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Eran amigos, se recordó a sí misma Darby, y sintiéndose un poco avergonzada por estar allí embobada, espiándolo, se escabulló rápidamente hacia su estudio.

Las caras de Emma Hale y Judith Chen estaban colgadas en la pared, las dos felices y sonrientes, los ojos brillantes de esperanza. Darby estaba observando fijamente las fotografías cuando sonó su móvil. Lo retiró del cargador y respondió la llamada.

– Ya he terminado de revisar las cintas de seguridad de anoche -anunció Tim Bryson-. Tu amigo se coló por el garaje a las ocho y treinta y tres y tomó el ascensor para las entregas de paquetes hasta el ático.

– No había señales de que hubieran forzado la puerta ni ninguna cerradura.

– O tenía llave o usó algo para abrir la cerradura. Hay dispositivos en el mercado que se usan para introducirlos en el ojo de la cerradura y conseguir que ceda. Alguien que sepa lo que hace podría abrir cualquier puerta en cuestión de segundos. O a lo mejor desbloqueó la cerradura.

– ¿Desbloquearla?

– Sí, se coge una llave, se coloca dentro de la cerradura y luego se la golpea con un martillo, una piedra, un zapato, lo que sea, y se hacen saltar los cilindros, lo que hace que la cerradura pueda deslizarse libremente. Eso se llama desbloquear la cerradura. Le diré a alguien de allanamientos que vaya a echar un vistazo. ¿Dónde estás?

– En casa. Llegaré al laboratorio dentro de unos treinta minutos.

– ¿Tienes conexión a internet? Quiero enviarte una foto por correo electrónico.

Darby le dijo que se la enviase a su dirección de correo del laboratorio, a la que podía acceder desde casa.

Su portátil disponía de conexión de banda ancha, de modo que en menos de un minuto se conectó a su cuenta de Outlook. Vio el correo de Bryson con un jpg adjunto y se descargó la foto.

En la pantalla había una foto carné a color de un hombre con el pelo corto y negro y la piel pálida: tenía los mismos ojos negros y cadavéricos que el de la noche anterior.

Capítulo 18

– ¿De dónde has sacado esto? -preguntó Darby.

– ¿Es tu hombre?

– Es él, sin ninguna duda. ¿Quién es? ¿Lo sabes?

– Se llama Malcolm Fletcher. ¿Te suena por casualidad ese nombre?

– No. ¿Debería?

– Fletcher es un antiguo especialista en perfiles de los tiempos en que la Unidad de Apoyo a la Investigación se llamaba Ciencias del Comportamiento -explicó Bryson-. También ocupa el cuarto lugar en la lista de los más buscados del FBI.

– ¿Qué hizo?

– Según lo que he leído en internet, Fletcher agredió a tres agentes federales en el año ochenta y cuatro. A uno lo declararon clínicamente muerto, mientras que los otros dos desaparecieron. No se encontraron sus cuerpos. Lo más interesante es que los federales no incluyeron a Fletcher en su lista de los más buscados hasta el año dos mil tres.

– ¿Y qué razón hay para que dejaran pasar tanto tiempo?

– Buena pregunta. Mi teoría es que los federales querían resolver el asunto de forma interna.

«Qué raro», se dijo Darby con sarcasmo.

– ¿Y cómo lo encontraste?

– Mi primer destino cuando salí de la academia consistió en trabajar como policía de barrio en Saugus. Tuvimos un caso, en el ochenta y dos, en el que aparecieron los cuerpos de dos mujeres estranguladas en la Ruta Uno. El detective encargado del caso, un tal Larry Foley, llamó a la Unidad de Ciencias del Comportamiento y éstos enviaron a un especialista en perfiles a estudiar los casos. Yo nunca llegué a conocer a Fletcher personalmente, pero su nombre estaba siempre en boca de todo el mundo; se pasaban el día haciendo comentarios sobre esos ojos suyos tan extraños, negros. Iba de camino a comisaría cuando me acordé de su nombre y, gracias al poder de Google, ahí apareció, en la lista de los más buscados.

– ¿Qué le pasa en los ojos? ¿Se trata de alguna enfermedad hereditaria?

– No tengo ni idea. Como te he dicho, no llegué a conocerlo en persona. Tengo un amigo federal en la oficina de Boston; lo llamaré y veré qué puedo averiguar. A lo mejor puede darnos alguna pista sobre qué cojones está haciendo Fletcher por aquí.

– ¿Confías en esa persona?

– ¿Te preocupa que los federales puedan inmiscuirse en la investigación?

– Algo así se me había pasado por la cabeza, sí.

– A mí también. Hablemos con la inspectora y veamos cómo quiere llevar el asunto.

– Me gustaría revisar los casos de Saugus que has mencionado.

– Espera, tengo otra llamada.

Coop entró en su estudio luciendo una camiseta donde se leía: «Me gustan las tetitas».

– ¿Cuántos años dices que tienes? -preguntó Darby.

– Me la regaló mi madre para mi cumpleaños. -Coop se pasó la mano por el pelo húmedo y examinó las fotos de la pared-. Me alegro de ver que no te traes el trabajo a casa.

Bryson se puso al teléfono de nuevo.

– Era Jonathan Hale. Quiere hablar de lo que ocurrió anoche.

– ¿Y tú qué le has dicho?

– Le he dicho que tú y yo nos reuniríamos y discutiríamos el asunto con él en su casa a las dos. Vive en Weston. Ahora mismo estoy en comisaría. ¿Quieres que pase a recogerte?

Darby le dio a Bryson su dirección y luego colgó y puso al corriente a Coop sobre Malcolm Fletcher.

Coop se sentó en el sillón de cuero junto a la ventana y entrecerró los ojos para protegerse de la luz del sol.

– Creo que sería mejor que me quedase aquí contigo unos días -dijo. Darby se sintió aliviada. No quería que se fuera, todavía no-. Pasaré por mi casa y recogeré algunas cosas -añadió.

– ¿Vas a ponerte más camisetas ridículas como ésa?

– Es eso o dormir en pelota picada.

Por un fugaz momento, Darby visualizó la imagen de Coop deslizándose en el interior de sus vaqueros y se ruborizó.

– Por favor -dijo él-. No discutas.

– Puedes llevarte mi coche. -Darby abrió el cajón de su escritorio y sacó la copia de las llaves del coche y la casa. Se las tiró y se levantó-. No pienso cocinar para ti.

– ¿Y masajes en la espalda?

– Sigue soñando.

– Ningún problema -repuso Coop.

Capítulo 19

Weston es la versión residencial de Nantucket en Boston, un enclave exclusivo en las afueras de la ciudad, residencia predominantemente de blancos ricos que viven en mansiones espectaculares de miles de millones de dólares rodeadas de hectáreas de césped bien cuidado y de bosque. Los residentes más pobres de la ciudad viven en casuchas de apenas un millón de dólares para poder aprovecharse del sistema educativo, las mejores escuelas del estado de Massachusetts. Casi todos los graduados del instituto tienen garantizado el ingreso en alguno de los centros universitarios pertenecientes a la prestigiosa Ivy League.

Jonathan Hale vivía al final de un camino privado. Su mansión, una mole inmensa de arquitectura moderna, estaba situada en lo alto de una colina. Unos operarios encaramados a cortadoras de césped John Deere y equipados con arados estaban retirando la nieve de los largos caminos de entrada a las casas.

Había una limusina aparcada delante de un garaje con la puerta abatible abierta y la luz interior encendida. Darby entrevió un Porsche de época, un BMW descapotable y un coche que parecía un Bentley.

– ¿Qué te parece? -preguntó Tim Bryson mientras detenía su antiguo Mercedes diésel delante de la puerta principal.

– Diría que hace un frío terrible -respondió Darby.

– Me refería a la casa.

– Ya lo sé.

Bryson bajó la ventanilla y pulsó el botón del intercomunicador.

Se oyeron unas interferencias y, a continuación, una voz de mujer dijo:

– ¿Quiénes?

– Soy el detective Bryson. Vengo a ver al señor Hale.