Walter se encaramó encima de Hannah y apoyó la cabeza en su pecho. Oyó el suave latido de su corazón. Cerró los ojos, sabiendo que podría quedarse allí para siempre, así, sin moverse, apoyado en su piel. Enterró la cara en la suavidad de su pelo.
– Te quiero, Hannah. Te quiero tanto…
Walter la besó en la mejilla e, incapaz de contener su dicha por más tiempo, dio rienda suelta a su llanto.
Capítulo 14
Darby se encontraba en el vestidor de Emma Hale, sujetando la foto que los de Identificación habían sacado al segundo joyero: sobre el fieltro rojo, entre los dos collares de diamantes, había un relicario antiguo con cadena de platino. Le pasó la foto a Bryson.
– He cotejado las fotografías con el inventario. Está todo aquí salvo el relicario. No hay ninguna duda de que el asesino de Emma volvió por él.
Bryson examinó la foto durante largo rato, con expresión a todas luces contrariada.
– Marsh ha sacado las cintas de seguridad de anoche -dijo Darby-. Ya las he empaquetado. Aquí sólo guardan las del último mes, el resto está en la oficina de seguridad de Hale, en Newton. Se supone que Hale regresará a su casa en algún momento del fin de semana, pero no quiero esperar tanto tiempo. Su ayudante personal es una mujer llamada Abigail; quiero hablar con ella y ver si podemos entrar en la oficina mañana por la mañana a primera hora.
Bryson devolvió la foto al interior de la pequeña caja de pruebas que había encima de una otomana de piel.
– Los coches patrulla siguen peinando la zona en busca del intruso, pero estoy seguro de que ya hace rato que se ha esfumado -explicó-. Darby, el hombre con el que te has encontrado aquí dentro… dices que tenía los ojos completamente negros…
– Así es, era como si tuviese delante una máscara de Halloween.
Al recordar aquellos ojos de nuevo, aunque fuese rodeada ya de luz, sintió un intenso escalofrío.
– No había electricidad -siguió diciendo Bryson-. Estaba todo oscuro, así que tal vez lo que viste…
– Los ojos de ese hombre eran negros, Tim. No tenían ningún otro color en absoluto: ni pupila, ni iris… nada, sólo negro. Todo lo que llevaba era negro: el abrigo y los zapatos, los pantalones, la camisa y los guantes. Mide entre metro ochenta y metro ochenta y cinco. Tenía la cara muy pálida y llevaba el pelo negro muy corto. No me costaría identificarlo en una rueda de reconocimiento.
– ¿Lo conoces?
– No. ¿Por qué?
– Él sabía tu nombre, te había visto en la tumba de tus padres -observó Bryson-. Me ha dado la sensación de que te conocía.
– No tengo ni idea de quién es ni de por qué estaba aquí.
– ¿Te resultaba familiar, aunque fuera vagamente?
– Te aseguro que si hubiese visto alguna vez a alguien así, me acordaría.
Darby sintió cómo la invadía una oleada de frío. Tenía las palmas de las manos húmedas, y se las metió en los bolsillos de los vaqueros.
– He hablado con Marsh -continuó-, jura no conocer a nadie que coincida con esa descripción.
– ¿Crees que dice la verdad?
– Mi instinto me dice que sí, pero eso no implica que no se le puedan apretar un poco las tuercas.
– Estoy de acuerdo. De momento, supongamos que el señor Marsh dice la verdad. Si ése es el caso, entonces el intruso no entró por la puerta principal, sino que halló otra forma de acceder al edificio. Dices que se marchó por la escalera de incendios.
– Ya he comprobado la ventana -dijo Darby-. No hay señales de que la haya forzado. Encontró otra manera de colarse, puede que la misma que descubrió el asesino de Emma. Dudo que alguno de los dos entrara por la puerta principal.
Bryson centró su atención en la caja de los fusibles.
– Debiste de sorprenderlo al subir la escalera. Seguramente desconectó la luz con la esperanza de que, al quedarte a oscuras, te marchases; eso al menos le habría dado tiempo suficiente para escabullirse. Luego se puso detrás de la puerta y esperó en el cuarto de baño. El problema es que tú ya lo habías visto. Te oyó llamar a la policía y se dio cuenta de que estaba atrapado.
– Es la misma conclusión a la que he llegado yo -señaló Darby-. ¿Ha contratado Jonathan Hale a alguien para que investigue la muerte de su hija?
– No, que yo sepa. No creerás que el hombre al que has visto trabaja para Hale, ¿verdad?
– Sólo trato de encontrar una explicación plausible para su presencia aquí.
– Si ese hombre trabajara para Hale, ¿por qué no te lo ha dicho? ¿A qué vendría tanto alboroto, tanto dramatismo?
– Buena pregunta -respondió Darby-. O trabaja para Hale o está investigando por su cuenta por razones que desconocemos.
– ¿Cómo estás tú?
– Estoy bien.
– Pareces un poco temblorosa.
– Me está bajando el subidón de adrenalina. Será mejor que me ponga a trabajar.
– Espera un momento. -Bryson cerró la puerta-. Creo que empezamos con mal pie el otro día, en el depósito.
– Olvídalo, no tiene importancia.
– No, prefiero aclarar las cosas. -Bryson se rascó la barbilla-. Escucha, me comporté como un capullo. ¿Que si me ha cabreado la forma en que se ha gestionado todo esto? Te mentiría si dijera que no, pero lo que me dijiste sobre querer quedarme con todos los laureles, eso es una estupidez. No busco la gloria, ni mucho menos. La prensa no deja de acosarme, publica mi nombre y mi foto en los periódicos. Eso no puedo controlarlo. Si tú me ayudas a encontrar a ese tipo, eso es lo único que importa.
– Bien, entonces estamos en el mismo barco.
– Dices que Hale tiene una asistente personal.
– Me lo comentó Marsh. Se llama Abigail; conseguiré su número.
– Yo lo haré.
– La verdad es que me gustaría echar un vistazo al sistema de seguridad.
Bryson abrió la puerta.
– Buen trabajo con lo del collar -la felicitó.
En el dormitorio principal había una serie de cómodas de estilo moderno y una bonita cama con canapé. Al igual que en el cuarto de invitados, los ventanales que iban del techo al suelo daban a la calle Arlington y a una parte de los jardines municipales. Darby se imaginaba lo que debía de ser acostarse todas las noches con aquella vista tan espectacular de la ciudad, y se preguntó si Emma Hale se habría tomado tiempo para apreciar las vistas y reflexionar sobre su buena suerte. Como muchas chicas ricas, seguramente la joven lo daba todo por sentado.
Darby era consciente de que albergaba cierto resentimiento hacia los ricos. Lo cierto era que no conocía de nada a Emma Hale. Puede que la chica sí apreciara su buena fortuna, puede que sí se sintiese agradecida. Darby sospechaba que su resentimiento tenía algo que ver con el comentario que le había hecho el intruso acerca de la costumbre de su madre de recortar cupones de descuento. Tras la muerte de Big Red, Sheila McCormick se había puesto a hacer turnos dobles en su trabajo de enfermera, y no sólo había conseguido dinero suficiente para que dispusieran de un techo sobre sus cabezas y llevar comida a la mesa todas las noches, sino que además había ahorrado hasta el último centavo extra para ayudar a Darby a pagarse los estudios en la universidad.
Coop estaba en el pasillo, haciendo un globo con la goma de mascar mientras los de Identificación tomaban una instantánea del arma, una Beretta.
– Aún lleva el número de serie -la informó Coop-. Con un poco de suerte, el rastro nos conducirá a alguna parte. ¿Le has echado un vistazo a la munición, por casualidad?
– No.
– Militar, bala perforante -dijo Coop-. Tienes suerte de que ese cabrón no intentara dispararte.
– Tengo que bajar. Cuando vuelva, quiero examinar el vestidor primero. Luego quiero comprobar el inventario de la CSU para ver si nuestro hombre se llevó algo más aparte del relicario.