– Te he traído un regalo -dijo Walter.
Hannah no respondió, no se movió.
– ¿Hannah, me oyes?
No le contestó.
– Esperaba que pudiésemos hablar.
No hubo respuesta.
– Hannah, por favor… dime algo.
Nada.
– Si quieres comer, tendrás que hablar conmigo.
Walter esperó. Pasaron varios minutos, pero ella seguía sin hablar.
Walter subió a la planta superior enfurecido y empezó a pasearse arriba y abajo por la cocina, con las manos temblorosas. Cuando se hubo calmado un poco, se dirigió al armario a rezarle a María en busca de consejo.
La voz de su Santa Madre era muy débil, apenas la oía. Se volvió cada vez más y más débil, como si estuviera muriéndose, hasta que al final dejó de hablar.
Necesitaba ir al Sinclair. Necesitaba rezar delante de María, la de verdad, la María real, la que lo había salvado. Necesitaba ponerse de rodillas, apoyar la cabeza sobre el suelo de la capilla y, con las manos entrelazadas y hundidas en el vientre, rezar hasta que su Santa Madre le hablase y le dijese lo que debía hacer.
Capítulo 75
– No creo que Sam Dingle matara a Hale y a Chen -dijo Darby a modo de saludo.
La inspectora Chadzynski tomaba café en una delicada taza de porcelana fina. Llevaba un traje Chanel espectacular. Había atenuado las luces de su despacho, y una radio empotrada en una estantería retransmitía una suave música de jazz.
Darby agarró el respaldo de una silla e inclinó el torso hacia delante para hablar.
– La hermana de Dingle dijo que éste se fue de Nueva Inglaterra al recibir el alta del Sinclair. Luego volvió una vez más a la costa Este, a recoger su parte de la venta de la propiedad de sus padres, y mientras estuvo aquí, secuestró a Jennifer Sanders y la llevó a esa sala contigua a la capilla, donde la violó y al final la estranguló hasta la muerte.
»Ahora, veintitantos años después, Fletcher quiere hacernos creer que Dingle ha vuelto a su coto de caza original, sólo que en vez de estrangular y violar a mujeres, ahora se dedica a secuestrar a estudiantes universitarias y retenerlas durante varias semanas antes de pegarles un tiro en la cabeza y deshacerse de sus cuerpos metiéndoles una figura de la Virgen María en el bolsillo. Yo no me lo trago.
– Dígame por qué -solicitó Chadzynski.
– Margaret Anderson y Paula Kelly fueron estranguladas y arrojadas a la cuneta de la carretera como si fueran basura. Jennifer Sanders fue estrangulada, violada y torturada, y su cuerpo fue abandonado en un agujero sin posibilidad de que nadie lo encontrase. A Emma Hale la mantuvieron con vida durante seis meses enteros. Judith Chen estuvo viva durante varias semanas. También sabemos que, en algún momento, el asesino entró en la casa de Emma Hale a buscar un collar de la joven. Además de correr un riesgo considerable, porque lo podrían haber atrapado fácilmente, eso demuestra un elevado grado de empatía, de amor incluso.
– Según tengo entendido, los asesinos en serie evolucionan. ¿No sería posible que Dingle…?
– Estrangular a alguien es un acto íntimo, casi sexual -continuó Darby-. A Hale y a Chen no las estrangularon, sino que les dispararon un tiro en la nuca. El primer método es íntimo, el segundo, distante. El hecho de disparar a las víctimas en la parte posterior de la cabeza indica que el asesino sentía vergüenza por tener que matarlas. Un psicópata no se convierte en un asesino que siente empatía por sus víctimas. Es muy posible que Dingle matase a Anderson, Kelly y Sanders, pero no creo que matara a Hale y a Chen. Me parece que nos enfrentamos a un asesino completamente distinto.
– Acabo de hablar por teléfono con el detective de Saugus que estuvo a cargo de la investigación de los casos de Anderson y Kelly -declaró Chadzynski-. Ahora está jubilado, pero recuerda que los de arriba incorporaron al caso a un especialista en perfiles para ayudar a preparar la acusación contra Dingle: era Malcolm Fletcher. Al parecer, visitó a Dingle en el Sinclair.
– Bryson creía que Fletcher estaba tratando de desviar nuestra atención.
– Tim también nos mintió. He escuchado una copia de su confesión. Es posible que haya algo de verdad.
– Fletcher volvió a llamarme. -Darby le contó a la inspectora el contenido de la conversación telefónica-. Creo que Dingle es una cortina de humo.
– ¿Cree que Fletcher irá a por usted?
– Ha tenido muchísimas ocasiones.
– ¿Cree que le hará daño?
– No.
– ¿La amenazó de algún modo?
– No -dijo Darby.
– Mantendré sus teléfonos intervenidos, pero tarde o temprano tendremos que quitarle la vigilancia.
– Creo que a quien deberían vigilar es a Jonathan Hale.
– Todos los expertos con los que he hablado dicen que Malcolm Fletcher trabaja solo.
– Su contacto en el FBI le dijo que Fletcher mató a los asesinos a los que perseguía -dijo Darby-. No me extrañaría que Fletcher ya hubiese encontrado a Dingle.
Chadzynski fijó la mirada en las luces parpadeantes de su teléfono durante largo rato.
– Si quiere encontrar a Fletcher -prosiguió Darby-, tendrá que hacer que sigan a Jonathan Hale.
Llamaron a la puerta. La secretaria de Chadzynski entró y dejó la orden judicial en el borde de la mesa.
La inspectora esperó a que la puerta estuviese cerrada antes de hablar.
– El periodista del Herald ha decidido publicar un artículo sobre los restos óseos encontrados en el Sinclair.
– ¿Le ha recordado que con eso podría provocar que al secuestrador de Hannah le entrase el pánico y decidiese matarla?
– Sí, ya se lo he advertido. El artículo aparecerá en la portada del periódico de mañana.
Darby recogió las copias de la orden judicial.
– Si no hay nada más, me gustaría ponerme con esto enseguida.
– ¿Por dónde va a empezar?
– Por el Centro de Quemados Shriners -contestó Darby-. Coop y Woodbury van a ocuparse de las consultas de los dermatólogos hoy mismo, antes de que cierren.
– Veré si puedo localizar a Jonathan Hale -dijo Chadzynski, al tiempo que levantaba el auricular del teléfono.
Malcolm Fletcher había cambiado su habitación de hotel por un piso franco en Wellesley, un barrio a las afueras de Boston, a veinte minutos de la ciudad. Ali Karim se había encargado de todo.
El lugar estaba completamente amueblado. Fletcher se sentó ante un pequeño escritorio de época para leer una copia impresa de la historia clínica de Walter Smith en el Shriners. Había conseguido hackear el cortafuegos del hospital y entrar en la base de datos de los pacientes. Una vez hubo impreso el archivo con la información relativa a Walter, Fletcher lo borró del sistema informático del hospital.
Walter se había sometido a su última operación de cirugía plástica en 1987, cuando tenía dieciocho años. La dirección que figuraba en el archivo correspondía a un edificio de apartamentos de Cambridge, en Massachusetts.
Fletcher había comprobado la dirección ese mismo día. Walter se había marchado de allí en 1992. La dirección que había dejado para que le enviasen la correspondencia era de un estudio en la zona de Back Bay. El casero había enviado un fax a Karim con la copia del contrato de alquiler. Walter no había dejado una dirección a la cual remitirle la correspondencia, pero su número de la Seguridad Social aparecía en la solicitud para el contrato de arrendamiento.
La forma más rápida de encontrar la dirección actual de Walter era a través de las declaraciones de impuestos, lo que significaba hackear la red informática del IRS, la agencia tributaria federal.
En esos momentos había activo un programa de UNIX que trataba de encontrar sigilosamente una vía de acceso para sortear el cortafuegos del IRS. Para entrar y salir sin dejar ninguna huella digital o, peor aún, hacer saltar las alarmas, se requerían enormes dosis de paciencia y conocimientos. Un paso en falso y tendría a los federales en la puerta.