Un ojo desprovisto de pestañas la miró fijamente.
– María me ha llamado, Walter. Me ha dicho que vaya al Sinclair a ayudarla.
– ¿Has hablado con María?
Walter no bajó el arma, sino que siguió apuntando a la joven, pero la expresión de animal acorralado y desesperado de su ojo sano se disipó, reemplazada por una de confusión, de esperanza incluso. «Aprovéchate.»
– Sí -dijo Darby-. He hablado con ella. Me ha contado lo que ha pasado. Me ha dicho que venga aquí a ayudarte.
– ¿Por qué llevas un arma?
– Tenía que proteger a María.
– ¿Eres un ángel?
– Sí. -Darby no quería bajar el arma. Si lo hacía, se quedaría indefensa. A Walter podría entrarle el pánico y ponerse a disparar. Tenía que seguir hablándole-. La Santa Madre ha corrido un gran peligro, pero yo la he salvado. Me ha dicho que viniera aquí a ayudarte. Te sangra la mano. ¿Estás herido?
– Ellos la tienen. -Walter estaba llorando-. Van a hacerle daño a mi Santa Madre.
– No pueden hacerle daño. Ya me he encargado de ellos.
– ¿Qué has hecho?
– Se han ido. Ya no pueden hacerte daño. María está sana y salva, pero necesita que la ayudes. Tenemos que trasladar a la Virgen María a un lugar seguro.
– María me dijo que tenía que hacer esto.
Walter señaló con el arma a la cabeza de Hannah.
– María quiere que me entregues a mí a Hannah. No la desobedezcas.
– María me dijo lo que debía hacer. Me lo dijo, pero yo no puedo… no puedo hacer lo otro. No puedo suicidarme, me da demasiado miedo.
– Ya no tienes que tener miedo. Estoy aquí para ayudarte. María me ha enviado aquí a ayudarte, pero antes tú tienes que ayudarla a ella.
– Yo la quiero.
– Y ella también te quiere, Walter. Por eso me ha enviado aquí.
– Es que la quiero mucho.
– Ya sé cuánto la quieres.
«Tienes que conseguir que baje el arma.»
– No puedo vivir sin ella -insistió Walter.
– María nos ha dado mucho a los dos, y ahora nos toca a nosotros ayudarla a ella.
– ¿Adónde vamos a llevarla?
– No lo sé. María me aseguró que me lo diría cuando te llevase de vuelta a la capilla. Suelta a Hannah y te llevaré junto a María.
Walter dejó a Hannah sentada en el borde de la bañera y, acto seguido, se desplomó de rodillas, sollozando, mientras se hundía las manos en el pelo. El arma se le deslizó de entre los dedos y cayó al suelo cubierto de trozos de cristales rotos.
– La quiero -balbuceó Walter.
– Ya lo sé.
Darby apartó el arma de un puntapié, agarró a Walter del pelo y le estampó la cara contra el suelo.
Walter lanzó un grito de sorpresa y tensó los músculos, preparado para atacar. Darby le hincó una rodilla en la base de la columna, tiró con fuerza de la parte posterior del cuello de su camisa y le clavó el cañón de su pistola en el cuello.
– Como te muevas, te mato.
Darby ya paladeaba la sensación en su garganta, la abrasadora satisfacción de matar al monstruo que habitaba debajo de aquella piel humana.
Un disparo en la cabeza era demasiado clemente. Quería que sufriera.
«Entonces, hazlo. Haz que sufra.»
Los músculos de Walter aflojaron la presión y volvió a abandonarse sin fuerzas sobre el suelo.
No trató de resistirse cuando ella le colocó las manos a la espalda y se las esposó. Si hubiese intentado forcejear con ella, Darby podría haberle disparado. Podría haberle hecho lo que quisiese. Darby sintió que una extraña sensación de decepción le recorría el cuerpo al enfundar su SIG.
Se puso a rebuscar en sus bolsillos la llave de las esposas.
– Ya estás a salvo, Hannah, no puede hacerte daño. -La universitaria estaba tendida de costado en la bañera, temblando y llorando-. Te quitaré las esposas dentro de un momento.
Walter permaneció inmóvil, boca abajo, con la mirada perdida mientras entonaba algo similar a una oración.
Darby encontró la llave de las esposas. Se palpó con la mano el bolsillo de los vaqueros para sacar el teléfono. Estaba junto al pequeño botón del pánico que le había dado Tim Bryson.
A sus espaldas, oyó el ruido de unas pisadas vigorosas que hicieron crujir los cristales del suelo, y luego percibió la presión de dos frías puntas metálicas contra su cuello.
– Preferiría no tener que usar el láser -dijo Malcolm Fletcher-, así que, por favor, no te muevas.
Capítulo 82
Darby tenía la SIG guardada en la funda sobaquera; era imposible que pudiera alcanzarla.
– Agente especial Fletcher -saludó Darby mientras agarraba con fuerza el botón del pánico entre los dedos-. Creía que se había ido de la ciudad.
– Te echaba tanto de menos que he decidido volver. -Fletcher estaba tras ella-. Por favor, coloca las manos a la espalda.
Darby apretó el botón y notó cómo se rompía el precinto.
– ¿Puedo incorporarme?
– Si quieres… -accedió Fletcher-. Pero no hagas movimientos bruscos.
Darby extrajo lentamente la mano del bolsillo. Inclinó el cuerpo hacia delante, apoyó ambas manos en la parte baja de la espalda de Walter, escondió el botón del pánico en el bolsillo trasero de éste y se levantó. Las púas metálicas del láser no se apartaron de su cuello.
– Buen trabajo al eliminar la historia clínica del sistema informático del Shriners -comentó al tiempo que colocaba las manos a la espalda-. ¿Le pagó Jonathan Hale unos honorarios extra por hacer eso?
Malcolm Fletcher le rodeó las muñecas con unas esposas de plástico y le hizo señas para que se dirigiera al pasillo.
– Después de ti -dijo.
– Me gustaría quedarme aquí con Hannah.
– La señorita Givens irá contigo al salón enseguida. -Agarró a Darby por el antebrazo con delicadeza y le habló en un susurro-: No tengas miedo. No voy a hacerte daño.
Darby no tenía miedo. Por alguna razón, le creía.
Malcolm Fletcher, el asesino de Tim Bryson y de dos agentes federales, la acompañó a una sala de estar con una moqueta gris muy gastada. En la pared de encima de la chimenea colgaba un cuadro al óleo de la Virgen María.
– Hábleme de Sam Dingle -pidió Darby.
Fletcher la llevó hasta un mueble con un televisor, la hizo volverse y le pidió que se sentara en el suelo.
– ¿Mató Dingle a Jennifer Sanders? -inquirió Darby.
– Tendrás que preguntárselo tú cuando lo encuentres.
– Me prometió que me diría la verdad.
– Siéntate en el suelo -le ordenó Fletcher-. No te lo pediré otra vez.
– No podemos hacer esperar al señor Hale, ¿verdad que no? -Darby se sentó.
– Sammy violó y estranguló a Jennifer Sanders -dijo Fletcher, añadiendo otro nuevo par de esposas de plástico a las que Darby llevaba alrededor de la muñeca-. También estranguló a las dos mujeres de Saugus.
– La voz de la cinta, ¿es la de Jennifer?
– Sí.
– ¿De dónde la sacó?
Fletcher ató el otro par de esposas a las patas del mueble.
– Encontré ese casete y muchos otros en casa de Sammy.
– ¿Lo mató usted?
– No.
– Entonces, ¿qué le hizo? ¿Dónde está?
Malcolm Fletcher se fue de la habitación sin contestar a su pregunta.
Darby estaba sentada en el suelo con las manos a la espalda y las muñecas esposadas a las patas del mueble del televisor. Fletcher hablaba con Hannah. Lo hacía en voz demasiado baja para que Darby pudiera oír lo que le decía.
Encima de la repisa de la chimenea había un reloj pequeño. Darby consultó la hora, con la esperanza de que Bill Jordan o algún hombre de su equipo hubiese advertido que había activado el botón del pánico. Para cubrir la distancia en coche desde Danvers hasta Rowley se necesitaba una hora. Jordan no esperaría: llamaría a la policía local. ¿Lo habría hecho ya? ¿Cuánto tardaría en llegar la policía de Rowley? Tenía que intentar entretener a Fletcher.