Darby descerrajó el último disparo y se incorporó, con los músculos de los antebrazos doloridos. Se sentía extrañamente relajada, como si acabase de llegar a la meta de una carrera muy larga y satisfactoria.
El cadete que tenía a su lado, alto y recio, no apartaba los ojos de ella mientras el instructor de tiro examinaba los resultados. El cielo se había encapotado, y había empezado a llover. Unos copos diminutos se mecían y revoloteaban en el viento.
Gautieri les enseñó a todos una diana de papel.
– Echad un vistazo a esta serie, chicos. ¿Veis este dibujo cerrado, tan bien hecho, aquí, justo en el centro? Esta diana es de Darby McCormick, la chica de ahí al fondo. Buen trabajo, Darby. ¿Queréis saber por qué os ha superado a todos? Porque ha mantenido la posición y porque sabe apretar el gatillo y no tirar de él con una sacudida. Podéis iros. Darby, me gustaría hablar contigo un momento.
Gautieri esperó hasta que los cadetes se hubieron marchado antes de hablar con ella.
– ¿Qué munición utilizas?
– Tritón del calibre 40 de S &W de ocho gramos -contestó Darby-. El porcentaje de efectividad en un solo disparo ronda el noventa y seis por ciento.
– Ese sí que es un cartucho potente…
– Muchos cuerpos de seguridad lo usan.
Gautieri volvió a mirar la diana de papel y sonrió.
– ¿Estás cabreada con alguien que yo conozca?
La ropa de Darby apestaba a cordita. Cuando salió al aparcamiento vio a su compañero de laboratorio, Jackson Cooper, apoyado en su Mustang negro.
Salvo por el pelo corto y rubio, Coop guardaba un asombroso parecido con Tom Brady, el quarterback de los New England Patriots. Coop llevaba vaqueros y un forro polar negro North Face. Se estaba ajustando la visera de su gorra de los Red Sox cuando Darby se plantó delante de él.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó-. Creía que te habías tomado el día libre.
– Y así es. Lo he pasado con Rodeo.
– ¿Has ido a un rodeo?
– No, es el nombre de mi novia. Ro-de-o. He oído tu mensaje sobre la reunión con la inspectora. He intentado llamarte pero no contestabas al teléfono.
– Lo tenía apagado.
– He llamado al laboratorio y Leland me ha dicho que estabas aquí, así que se me ha ocurrido pasarme. También quería que te dijese que ya han entregado al laboratorio los informes que solicitaste. A ver, cuéntame qué es lo que está pasando.
A lo largo de los veinte minutos siguientes, Darby lo puso al día y le hizo un resumen de su reunión con Chadzynski y de su examen de la ropa de Emma Hale.
– ¿Qué quieres que haga? -le preguntó él cuando hubo terminado.
– Mañana por la mañana me gustaría que le echaras un vistazo a la estatuilla de la Virgen María, por si hemos pasado algo por alto.
– Lo haré ahora mismo.
– ¿No quieres volver con tu Ro-de-o?
– No. He tenido que simular que había habido una emergencia para poder largarme de su casa.
– ¿Y cómo lo has hecho?
– He usado su teléfono para llamarme a mí mismo y luego le he dicho que tenía que desplazarme a una escena del crimen. -Coop sonrió, orgulloso de su propio ingenio-. Voy a romper con ella. La cosa no funciona. A ella le va más bien el rollo artístico pretencioso. Anoche, sin ir más lejos, me hizo ver Bareback Mountain.
– Querrás decir Brokeback Mountain.
– Teniendo en cuenta lo que hacen esos dos tipos ahí arriba en las montañas, me parece que le pega más mi título [1]. -Coop sonrió ante su propio chiste-. ¿Has hablado con Bryson?
– Le he dejado un mensaje, pero no me ha llamado. -Darby sacó las llaves del coche-. ¿Conoces a Tim?
– ¿Es que alguien conoce a Tim?
– ¿Qué quieres decir?
– Ya sabes lo que quiero decir. Bryson es muy reservado. ¿Sabes quién es su compañero?
– Cliff Watts.
Coop asintió.
– Cliffy lleva trabajando con Bryson casi diez años y no sabe nada de él. Nunca ha estado en su casa, ni siquiera han salido juntos a echar un trago. Y Cliffy es de fiar. Por cierto, lo de escoger a Woody ha sido una buena idea.
– ¿Qué tenéis los tíos con lo de poner apodos a todo el mundo?
– Es nuestra forma de expresar afecto, Pecas. -Coop se apartó del Mustang-. Tendríamos que ponernos en marcha. El hombre del tiempo ha anunciado una ventisca; dicen que caerá hasta medio metro de nieve.
– Si no lo veo, no lo creo. El lunes pasado dijeron que íbamos a tener dos palmos y cuando me desperté, apenas si había dos centímetros.
– Seguro que no es la primera vez que te despiertas y te llevas una decepción con el tamaño de lo que te encuentras, ¿eh?
– ¡Y que lo digas! ¿Te acuerdas del mes pasado, cuando te quedaste frito en mi sofá? Te vi en calzoncillos y… bueno, digamos que me parece muy acertado lo de «dime de qué presumes y te diré de lo que careces…».
– Muy graciosa. Nos vemos en el laboratorio.
Sentada al volante, Darby arrancó el motor del coche y encendió su teléfono. Tenía un mensaje: Tim Bryson le había devuelto la llamada. Decía que era urgente, de modo que marcó su número enseguida.
– Bryson.
– Tim, soy Darby McCormick. Acabo de escuchar tu mensaje. Voy de camino al laboratorio, pero quería saber si podíamos reunirnos para hablar un rato.
– Han llamado para informar de la aparición de un cadáver en las aguas del puerto de Boston, detrás del palacio de justicia de Moakley.
– ¿Es Judith Chen?
– Por la ropa, eso parece -contestó Bryson-. Ahora mismo me dirijo al depósito. Podemos hablar allí.
Capítulo 4
A las cinco y media de la tarde, Hannah Givens se resguardaba del frío bajo el alero de los grandes almacenes Macy's del centro de la ciudad, en el Downtown Crossing de Boston, mientras esperaba al autobús. La suave nevada de primera hora de la tarde se había transformado en un auténtico vendaval. Se arrepintió de no haber tomado el autobús anterior en lugar de quedarse a trabajar horas extra en la cafetería, ayudando a recogerlo todo y a preparar comida para la multitud que se presentaría a desayunar durante el fin de semana, siempre y cuando la ciudad no quedase paralizada por el temporal. Los meteorólogos habían anunciado varios palmos de nieve.
Hannah metió las manos en los bolsillos de la parka de plumón y examinó los escaparates iluminados de Macy's, donde los maniquíes de figura perfecta lucían ya los vestidos de primavera. Se fijó en uno de ellos, un precioso vestido de noche negro con una abertura muy sugerente pero elegante a la vez, que llegaba hasta la altura del muslo. Faltaban tres semanas para el baile de primavera de la Universidad Northeastern, y nadie le había pedido todavía que fuese su acompañante.
En cierto modo, por raro que pudiese parecer, se sentía aliviada. Aunque se lo pidiese alguien, no podía permitirse el lujo de comprarse un vestido nuevo, a menos que estuviese dispuesta a seguir haciendo horas extra en la cafetería y a reducir su presupuesto para comida durante los dos meses siguientes. La idea de comer sopa de fideos chinos para desayunar, almorzar y cenar no le resultaba demasiado atractiva, y además, tampoco le cabría ninguno de esos vestidos. Nunca en su vida iba a estar delgada, ni como las chicas que salían en las revistas, ni como aquel maniquí, ni siquiera como sus compañeras de piso, Robin y Terry, que se levantaban todas las mañanas para machacarse en el gimnasio y que no comían nada más que ensaladas con trocitos de queso de cabra desmenuzado.
Hannah sabía que no era muy guapa. Era una mujer alta, medía casi metro ochenta con tacones, con muchas curvas, los huesos grandes, una melena bonita y un rostro agradable. No tenía mucho pecho, gracias a los genes de su madre. De su padre había heredado la PIM: una Piel Irlandesa de Mierda que se llenaba de pecas por el sol. La estirpe de los Givens también le había dejado en herencia un ojo vago que, pese a las afirmaciones de su madre, no se le había corregido con el paso del tiempo.