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– Eso servirá. ¿Qué pasa con la muestra de maquillaje no identificada?

– Sigo trabajando en ello con mi amigo del MIT -informó Woodbury-. Había pensado en pasarme hoy por allí, pero teniendo en cuenta lo sucedido, no vamos a disponer de mucho tiempo ni recursos.

– Cosa que probablemente es lo que quiere Fletcher -señaló Coop-. Nos está enterrando en montañas de pruebas. Es probable que tardemos lo que queda de semana, y eso haciendo horas extra, en procesar lo que encontramos dentro del hospital.

– Quiero que nos centremos en Hannah Givens -indicó Darby-. Es nuestra máxima prioridad. Neil Joseph está trabajando en el caso de Bryson. Ahora Fletcher es responsabilidad suya.

– Keith y yo hemos extraído una huella parcial latente del bolsillo del pantalón de Chen -dijo Coop-. La hemos introducido en el sistema del AFIS.

– ¿Qué hay de la huella del pulgar en su frente?

– No hay coincidencias. Hemos recibido el informe de balística. La bala extraída del cráneo de Chen fue disparada con la misma arma que mató a Hale. ¿Y tú? ¿Qué es lo que has averiguado?

Darby les habló de la planta del sótano del Instant Karma, unos exclusivos baños termales sólo para miembros del club con un alto poder adquisitivo donde cualquier apetito sexual podía complacerse. El hombre que dirigía el establecimiento, Noah Eckart, prefería el término «club de caballeros privado». La cuota anual era de cinco mil dólares. Malcolm Fletcher se había inscrito en el club hacía dos días, pagando en metálico, bajo el nombre de Samuel Dingle. En la documentación figuraba una dirección en Saugus. Darby se preguntó si, durante esa primera visita al club, Fletcher habría infiltrado ya el arma «no letal» que había descrito Watts. ¿Tenía Fletcher planeado conducir a Bryson a una muerte segura desde el principio?

El club privado carecía de cámaras de seguridad. Los miembros enseñaban su identificación y firmaban en una hoja. El nombre de Sam Dingle aparecía en la lista.

Fletcher había solicitado específicamente la habitación número 33, que estaba convenientemente situada justo al lado del ascensor.

Su compañera era una mujer joven de melena larga y pelirroja que todavía no había sido identificada.

Eckhart había acompañado a Bryson y a Watts hasta la habitación y luego, al oír los disparos, había echado a correr y había llamado a Seguridad en lugar de alertar a la policía. «Quería solucionar el asunto en privado, estoy seguro de que lo entenderá», le había dicho a Neil Joseph. Un humo espeso de color gris había empezado a inundar las habitaciones y Eckhart, creyendo que se trataba de un incendio, no tuvo más remedio que activar la alarma.

Resultaba difícil encontrar testigos dispuestos a declarar. Neil localizó a dos hombres quienes, tras mucha insistencia, declararon haber visto a un individuo cuya descripción coincidía con la de Bryson al que arrastraban hacia el ascensor privado justo antes de que una granada de humo y un aerosol provisto de un compuesto químico capaz de inducir el vómito inundase los pasillos.

– Las fuerzas especiales emplean aerosoles y granadas de humo en las operaciones en que hay rehenes -explicó Darby-. Ambos tipos de granadas poseen un número de serie. Las empresas que las fabricaron pueden usar los números de serie para averiguar qué cuerpo policial las compró.

Darby estaba segura de que Malcolm Fletcher había adquirido las granadas en el mercado negro o en alguna exhibición de armas de cualquier estado donde la legislación sobre la compra de armas era más laxa y podía comprarse cualquier cosa con dinero.

Las bolitas azules que cubrían el suelo del cuarto de baño procedían de tres casquillos que también tenían número de serie. A Neil Joseph le correspondía la ingrata tarea de dedicar una cantidad considerable de personal a seguir aquellas pistas que, seguramente, no conducirían a ninguna parte.

– ¿Crees que Fletcher aún sigue merodeando por Boston? -preguntó Coop.

– Si sigue aquí, no será por mucho tiempo. Acaba de matar a un policía; ahora mismo lo busca todo el estado. -Darby consultó su reloj-. Tengo que ir al depósito.

Mientras esperaba el ascensor, Darby se preguntó por qué había decidido Fletcher convertir la muerte de Bryson en un espectáculo público. Al hacerlo, se aseguraba una intensa cobertura informativa en los medios. A lo mejor quería que los pecados de Bryson tuviesen eco en todo el territorio nacional. Seguramente Chadzynski ya estaba reunida con su asesor de imagen, tratando de encontrar la mejor manera posible de enfocar el control de daños.

Darby no podía culparla. Si lo que Tina Sanders decía era verdad, si Tim Bryson había hecho desaparecer una prueba incriminatoria crucial a cambio de dinero, ¿qué otros casos habría amañado? ¿Habría colocado, destruido o eliminado pruebas en el caso de Emma Hale?

Capítulo 62

El cadáver de Tim Bryson yacía encima de una mesa de acero, cubierto con una sábana azul manchada de sangre.

Darby se encaminó hacia la parte de atrás de la sala de autopsias. Con los brazos cruzados sobre el pecho y la cara hinchada por el corte suturado en la frente, Cliff Watts miraba por encima del hombro de Neil Joseph, que estaba inclinado sobre una de las mesas, examinando una bolsa Ziplock de plástico transparente manchada de sangre. Junto a la bolsa había un teléfono móvil con la pantalla rota.

– Esto estaba dentro del bolsillo de su chaqueta -le dijo Neil, al tiempo que daba unos golpecitos a la bolsa con su bolígrafo. Ésta contenía el carné de conducir de Jennifer Sanders, su identificación del hospital y varias tarjetas de crédito-. Tengo entendido que encontraste un billetero junto a los restos.

Darby asintió con la cabeza.

– Estaba vacío -señaló.

– Bryson registró el hospital el pasado fin de semana, ¿verdad?

– Nos dividimos en grupos. Ese sótano es un laberinto.

– ¿Estaba Bryson contigo?

– No.

Neil miró a Watts y dijo:

– ¿Cómo se organizó la búsqueda?

– Tres personas en cada grupo, dos policías y un guarda de seguridad del Sinclair -contestó Watts-. El Departamento de Policía de Danvers nos prestó a algunos de sus hombres.

– He hablado con Bill Jordan. Me ha dicho que hay varias maneras de entrar en el hospital. Bryson sabía muy bien cuáles eran.

– ¿Qué quieres decir?

– A lo mejor tu compañero volvió por estas pruebas de aquí y no tuvo tiempo de deshacerse de ellas.

– No sigas por ese camino, Neiclass="underline" sabes tan bien como yo que Fletcher le colocó esa bolsa en el bolsillo antes de empujar a Tim por el tejado.

– Eso yo no lo sé. Lo único que sé es que esta bolsa de aquí ha sido encontrada dentro del bolsillo de la chaqueta de Tim Bryson. A lo mejor hay algo de verdad en eso que Bryson le contó a Tina Sanders acerca de esa prueba desaparecida… ¿qué era?, ¿un cinturón, dices?

– ¿Es que te vas a poner del lado de un psicópata?

– No, Cliff, estoy tratando de comprender por qué Fletcher empujó a Bryson por el tejado, en un sitio público, ni más ni menos. Estoy tratando de averiguar si tu compañero estaba limpio o no. -Neil se incorporó y miró a Watts directamente a la cara-. Vosotros dos trabajasteis juntos en Saugus, ¿no es verdad?

– No tengo por qué aguantar esta mierda.

Watts se marchó furioso de la habitación.

– No te vayas muy lejos… -le gritó Neil mientras salía. Vio la expresión del rostro de Darby y le preguntó-: ¿Hay algo que quieras añadir?

– Me estaba acordando de una frase que me dijo Fletcher, una cita de George Bernard Shaw: «Si no puedes deshacerte del cadáver oculto en tu armario, enséñale a bailar».

– Ya. Pues parece que ese hijo de puta va a hacer realidad su deseo. Bryson acapara todos los noticiarios. ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que su conversación con Tina Sanders salga a la luz? Yo apuesto a que la publicarán a finales de esta misma semana.