sabía más que ella.

¿Cómo era posible que Reed la hubiera puesto en esa posición?

– ¿Se ha acabado mi matrimonio ya? -preguntó Elizabeth con un nudo en la garganta.

– Creo que esa pregunta vas a tener que hacérsela a Reed -dijo Hanna, tratando de elegir las palabras con cuidado.

Elizabeth tomó un sorbo de la fuerte bebida. Sintió que la determinación reemplazaba a la desesperación.

– Esa no es la única pregunta que le haré.

Estaban en su ático. Los ojos verdes de Elizabeth brillaban como esmeraldas cuando se dirigió a Reed.