Clay, Paige, Adam, y yo seguimos el camino de servicio por dos kilómetros, punto en el cual cambiamos nuestra dirección hacia el norte, alejándonos del complejo, lo que implicaba que teníamos que terminar el viaje con una difícil caminata de medio kilómetro a través de la espesa forestación. Una vez que estuvimos lo bastante cerca para ver el complejo, nos detuvimos y rodeamos el perímetro, quedándonos lo bastante lejos, al interior del bosque como para poder aún ser capaces de ver la planicie abierta que rodeaba el edificio. Miramos, escuchamos, y olimos buscando a alguien fuera de las paredes deel edificio. Según Clay, de acuerdo con sus observaciones anteriores, la gente venía afuera por tres motivos solos: fumar, alimentar los perros, y abandonar el lugar. Abandonar el lugar significaba conducir una de las cuatro SUVs aparcadas en un garaje cercano. Nadie se marchaba a pie y nadie iba a pasear al bosque. Estos tipos no eran amantes de la naturaleza. Nuestro paseo alrededor del perímetro confirmó que nadie estaba afuera.
Paso dos: Matar los perros.
Durante el anterior reconocimiento de Clay, él había encontrado la perrera. Estaba en un edificio ceniciento construido a treinta metros al interior del bosque, como si deliberadamente hubiera sido construida lejos del complejo para eliminar el ruido. Estos perros eran para rastrear y matar, no para hacer guardia. A medida que nos acercábamos a la perrera, yo podría entender por qué. Cada pocos minutos uno de los perros comenzaba un estruendo infernal, ladrándole a algo en el bosque, ladrándole a un compañero de celda, o sólo ladrando de espantoso aburrimiento. Aunque los perros no alertasen a nadie de nuestra presencia, aún así teníamos que deshacernos de ellos. Yo había visto lo que eran capaces de hacerme como lobo. No quería pensar cuanto daño podrían hacerme estando en forma humana. Una vez que los guardias comprendieran que estábamos en el complejo, alguien buscaría a los perros, y harían lo que habían sido entrenados para hacer, es decir, rasgarnos en partes.
Rodeamos la residencia por el sur, moviéndonos con el viento. El edificio medía veinte metros por diez con una valla a aproximadamente un metro. Tal como Clay había descubierto en su visita anterior, no haía guardias apostados en la perrera. Tampoco había ninguna medida de seguridad en el lugar para proteger a los animales. Sólo un candado de jardín aseguraba la puerta.
Una vez que estuvimo junto a la perrera, conté los perros separando sus olores. Tres. Mientras Clay, Adam, y yo nos arrastrábamos avanzando, Paige lanzó un hechizo de cobertura. Este era el mismo hechizo que Ruth había lanzado en el callejón de Pittsburgh, lo que significaba que éramos invisibles sólo si nos quedábamos quietos. Cuando nos movíamos, nuestras imágenes se deformaban, pero eran visibles. Eso funcionaba bien con los perros, confundiéndolo el tiempo suficiente para que Clay rompiera el candado y los tres pudiéramos entrar. Clay y yo matamos nuestros objetivos fácilmente, pero Adam se enredó con el movimiento que le habíamos enseñado. No era su culpa. La mayoría de las personas no son expertas en romper cuellos. El perro logró hacer cuatro surcos sangrientos en el brazo de Adam antes de que Clay terminara el trabajo. Paige trató de inspeccionar la herida, pero Adam se alejó de ella y ayudó a Clay a arrastrar los cadáveres de perro desde la perrera.
Paso tres: Inutilizar los vehículos.
Esto era una cosa que ni Clay ni yo podíamos hacer. ¿Por qué? Porque ambos somos tan mecánicamente inútiles que raramente le poníamos gas nosotros mismos al vehículo por miedo a meter la para de alguna manera y hacer que el coche se prendiera en llamas delante de nuestros propios ojos. Aquí estaba la posibilidad de Adam de compensar con el problema al romper el cuello del perro. Luego de que rompimos las cerraduras de las puertas, Adam abrió las capotas, tiró unos alambres y cosas metálicas, y declaró que los vehículos estaban inservibles. Todo lo que Clay y yo podíamos hacer era mirar. Peor aún, Paige aconsejó a Adam sobre unos modos de hacer el daño menos detectable, para que ni siquiera los guardias con inclinaciones mecánicas pudieran deducir rápidamente y arreglar el problema. No era que tuviera envidia. ¿A quien le importaba si podías cambiar el petróleo del motor cuándo podías romper el cuello de un rottweiler en 2.8 segundos? Esa sí era una habilidad práctica.
Paso cuatro: Entrar en el complejo.
Bien, ahora las cosas se ponían duras. En las películas, los héroes siempre entran en edificios aparentemente impenetrables por un conducto calentador o un eje de ventilación o la entrada de servicio. En la vida real, si alguien pasa por todo el fastidio de crear un sistema de seguridad complicado, no tienen unos ejes de ventilación de 3 x 3 metros asegurados sólo con una rejilla metálica y cuatro tornillos. A menos que fueran realmente, realmente estúpidos. Estos tipos no lo eran. Infiernos, ni siquiera tenían de esas aberturas de aire con un aspa girando, muy afilada que nos haría pedacitos si no pásabamos entre las láminas exactamente en el momento correcto. ¡No! Nada de ese tipo de diversión. Ni siquiera ventanas pasadas de moda. Sólo un camino hacia dentro y hacia afuera. La puerta principal.
Cuando Clay había explorado el complejo durante mi cautiverio, había descubierto que los guardias se unían en ese ritual sagrado de los trabajadores en todas partes -el paquete en común: los fumadores acérrimos condenados a acurrucarse juntos contra los elementos. Obviamente ni siquiera los infames proyectos secretos estaban libres de humo estos días. Habiendo determinado que había sólo un camino hacia el complejo, teníamos que pasar por el sistema de seguridad. Esto significaba que necesitábamos de una mano válida y retina. Ya que no necesitábamos de un par bueno de pulmones, uno de los fumadores funcionaría bien.
Nos colocamos en los bosques al lado de la puerta de salida y esperamos. Veinticinco minutos más tarde, dos guardias salieron y encendieron un cigarro. Clay y yo elegimos uno cada uno y lo matamos. Ningún guardia nos vio, quizás demasiado embelesados por esa primera inundación de nicotina. Habían terminado apenas un cuarto de sus cigarrillos antes de que los curáramos del hábito.
Arrastramos los cadáveres alrededor de treinta metros hacia los bosques. Entonces Clay dejó caer el suyo y sacó una bolsa de basura doblada de su bolsillo trasero.
– Él no va a caber en eso -dijo Paige.
Clay abrió la bolsa -Partes de él si cabrán.
– Tú no vas… -Paige palideció y yo casi pude ver los destellos de un incidente de “cabeza decapitada en la bolsa” pasando por su mente- ¿Por qué no puedes simplemente sostenerlo frente a la cámara de seguridad?
– Porque, de acuedo con Elena, tendremos que pasar más seguridad dentro, y si te gusta la idea de arrastrar dos-cadáveres-de-noventa-kilogramos, hazlo por favor.
– No veo por qué…
Adam comenzó a tararear. Como Paige giró para fulminarle con la mirada, reconocí la melodía.
– “Little Miss Can Be Wrong” [12] -murmuré… e intenté con fuerza sofocar la risa.
Adam sonrió abiertamente -Clay la llamó eso una vez cuando estabas lejos. Si ella comienza a hacerse la mandona, hay que cantarlo. La hace quedarse callada cada vez.
– Trata de cantarla otra vez y verás lo que pasa -dijo Paige.
La sonrisa de Adam se ensanchó -¿Qué vas a hacerme, convertirme en un sapo?
Paige pretendió no oírlo -¿Elena, sabías que una de las principales acusaciones contra las brujas durante la Inquisición era que causaban impotencia?
– Ummm, no -dije.
– No sólo impotencia psicológica sin embargo -dijo Paige-. Los hombres acusaban a las brujas de remover sus penes, literalmente. Ellos pensaban que los coleccionábamos en pequeñas cajas donde se movían y comían avena y el maíz. Incluso hay una historia en el Malleus Maleficarum sobre un tipo que fue a una bruja para pedir que le devolviera su pene. Ella le dijo que subiera a un árbol, donde encontraría algunos en el nido de un ave. Él lo hizo y, por supuesto, trató de tomar el más grande, pero la bruja le dijo que no podía tener ese porque pertenecía al sacerdote de la parroquia.