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Darby se puso unos guantes de látex y examinó las páginas del cuaderno, llenas de complejas ecuaciones de química y álgebra.

Había pasado una hora cuando sonó su teléfono.

– Esto te va a encantar -anunció Coop-: la huella de la frente de Chen coincide con la huella parcial que encontramos en el tirador del joyero de Hale. La introduciré en el AFIS. Cruza los dedos.

Los cuadernos no contenían ninguna lista de asuntos pendientes, ni ningún post-it ni recordatorios escritos de su puño y letra, como dónde había quedado con sus amigos para cenar. En los cajones del escritorio encontró manuales de informática y varios ejemplares en rústica de las novelas de Jane Austen.

Darby encendió el ordenador y comprobó con alivio que no le solicitaba una contraseña.

Chen utilizaba el programa Microsoft Outlook para el correo y el calendario para anotar sus citas y compromisos. Darby revisó los meses previos a su secuestro y sólo encontró entradas con los horarios de las clases y las fechas de entrega de algunos trabajos.

Su teléfono volvió a sonar. Esta vez era Tim Bryson.

– Hemos catalogado los DVD de seguridad. ¿A que no adivinas cuáles faltan?

– Los del período que va desde el día de la desaparición de Emma Hale hasta el día en que se encontró su cuerpo -respondió Darby.

– Efectivamente. Yo voto por que asignemos a unos hombres para que vigilen a Hale y veamos si aparece Fletcher.

– Vi la cinta de seguridad. Si Fletcher trabaja para Hale, ¿por qué iba a colarse en el edificio?

– No lo sé. A lo mejor no trabaja para Hale. A lo mejor Fletcher va a intentar acercarse a Hale o a lo mejor, simplemente, trabaja solo. Lo único que digo es que deberíamos cubrir todos los frentes.

– Estoy de acuerdo. ¿Estás seguro de que la inspectora dará el permiso?

– Ése es el siguiente obstáculo. ¿Qué has descubierto tú?

Darby le habló de la huella latente hallada en la frente de Judith Chen y su coincidencia con la huella encontrada en el joyero de Hale.

Colgó y volvió a centrar su atención en el ordenador portátil. Los archivos guardados en Word contenían deberes de clase y varias redacciones para la asignatura de Lengua.

Había una pequeña carpeta con fotografías digitales de Chen con quienes parecían familiares y amigas. También encontró varias fotos con un perro y un gato blanco con el pelaje negro alrededor del ojo y el hocico.

Darby estaba examinando el historial de búsquedas de internet de Chen cuando su teléfono volvió a sonar.

– Buenas tardes, doctora McCormick.

Era el intruso, el hombre de los ojos extraños, Malcolm Fletcher.

Capítulo 27

– Creía que no volvería a tener noticias suyas -dijo Darby mientras se preguntaba cómo diablos habría conseguido Malcolm Fletcher su teléfono.

– Quiero hablar con usted sobre el hombre que mató a Emma Hale.

– ¿Ha averiguado algo sobre él?

– Puede ser.

– ¿Y por qué quiere compartir esa información conmigo?

– Si no puedes deshacerte del cadáver oculto en tu armario, enséñale a bailar.

– ¿Otra cita de George Bernard Shaw?

– Muy bien. Creía que su generación había abandonado la lectura. ¿Qué sabe de Temístocles?

– Que fue un líder político ateniense.

– Impresionante -exclamó Fletcher-. Temístocles llevó a su pueblo a la victoria sobre los persas y luego fue condenado al destierro por los mismos a los que había salvado.

– No le sigo.

– Al final, todo se reduce siempre a una cuestión de grado: hasta dónde está dispuesta a llegar, hasta dónde está dispuesta a abrirse paso en medio de la oscuridad. No debería tener que advertirle a usted, precisamente a usted, de que la verdad constituye, la mayoría de veces, una carga insoportable. Tal vez debería reflexionar sobre eso.

– ¿Qué es lo que me está sugiriendo?

– Le hago extensiva una invitación a conocer al hombre que mató a Emma Hale y a Judith Chen.

– ¿Cómo sabe que fue el mismo hombre?

– A Judith Chen le dispararon en la nuca, como a Emma Hale; al menos eso es lo que dicen los periódicos. ¿Están relacionados ambos casos, doctora McCormick? ¿O puedo llamarte Darby? He leído tantas cosas sobre ti, que es casi como si ya te conociera.

– ¿Y cómo debería llamarlo yo?

– Piensa en mí como tu amigo secreto.

– ¿Y si me dice su nombre?

– ¿Cómo te gustaría llamarme?

– ¿Qué le parece Mefisto?

Una risa serena.

– ¿Te preocupa que pueda hacerte daño? -le preguntó Fletcher.

– Admito que se me ha pasado por la cabeza, sí.

– No te hice daño anoche.

– Habría sido difícil con un arma apuntándolo.

– Sugiero un encuentro a solas en el Instituto Sinclair de Salud Mental, en Denvers. Volveré a ponerme en contacto contigo dentro de dos horas.

– ¿Y si digo que no?

– Entonces te deseo mucha suerte para encontrar al hombre que mató a Judith Chen y a las demás mujeres. No tengo ninguna duda sobre tus capacidades. Desde luego, tu dedicación, y también tu inteligencia, son mucho mayores que la del detective Bryson. Él tendría que haber descubierto hace meses que faltaba el relicario.

Clic. Malcolm Fletcher había colgado.

Darby llamó a Tim Bryson. Le relató su conversación con el intruso y él la escuchó sin interrumpirla.

– No entiendo por qué quiere que vayas al Sinclair -comentó Bryson una vez que hubo terminado-. Ese sitio lleva abandonado… joder, al menos treinta años.

– Nunca había oído hablar del Sinclair.

– Fue antes de que tú nacieras, supongo. Construyeron el hospital hacia finales del siglo xviii. Era una especie de institución psiquiátrica para criminales enfermos mentales. En los setenta, una empresa privada se encargó de su gestión durante algún tiempo, y luego volvió a ser un hospital mental a cargo del Estado. Su demolición está prevista la primavera que viene, para construir un complejo de apartamentos, creo.

– Fletcher me ha dicho: «Te deseo mucha suerte para encontrar al hombre que mató a Judith Chen y a las demás mujeres». A lo mejor sabe algo sobre otra víctima, alguien a quien no hemos encontrado.

– Creo que lo que quiere es provocarte.

– Sabe lo del relicario desaparecido.

Bryson no contestó.

– La única prueba que tenemos por el momento es una huella latente sin identificar -observó Darby.

– Todavía no has examinado la ropa de Chen.

– Lo cual va a tener que esperar hasta el lunes, y no quiero pasarme todo el domingo sentada de brazos cruzados, calentando el asiento.

– Supongo que no hay manera de convencerte para que no vayas.

– Quiero saber por qué ha llamado Fletcher.

– Me reuniré contigo en el hospital -decidió Bryson-. Y traeré refuerzos, sólo por si acaso.

Capítulo 28

La localidad de Denvers, situada al norte de Boston, se encontraba a una hora en coche de la ciudad. Darby empleó el sistema de navegación por GPS del Mustang. Tomó la Ruta Uno en dirección norte y avanzó a buen ritmo hasta que se topó con un atasco en el acceso al centro comercial de Saugus. Fue zigzagueando para esquivar la caravana de coches de los distintos carriles y cuando el tráfico finalmente se descongestionó, a la altura de Lynn, pisó a fondo el acelerador.

El acceso al hospital se realizaba a través de una carretera larga y empinada que serpenteaba entre el bosque; al llegar al final, Darby vio aparcada una maltrecha camioneta Ford en cuyos laterales se leía la inscripción «Reed y Asociados».

El hombre sentado al volante era un joven italiano de tez morena y tersa, con el pelo negro completamente embadurnado de gomina y en punta. Llevaba un pendiente de diamante y dos aros de oro en la oreja izquierda. Cerró el ejemplar de la revista Maxim cuando Darby golpeó la ventanilla de la camioneta.