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Una oleada de desesperación se apoderó de él. Su Santa Madre le recordó que Hannah nunca vería la mayor parte de aquellas cicatrices, sólo su cara.

Aun así, su cara requería mucho trabajo.

La maquilladora de Shriners había sido muy paciente y le había enseñado las mejores técnicas para ocultar lo que era en realidad.

En primer lugar, se aplicaba una hidratante especial para proporcionar oxígeno a la piel. Era muy importante dejar que el fármaco en crema actuase y penetrase en el tejido cicatricial, de modo que se sentó en la taza del váter y se puso a hojear el último número de Details.

Walter examinó los anuncios de apuestos modelos masculinos que posaban en ropa interior cara, o con vaqueros y camisetas bonitos, o con trajes. Para inspirarse, había pegado algunos de los anuncios en la pared de la sala de musculación.

Mientras pasaba la hojas de papel satinado y observaba aquellos rostros bronceados de mandíbula firme, narices perfectas y mirada penetrante, pensó que ojalá hubiese alguna tabla de ejercicios para mejorar la apariencia de su cara. Para eso dependía por completo del maquillaje.

Walter consultó su reloj; había pasado media hora. Dejó la revista en el suelo, se levantó y cogió los frascos que necesitaba del armario del baño.

Tardó mucho rato en untarse la base oleaginosa de maquillaje porque sólo disponía de una mano útil. Mientras se secaba, sacó un bote de gomina American Crew y se embadurnó el pelo negro con aquella sustancia de textura similar a la cera. La gomina confería a su pelo el mismo aspecto desenfadado y húmedo que había visto en las revistas. Le llevaba bastante tiempo, pero el resultado merecía la pena.

Para completar la transformación, empleó polvos compactos y se los esparció con una brocha.

Walter dio un paso atrás frente al espejo. El rostro que le devolvía la mirada bajo aquella luz implacable ya no daba tanto miedo. No era tan atractivo como los modelos de las revistas, pero tampoco resultaba aterrador. Ahora al menos parecía humano.

Walter repasó su aspecto unos minutos más, estudiando su cara desde distintos ángulos y dándose algunos toques finales en los lugares necesarios. Realizó una última comprobación para asegurarse de que el pelo le tapaba la oreja que le faltaba y luego se puso unos vaqueros Diesel y una camisa negra de manga larga. Se miró en un espejo de cuerpo entero que no le mostraba el reflejo de su cara y vio que estaba muy elegante. Se había vestido con mucho estilo. Se calzó un par de mocasines Coach negros y se dirigió abajo, a la cocina.

La puerta del sótano estaba abierta. Oyó llorar a Hannah.

Walter sintió unas ganas inmensas de acudir a consolarla, de abrazarla y decirle que todo iba a ir bien. Que no había sido su intención lastimarla. Lo que había ocurrido la noche anterior había sido un accidente.

María le dijo que dejara a Hannah en paz, que era mejor esperar. Le dijo que dejara a Hannah llorar y exteriorizar a gritos su miedo y su ira, expulsar todo aquello fuera de su cuerpo.

Walter necesitaba rezar para hacer acopio de fuerzas. Abrió la puerta del armario, se puso de rodillas y encendió las velas. Montones de estatuillas de la Santa Madre lo miraban con gesto enternecido, sonrientes, con los brazos abiertos, aceptándolo. Walter hizo la señal de la cruz, cerró los ojos y, con las manos unidas con fuerza, rezó una oración de acción de gracias a su Santísima Madre.

Capítulo 17

Era sábado por la mañana. Darby estaba frente a la ventana de su cocina, tomándose el café a sorbos mientras observaba el pesado avance de una máquina quitanieves por la calle Cambridge, bajo un cielo azul radiante. Según las noticias, la ventisca del día anterior había dejado más de medio metro de nieve en la zona norte y el este de Massachusetts. New Hampshire se había llevado la peor parte, con casi un metro de nieve en algunas áreas.

Coop seguía en la ducha. Darby consultó su reloj. Era casi mediodía, y se moría de ganas de ir al laboratorio a ver si el AFIS, el sistema de identificación automática de huellas dactilares del FBI, había encontrado alguna coincidencia para la única huella latente recogida en el joyero de Emma.

Habían pasado la noche anterior y buena parte de las primeras horas de la mañana examinando cada centímetro de la casa de Emma, prestando especial atención al vestidor y al cuarto de invitados por donde había escapado el intruso. La única prueba que había dejado el hombre era una pisada húmeda que Darby había recogido del suelo frente a la ventana.

¿Cómo habría conseguido entrar en el ático? Darby se preguntó si Bryson habría descubierto algo en las cintas de seguridad del edificio. Si encontraban al hombre en alguna de ellas, eso respondería a la pregunta de cómo había accedido al edificio, pero no explicaría qué hacía allí ni qué buscaba.

El número de serie de la Beretta los condujo hasta un hombre llamado Joshua Stein, de Chicago. Habían entrado a robar en su casa en 1998, y los ladrones se habían llevado varias piezas de cristal, el dinero en metálico que había en una caja fuerte y la Beretta. Cabía la posibilidad de que el hombre de la noche anterior fuese un ladrón, porque entrar sin ser visto en el apartamento de Emma no era tarea fácil, eso desde luego, pero lo más probable era que el hombre de los ojos extraños hubiese adquirido el arma en una casa de empeños. Algunos de los propietarios de esa clase de establecimientos mercadeaban de forma clandestina con armas robadas, como negocio paralelo para el que recurrían a contactos y personas de referencia. También era posible que el intruso hubiese comprado la Beretta de segunda mano en la calle o a través de algún proveedor privado. La lista de posibilidades era interminable: el arma era un callejón sin salida.

Con la salvedad del relicario, todos los demás objetos incluidos en la lista de la CSU se encontraban todavía en el interior del ático de Emma. Su secuestrador había vuelto para recuperar el relicario pero, por lo visto, no se había llevado nada más. ¿Se habría puesto guantes para no dejar huellas? ¿Habría tocado alguna otra joya? Coop tenía previsto pasar el resto del día examinando todas y cada una de las piezas en una de las cámaras con vapores liberados por Superglue para ver si el secuestrador había dejado alguna huella latente parcial. Si tenían suerte, encontrarían una y también una coincidencia en el sistema del AFIS.

Mientras se servía otra taza de café, Darby se concentró en la pregunta más relevante, la que destacaba por encima de las demás: ¿por qué, por recuperar un simple relicario, había corrido el secuestrador de Emma el riesgo de ser descubierto en su casa?

Darby no tenía una respuesta concluyente, pero sí distintas teorías, todas las cuales volvían a apuntar a su suposición original de que el hombre que había raptado a aquellas dos mujeres y las había mantenido con vida durante meses sentía, en el fondo, una profunda preocupación por ellas y por su bienestar.

Darby se llevó la taza de café a la sala de estar, de camino a su estudio. Coop ya no ocupaba el cuarto de baño. La puerta de su dormitorio estaba entreabierta. Avanzó por el pasillo en calcetines, y estaba a punto de llamar a la puerta para avisarlo de que el café estaba listo cuando vio a Coop, sin camisa, poniéndose los vaqueros.

Se dijo que, por pudor, debía apartar la vista, pero no pudo hacerlo. Mientras Coop se abotonaba los vaqueros bajo la luz del sol que se filtraba por las ventanas de su propio dormitorio, los músculos duros y bien cincelados de aquel torso y de su vientre trazaban unas ondulaciones perfectas bajo su piel pálida y suave. No costaba entender por qué tantas mujeres se fijaban en éclass="underline" el cuerpo musculoso y el contorno perfecto de su mandíbula, el pelo rubio y los ojos azules. Pero ella también había visto su otro lado, el que ocultaba bajo todas aquellas capas de carisma a raudales y bromas constantes. Había pasado muchas tardes los fines de semana en compañía de Coop, solos los dos, bebiendo cerveza y viendo fútbol.