– No hay necesidad del sarcasmo -dijo Paige fuertemente-. Tal vez tú estás acostumbrada a transportar cadáveres, pero yo no.
– Una vida segura. ¿Se supone que eres una bruja y nunca has tenido que matar a nadie?
La voz de Paige se apretó aún más-.Usamos métodos alternos de defensa.
– ¿Como qué? ¿Hacer hechizos para que sus atacantes tengan pensamientos felices? ¿Convertir sus armas en flores? ¿Paz y amor por todos?
– Yo habría usado un hechizo para atraparlo -dijo Paige-. Mantener al tipo vivo para luego interrogarlo. Wow. Esa es una idea novedosa. Si no lo hubieras matado, tal vez podríamos haber hablado con él.
– Oh, eso es cierto. Los hechizos para atrapar ultraeficientes de Paige. Te diré algo. La próxima vez que vea a un tipo apuntarte con un arma, te dejaré hacer las cosas a tu manera. Comienza tu invocación y ve si puedes terminar antes de que él te mate a tiros. ¿Es un trato?
Paige levantó el arma, la abrió, quitó un dardo de tranquilizante, y lo sostuvo -Nadie quería matarme.
– ¿Está seguro de eso? -preguntó una voz masculina.
Paige y yo brincamos. Incluso Ruth alzó la vista, asustada. En la esquina del dormitorio había un hombre vestido con el mismo traje negro que el muerto en el suelo. Era de altura y peso medios, con pelo castaño, pero no corto al estilo militar. Sólo un rasgo distinguible, una cicatriz fina que recorría desde la frente hasta la nariz me aseguraba que nunca había visto a este hombre antes. Eché un vistazo hacia la puerta del pasillo. Todavía estaba cerrada y con llave. La muda de ropa de Paige estaba colgada de ella. Entonces, ¿Cómo había entrado este tipo?
– Me alegra oír que no habrías matado al pobre Mark -dijo el hombre, sentándose en el borde de la cama, estirando las piernas y cruzando los tobillos-. Muy deportivo de tu parte. Supongo que lo que se dice de las brujas es verdadero. Tan desinteresadas, tan preocupadas por otros, tan increíblemente ingenuas.
Caminé hacia él.
– ¡No lo hagas! -silbó Paige.
– ¿Esta es el werewolf? -El hombre giró sus sucios ojos marrones hacia mí, en un vistazo lleno de satisfacción -. Mejor de lo que esperé. ¿Así pues, vienes, chica-lobo? ¿O tienes cosas físicas que hacer? -su sonrisa satisfecha se ensanchó.
Eché un vistazo a Paige y Ruth.
– Oh, ellas vienen también -dijo el hombre-. Pero no estoy preocupado por ellas. Sólo brujas, tú sabes. Harán lo que les digan que hagan.
Paige hizo ruido con su garganta, pero Ruth puso una mano refrenándola en su brazo.
– De modo que, ¿Nos secuestras? -Pregunté.
El hombre bostezó-. Eso parece, ¿verdad?
– ¿Qué significa esto para ti? -preguntó Paige.
– ¿Veamos? -El hombre me miró-. Esto son brujas para ti. Me hacen sentir culpable. Apelan a mi lado más amable, más suave. Lo cual podría funcionar, si yo tuviera uno, claro.
– ¿Entonces trabajas para Ty Winsloe? -dije.
– Oh, vamos, señoras. Y tanto como me gustaría charlar acerca de mis motivaciones y las posibilidades de los Yanquees en la Serie Mundial…
Embestí contra él, saltando los cinco pies entre nosotros. Mis manos sobresalieron, listas para agarrarlo por el pecho y volcarlo hacia atrás. Pero no lo hicieron. En cambio, golpeé el aire vacío y caí en la cama, enroscándome rápidamente y girándome antes del contraataque. Pero no vino. Giré para ver al hombre apoyarse en la puerta del dormitorio, con la misma expresión aburrida en su cara.
– ¿Es lo mejor que puedes hacer? -suspiró-. Gran desilusión.
Avancé hacia él, lentamente, con los ojos fijos en él. Cuando estuve lo bastante cerca para oír el latido de su corazón, me detuve. Él sonrió abiertamente otra vez y sus ojos chispearon con anticipación infantil, como un niño impaciente por comenzar un juego. Su garganta palpitó, palabras moviéndose hacia su boca. Antes de que él pudiera decir algo, balanceé mi pie derecho, enganché sus piernas, y tiré. Él cayó hacia atrás. Entonces desapareció, por un segundo cayéndose hacia atrás como un ladrillo, y al siguiente – no estaba allí. Simplemente no estaba.
– Inteligente -dijo él desde algún sitio detrás de mí.
Giré para verlo de pie en el cuarto de baño por junto al cadáver.
– Eres buena en esto-dijo él, una sonrisa iluminando sus ojos-. Me encantaría darte otra oportunidad, pero mis compatriotas ya están en camino. No puedo dejarles encontrarme jugando con el enemigo. No lo entenderían. Humanos.
Él se inclinó para coger el arma con el tranquilizante que Paige había dejado caer. Los labios de Ruth se movieron. El hombre se detuvo a mitad de alcanzarla, sus brazos podrían haberse flexionado y tocado el metal. Pero su mano no se movió.
– ¡Avancen! -dijo Ruth, tomando su monedero desde el suelo-. Esto no durará.
Paige corrió a través del cuarto, agarró mi brazo, y me arrastró hacia la puerta. Me sacudí y me volví hacia el hombre. Él estaba inmovilizado. No importaba si no durara. No necesitaba mucho tiempo. Avancé hacia él. Paige agarró mi brazo otra vez.
– ¡No hay tiempo! -dijo-. Él podría romperlo en cualquier segundo.
– Vete -dije.
– No -dijo Ruth.
Juntas me empujaron hacia puerta. Resistí, pero estaban claro que no irían a ninguna parte sin mí, y yo no tenía ningún interés en arriesgar la vida de nadie, incluida la mía. De modo que corrí hacía la escalera. Ellas me siguieron.
Habíamos bajado casi dos tramos de escaleras cuando oí sonido de pasos subiendo al fondo. Giré y empujé a Paige hacia atrás. Mientras corríamos a la salida del tercer piso, alguien gritó desde abajo. El sonido de pasos se volvió un rápido latido cuando se dirigieron hacia arriba tras nosotras.
Pasé por delante de Ruth y Paige y las conduje por el pasillo hacia la escalera de enfrente. Nuestros perseguidores estaban ya en el tercer piso cuando nos escapamos por la otra puerta. Hacia abajo por las escaleras. La salida de emergencia de la primera planta. Las alarmas resonaron.
Paige se dio vuelta hacia el norte. Agarré su brazo y la tiré hacia atrás.
– Esa es la calle -siseé, empujándola delante de mí cuando nos dirigimos al sur.
– Ellos no nos matarán a tiros delante de la gente -dijo detrás de mí.
– ¿Quieres apostar? ¿Cuánta gente crees que habrá ahí a las cuatro treinta de la mañana?
– Sólo corre -dijo Ruth-. Por favor.
Las alarmas parecieron alentar a los hombres. Tal vez alguien los detuvo. Yo no lo sabía y no me preocupaba. Todo lo que importaba era que corrimos hasta el final sur del callejón, giramos al Oeste, y estábamos a mitad de camino ese callejón antes de que pudiera oír a nuestros perseguidores saliendo del hotel, ladrando órdenes. El callejón Oeste se acabó. Nuestras opciones eran: el sur a un callejón sin salida o el norte hacia la calle. Con Ruth y Paige vestidas con camisones de noche, no estaba segura de que correr en dirección a la posible seguridad de la calle era una buena idea. Pero “el callejón sin salida” tenía una apariencia realmente siniestra. Entonces giré al norte y seguí corriendo. Realmente, “correr” era una exageración. Llámenlo un trote rápido. Mientras Paige lograba mantenerse a mi lado, obligar a su tía ya entrada en años a correr a mi paso normal habría sido tanto una sentencia de muerte como abandonarla allí.
Al salir a la calle, topamos con un callejón estrecho que iba hacia el Oeste y viré por él. Los hombres estaban rodeando ahora la esquina norte, su respiración pesada como el aullido de sabuesos tras nuestros talones. Me alegré de que Ruth y Paige no pudiesen oírlo. Delante, un contenedor de basura bloqueaba la ruta Oeste. Podía ver una vuelta al sur y supuse que había una vuelta hacia el norte también. No había. Peor aún, la bifurcación hacia el sur terminaba en una pared de 3 metros.
– Sobre el contenedor -susurré-. Brincaré y las levantaré.