El timbre de la puerta volvió a sonar. Al mirar más allá de su horrible rostro lleno de cicatrices, Hannah vio que las escaleras del sótano conducían a una puerta abierta, y distinguió armarios de cocina y el techo de otra habitación. Eran menos de doce escalones. Si no estuviera esposada…
¿Y si era la policía la que llamaba a la puerta?
«Muérdele la mano, quítatela de la boca y grita. VAMOS, HAZLO.»
Walter la apartó de la pared de un empujón, la hizo volverse y le rodeó el cuello con el brazo, apretando con fuerza mientras la arrastraba de nuevo por el pasillo. No podía respirar y no podía luchar contra él. Era mucho más fuerte que ella.
Llegaron hasta el lector de tarjetas. Este emitió un pitido y Walter pulsó el 2 seguido de un 4 y un 6. Hannah no logró ver el último número.
La puerta se abrió y Walter la empujó al interior de la habitación. Hannah tropezó y se cayó al suelo. Al cabo de un momento, la habitación se quedó a oscuras. Hannah se llevó las rodillas al pecho, se las estrechó con fuerza y empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás, intentando contener las lágrimas.
Walter cogió la Bulldog del calibre 22 del armario de la cocina. Ocultó el arma detrás de su espalda mientras avanzaba por el salón y se asomaba por la ventana.
En el porche delantero de su casa había una mujer algo rolliza arropada con un abrigo grueso de invierno, gorro y bufanda. Walter no la reconoció. La mujer sujetaba un plato envuelto en papel de aluminio.
Walter miró a uno y otro lado de la calle y no vio ningún coche. La suya era la única casa que había en aquella calle. Volvió a mirar a la mujer.
¿Le abría la puerta o dejaba que se fuera?
Ella volvió a llamar al timbre, y sonrió cuando se abrió la puerta, pero su sonrisa se desdibujó un poco en cuanto le vio la cara. Tardó un momento en reponerse de la impresión.
– Hola, soy su nueva vecina, Gloria Lister.
Walter no respondió. Fijó la mirada en la nieve que se derretía en las botas de la mujer, consciente de que ella estaba conmocionada por el aspecto de su cara, consciente de que le estaba juzgando. Sintió ganas de cerrar la puerta de golpe y esconderse.
Como él no se presentaba, la mujer se vio obligada a romper el incómodo silencio.
– Las luces estaban encendidas, y cuando he visto su coche en la entrada, he pensado que estaría en casa -dijo-. No quería dejar esta tarta aquí fuera, así que he llamado al timbre varias veces. Es de manzana. Soy pastelera.
– Soy alérgico a las manzanas.
Era mentira. Walter quería que se fuese. Ya.
– Ah… bueno, pues vaya. Volveré a llevármela, entonces. -Esperó un momento, y como él no le contestó, dijo-: No pretendía molestarlo. Que tenga buenas noches.
Walter cerró de un portazo. Echó los candados y apagó todas las luces. Estaba mareado.
Debería haberla saludado educadamente. Debería haber aceptado la tarta. Al día siguiente, cuando su nueva vecina fuese a trabajar, le hablaría a todas sus amigas de la pastelería de su extraño vecino, el hombre con aquella cara tan horrible, cubierta de cicatrices. «Me alegré de irme, de verdad; parecía un monstruo», diría Gloria, y todas se echarían a reír. La gente empezaría a hablar. Correría el rumor, como ocurría siempre en las ciudades pequeñas, y tarde o temprano la policía oiría hablar del extraño vecino de Gloria Lister que no la invitó a entrar en su casa, que la dejó allí plantada con su tarta, pasando frío. A lo mejor la policía iría a hacerle una visita, decidiría entrar a echar un vistazo. Nunca se sabía.
Debería haberle dicho «hola» al menos.
Usando la pared como punto de apoyo, se tambaleó hasta el salón y volvió a mirar por la ventana, desde donde observó cómo su nueva vecina avanzaba pisando con mucho cuidado los trozos de hielo de la calle. Walter se preguntó que se sentiría al invitar a una mujer a entrar en su casa. Sería la primera vez que lo hacía.
Capítulo 73
Darby estaba volviendo a ver el DVD que Malcolm Fletcher había enviado a Jonathan Hale cuando oyó que llamaban a la puerta.
– Tengo novedades sobre la muestra de maquillaje sin identificar -anunció Keith Woodbury. Llevaba un abrigo de invierno y tenía la cara colorada por el frío-. Ven a mi despacho.
Una vez sentado a su mesa, Woodbury extrajo una hoja de papel de una carpeta. Le dio el gráfico de FTIR donde aparecía el análisis de los componentes químicos y sus concentraciones individuales.
– Me pasé toda la semana pasada jugando a la versión química del Scrabble con mi amigo del MIT, reordenando los componentes -explicó Woodbury-. Lo que nos despistaba eran los niveles de dióxido de titanio. Es un mineral cuyos restos se pueden encontrar en cualquier cosa, desde los alimentos hasta los cosméticos. No hace falta que tomes notas. Lo pondré todo en mi informe.
»Uno de los productos encontrados en la muestra de la sudadera se llama Derma. Es un corrector cosmético que se usa para disimular cicatrices faciales graves provocadas por el acné, la cirugía o quemaduras. El producto se comercializa en una gran variedad de tonalidades, por lo que el paciente puede escoger el que más se parezca a la pigmentación de su piel. Muchos cirujanos plásticos y dermatólogos se lo recomiendan a sus pacientes. Ya no se necesita receta para adquirirlo; antes sí, hasta finales de los noventa, pero incluso ahora no se puede comprar en cualquier tienda, al menos de momento. La empresa está fabricando una nueva línea de cosméticos que, a partir del año que viene, se comercializará en todo el territorio nacional en grandes almacenes como Macy's. Por el momento, sólo se puede comprar Derma a través de la página web de la empresa.
Woodbury le mostró otro gráfico.
– Ésta es la muestra desconocida -prosiguió-. Es un LYCD, las siglas de los derivados vivos de las células de levadura. Es un componente químico relativamente novedoso, por eso la FTIR no podía identificarlo. El LYCD no figura en ninguna de las bases de datos de cosméticos.
– ¿Qué es?
– Para explicarlo en términos sencillos, el LYCD provee oxígeno a la piel y le permite que respire. Es una crema facial, pero no una tradicional. Se supone que el LYCD facilita la regeneración y curación de la piel. Se puede aplicar a un corte reciente o a una quemadura grave. Se supone que también ayuda a reblandecer el tejido cicatricial. ¿Tenía Judith Chen alguna cicatriz en la cara?
– No.
– ¿Y Emma Hale?
– Tenía un cutis envidiable.
– ¿Alguna de las dos se hizo un peeling químico?
– No lo sé. Judith Chen no ganaba lo suficiente para permitirse algo así, pero no me sorprendería que Emma Hale se lo hubiese hecho.
– La muestra de la sudadera contenía Derma y LYCD, las dos cosas. Como ya he dicho, el LYCD está indicado para cortes recientes, quemaduras o cicatrices. Se aplica en la cara una vez por la mañana y otra por la noche, antes de acostarse. Un tubo dura aproximadamente treinta días. Derma se usa para tapar las cicatrices. Es para personas con la piel sensible o con problemas. No contiene alcohol. La mayor parte de los cosméticos que se distribuyen en las perfumerías y otras tiendas contiene algún conservante con una base de alcohol que, en el caso de determinadas personas, puede llegar a irritar la piel del rostro.
– A ver, deja que te haga una pregunta -le interrumpió Darby-. ¿Podría alguien con una piel normal emplearlo como tratamiento de belleza?
– ¿Te refieres a esos tratamientos que prometen una piel más joven y de aspecto más sano en treinta días o si no, te devuelven el dinero?
– Exacto.
– Supongo que podrías utilizarla para ese propósito, pero hay productos mejores en el mercado, que se pueden comprar sin problemas en las tiendas especializadas. ¿Cómo los llamáis las mujeres? ¿«La esperanza metida en un frasco»?
– No tengo ni idea.
– ¿Es que no ves el programa de Oprah?