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Y ¿cuándo cosió el asesino la figura en el interior del bolsillo? ¿Lo hizo cuando la joven seguía con vida o después de acabar con ella? ¿Se habría tomado la molestia de coser el bolsillo al aire libre, donde alguien pudiese verlo? No era muy probable.

Lo más probable era que Emma Hale hubiese sido asesinada en el mismo lugar donde había permanecido retenida durante varios meses. Su secuestrador dispondría de intimidad y control sobre su entorno. Una vez muerta, el asesino podría haberse tomado todo el tiempo del mundo para coser la estatuilla en el interior del bolsillo del vestido. Podía dejar que se desangrase. Luego podía trasladar el cuerpo a su vehículo y conducir hasta el lugar desde el que había arrojado el cadáver. Darby se preguntó si el cadáver de Emma habría estado envuelto en alguna especie de lona de plástico.

Sacó sus propias fotos de la ropa y luego, con ayuda de la lupa, empezó la larga y meticulosa tarea de examinar los tejidos en busca de alguna posible prueba que hubiesen pasado por alto. En la ropa se veían varias incisiones pequeñas y rectangulares en los lugares donde Washow había recogido las muestras de sangre para las pruebas de ADN.

Mientras seguía trabajando, no dejaba de pensar en los padres de Judith Chen. Habían venido en avión desde Pensilvania y durante los tres meses anteriores se habían instalado en un hotel cochambroso esperando a que sonase el teléfono con noticias de su hija menor. La prensa de Boston seguía todos y cada uno de sus movimientos.

Darby terminó su examen inicial poco antes de las once y media de la mañana. A continuación, examinó la ropa utilizando distintas fuentes de luz y estudió las manchas de sangre y lágrimas bajo un microscopio estereoscópico. No encontró ninguna otra clase de restos: ni fibras, ni hilos, ni pelos, ni cristales ni fluidos biológicos.

Extrajo de la última bolsa de pruebas la estatuilla de diez centímetros de la Virgen María. La Santa Madre, vestida con una túnica azul, adoptaba la pose clásica que Darby recordaba de la iglesia y los libros de catecismo: las manos extendidas con gesto afectuoso y la cabeza ligeramente ladeada, mirando hacia abajo, la expresión de la mujer congelada en una mueca de eterno dolor.

El hombre que había matado a Emma había sostenido aquella misma figura en sus manos; la había introducido en el interior del bolsillo del vestido y luego lo había cosido. Quería asegurarse de que la víctima no la perdería. Pero ¿por qué? ¿Cuál era el significado de la figura y por qué era tan importante que permaneciese junto al cadáver de Emma?

Durante el almuerzo, Darby leyó el informe forense de Washow. Esta no había encontrado indicios biológicos de ninguna clase en la ropa, lo cual no resultaba sorprendente, porque todo el tiempo que el cadáver había pasado sumergido en el agua los había eliminado, si es que había llegado a haber alguno.

La ropa había sido tratada con luminol para tratar de hacer visibles las manchas de sangre diluida. Las muestras obtenidas coincidían con el perfil del ADN de Emma Hale, mientras que el análisis del hilo utilizado para coser la figura al bolsillo del vestido había dado negativo para la sangre.

Tampoco se habían hallado huellas ni restos de sangre en la figura. Habían rociado la ropa interior con un marcador químico para detectar restos de semen. Negativo. No se había hallado vello púbico ajeno al de la víctima, y las tomas anales y vaginales recogidas con hisopos no habían arrojado ninguna prueba relacionada con otro ADN.

La parte inferior de la Virgen María llevaba un sello impreso con las palabras «Nuestra Señora de las Angustias», una organización benéfica creada en 1910 que destinaba los ingresos generados por la venta de estatuas religiosas, cuentas de rosario, misales y estampas religiosas a ayudar a combatir el hambre en el mundo. La organización se había disuelto en 1946, sin que hubiesen comunicado ninguna razón oficial para el cese de su actividad. La figura había sido fabricada por la Wellington Company, con sede en Charlestown, Carolina del Norte. La última partida de producción de aquella estatuilla de la Virgen María en concreto era de 1944. La empresa se había declarado en quiebra en 1958, y puesto que esas figuras ya no se fabricaban, no había forma de seguir su rastro.

Ante la hipótesis de que aquella figura tal vez pudiese tener algún valor como pieza de coleccionista, Washow había realizado una búsqueda exhaustiva entre las tiendas de antigüedades de Boston especializadas en artículos religiosos. La figura de la Virgen María valía poco más que una simple baratija.

En el interior de su despacho, Darby pensó en la lencería. ¿Tenía Emma Hale un novio o algún amigo especial con quien hubiese quedado aquella noche?

¿Y qué había pasado con el bolso de la joven? ¿Habría desaparecido o el asesino de la muchacha se lo había quedado como recuerdo? Darby siguió pensando en aquella posibilidad mientras salía del laboratorio para dirigirse a una cita.

Capítulo 3

Moon Island, en la bahía de Quincy, había sido antiguamente la sede de una planta de tratamiento de aguas residuales. En la actualidad pertenecía a la ciudad de Boston. Además de un campo de tiro al aire libre, la zona, de dieciocho hectáreas de extensión, también se usaba para la desactivación de artefactos explosivos y como campo de entrenamiento del cuerpo de bomberos de Boston.

El acceso a Moon Island era restringido; no estaba abierto al público general y se realizaba a través de una pasarela elevada que se cerraba con una puerta.

Darby se hallaba bajo el cielo plomizo y frío en el campo de tiro exterior junto con seis cadetes de la Academia de Policía de Boston. Todos llevaban las mismas gorras azul marino, gafas de protección y auriculares acolchados para proteger los oídos, así como la misma chaqueta negra con una sola tira de color azul brillante a lo largo de la manga.

Los cadetes, todos hombres, practicaban con una Ruger del calibre 38 Special, mientras que Darby, tras haber superado la prueba de tiro y asistido a la clase oficial de seguridad con armas de fuego, ahora ya usaba su propia arma, una SIG P-229 de 9 milímetros con un cartucho de calibre 40 de Smith & Wesson. Había escogido aquella arma por su tamaño relativamente compacto y por comodidad. Todavía se estaba acostumbrando al fuerte retroceso del arma.

El instructor de tiro, Steve Gautieri, hacía una demostración práctica de la clásica posición Weaver, la postura en la que el tirador, apoyando el peso del cuerpo en una base piramidal o en la «posición del boxeador», con un pie delante y el otro detrás, inclinaba el cuerpo ligeramente hacia delante. Aquella posición, explicó Gautieri, era la clave para la precisión en el tiro: si los pies del tirador estaban paralelos, el disparo seguiría una trayectoria demasiado alta o demasiado baja.

Darby había adoptado una técnica de posición muy contundente, con las piernas muy separadas, prácticamente en forma de uve, y adelantando los hombros más que sus compañeros. También empuñaba el arma de forma distinta: en lugar de colocar la mano que le quedaba libre, la izquierda, alrededor de los dedos que sujetaban el arma, la cerraba en un puño y apoyaba la culata del arma en la muñeca antes de disparar. Eso le había resultado de una gran ayuda para la precisión en el tiro.

Las dianas estaban listas. Darby se recordó mentalmente que no debía tirar de forma violenta del gatillo, sino apretarlo con suavidad.

Sonó el timbre. Darby disparó el arma y por su mente desfilaron fogonazos visuales de la cámara de los horrores que había albergado el sótano de la casa del Viajero: los huesos humanos desperdigados por el suelo y la sangre seca de las paredes; el laberinto infernal de pasillos de madera con puertas abiertas y cerradas que llevaban a callejones sin salida; los gritos de las mujeres que pedían auxilio, mujeres que lloraban y suplicaban, moribundas. Recordaba todas y cada una de las imágenes, cada detalle y sonido.