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– Por lo que dice, estaban ustedes muy unidos.

– Yo no diría tanto. Era una buena chica, y yo velaba por ella. Se lo había prometido a su padre. El señor Hale es el dueño de este edificio, es el dueño de la mitad de los edificios de por aquí, en Back Bay. Es un hombre muy poderoso.

«Eso es lo que oigo una y otra vez», se dijo Darby.

– ¿Trabaja aquí a jornada completa, señor Marsh?

– Sí, estoy yo y también hay otro chico, Porny… Dwight Pornell. Dwight trabaja normalmente en el turno de noche, pero su señora ha dado a luz un bebé y yo le he estado sustituyendo. Nosotros dos vemos a todo el que entra y sale del edificio, por eso está colocado aquí este mostrador, justo al lado de la puerta principal. Todos los visitantes que entran tienen que firmar aquí. -Para dar más énfasis a sus palabras, Marsh dio unos golpecitos en el registro de visitas de cuero que había abierto encima del mostrador-. Comprobamos los documentos de identidad y hacemos fotocopias. Aquí nos tomamos muy en serio la seguridad, señorita McCormick.

– ¿Cuánto tiempo hace que llevan ese registro?

– Desde el once de septiembre -contestó él-. Eso lo cambió todo. No puedes ir a ningún sitio sin firmar con tu nombre y enseñar tu documento de identidad.

– ¿Conservan todas las copias?

– Sí, señora.

– Las cámaras de seguridad -prosiguió Darby-. ¿Cuánto tiempo hace que las tienen?

– Las instalaron cuando el señor Hale rehabilitó el edificio en… ¿cuándo fue…? Ah, sí, en el noventa y seis, más o menos. Vigilan las puertas de acceso, la zona de reparto… Y tenemos una cámara en el interior del aparcamiento privado. Aquí nos tomamos la seguridad muy en serio.

– Eso ya me lo ha dicho antes, señor Marsh. ¿Hay algo que le preocupe y que no me haya contado?

– ¿Yo? No, yo sólo soy un humilde vigilante de seguridad. Ese colega suyo, el detective de portada de revista… ése creía que tal vez yo había tenido algo que ver con lo que le pasó a Emma. Dígame una cosa, ¿ha ido usted alguna vez por la calle con un microscopio en el culo?

– No, no lo creo.

– Bien, pues deje que le diga que no es nada cómodo ni agradable. Creo que si el detective Bryson le hubiese dedicado a la investigación el mismo esfuerzo que le dedica a preocuparse por cómo le queda el pelo ante las cámaras, habría encontrado a Emma. ¿Están ya más cerca de atrapar al hijo de perra que la mató?

– Seguimos varias pistas.

– Lo que, en argot policial, significa que no tienen una puta mierda.

– ¿Cuánto tiempo lleva usted retirado del cuerpo?

– Trabajé en la patrulla de Dorchester durante veinte años. Por eso me contrató el señor Hale. Este trabajo es un chollo: aquí no tengo que preocuparme por si el primer mierda al que paro con el coche me mete una pistola por el culo.

– Señor Marsh, dice usted que cambió las cerraduras del piso de Emma.

– Así es.

– ¿Tiene algún juego de llaves?

– El ático quedó en manos del señor Hale.

– No ha respondido a mi pregunta.

– Tengo una copia de las llaves, sí, pero no se permite el acceso a nadie. Lo siento, pero no puedo dejarle subir sin el permiso del señor Hale.

– Entonces, será mejor que lo llame por teléfono.

– El señor Hale no está en la ciudad.

– ¿Cómo lo sabe?

– Estuvo por aquí el miércoles o así y me lo mencionó de pasada.

– ¿A qué vino?

– Quería ir al apartamento de su hija.

– ¿Para qué?

– No lo sé, y no se lo pregunté. -Marsh se recostó en su silla y el muelle emitió un chirrido debido al peso de su cuerpo; el hombre entrelazó las manos por detrás de la nuca-. Oiga, ¿por qué no vuelve el lunes por la mañana y…?

– Me parece que no me he explicado con suficiente claridad -le cortó Darby-: necesito entrar en el apartamento de Emma esta noche.

– No tengo el número del señor Hale.

– Pero sí tendrá un número de emergencia al que llamar en caso de que surja algún problema.

– En el número que yo tengo, salta un contestador. ¿Cree usted que tengo su número privado? ¿Sabe cuánta gente trabaja para ese hombre? Vuelva el lunes.

– Puedo conseguir una orden de registro para dentro de una hora.

Marsh se fijó en la cicatriz disimulada con maquillaje de la mejilla de la investigadora. Darby sacó su teléfono móvil y empezó a marcar un número.

– Veré qué puedo hacer -dijo Marsh al fin, levantándose. Entró en el cuarto que había tras el mostrador y cerró la puerta.

Darby empezó a pasearse arriba y abajo por el vestíbulo, mientras escuchaba los aullidos del viento, al otro lado de la puerta principal. ¿Por qué le había puesto Marsh las cosas tan difíciles? ¿Sería porque era una mujer? Se preguntó si habría tratado igual a Tim Bryson. Tal vez Marsh actuase simplemente guiándose por lo que él creía que era mejor para su jefe.

Darby centró su atención en los monitores de seguridad. Una de las cámaras vigilaba la puerta de entrada principal, otras dos efectuaban un barrido por la calle, al menos eso parecía por lo poco que se veía, pues en esos momentos la nieve caía en ráfagas furiosas. Había otra cámara instalada encima de la puerta de una amplia plataforma de carga, probablemente la zona habilitada para la entrega de objetos voluminosos, como por ejemplo muebles. Las otras dos cámaras montaban guardia sobre la puerta del garaje y el aparcamiento en sí. Si el secuestrador de Emma había vuelto realmente a por el relicario, ¿cómo se las había arreglado para entrar sin ser visto?

Veinte minutos más tarde, Marsh salió de su oficina.

– El piso de Emma está en la planta quince -indicó, al tiempo que entregaba a Darby un juego de llaves.

– ¿Alarma?

Marsh echó un vistazo a la consola de un ordenador.

– Está desactivada. Creo que lleva apagada un tiempo.

– ¿Es eso raro?

– Recuerdo que el señor Hale ordenó que la apagaran cuando ustedes estuvieron entrando y saliendo del piso de Emma. Eso tendrá que hablarlo con él.

– ¿Ha hablado usted con él?

– No, he hablado con su ayudante, Abigail. Ha sido ella la que ha hablado con el señor Hale. Quiere que le diga que puede contar con su cooperación absoluta.

– Me gustaría tener el número de Abigail -dijo Darby-. Ya me lo dará cuando baje a devolverle las llaves.

Darby subió con el ascensor hasta la decimoquinta planta y salió a un rellano poco iluminado donde había dos puertas. Al fondo vio un montacargas que se usaba para la entrega de pedidos.

La puerta de Emma estaba a la derecha. Darby se bajó la cremallera del abrigo y se puso un par de guantes de látex. Examinó las dos cerraduras y no halló indicios de que hubieran sido forzadas. Abrió la puerta, buscó a tientas el interruptor y encendió la luz.

El hogar de Emma Hale consistía en dos plantas de suelos de madera clara de roble y ventanales que iban del suelo al techo. Darby se quedó apabullada ante la enorme cantidad de espacio: el salón principal, dos veces el tamaño de su propio piso, era de revista, absolutamente perfecto, desde los muebles y la alfombra de estilo moderno hasta los óleos inspirados en Jackson Pollock y las falsas estatuas griegas. Las encimeras de la cocina eran de granito negro, y en ella había también una cocina Viking de la serie profesional y un frigorífico Sub-Zero. No estaba nada mal para una estudiante de Harvard.

El aire estaba un poco enrarecido y la calefacción encendida, como si Emma fuese a volver de un momento a otro. Darby quería curiosear en las habitaciones para conocer un poco mejor a la chica, pero primero tenía que averiguar lo del relicario.

Lo más probable era que el dormitorio principal estuviese en la segunda planta, así que Darby subió la escalera de caracol. Había leído que el ático tenía cuatro habitaciones y dos baños, uno de ellos con jacuzzi y un televisor de plasma. Estaba a punto de enfilar hacia el pasillo cuando las luces se apagaron.