Diez minutos más tarde, éste volvió al salón con Hannah Givens en brazos. La muchacha seguía aún con los ojos vendados y esposada. La dejó con delicadeza encima del sofá y luego cogió una vieja manta de una silla y la arropó con ella. Se dirigió a Darby.
– No estaréis aquí mucho rato. Llamaré al 911 desde la carretera.
– ¿Por qué no mata a Walter aquí mismo? -quiso saber Darby-. A eso es a lo que ha venido, ¿no es cierto?
– ¿Por qué no lo has matado tú? ¿No es lo que querías?
– Usted no tiene derecho…
– Te he estado observando en el cuarto de baño. Tú querías que Walter sufriera, Darby. ¿Tenías la esperanza de dejarlo parapléjico? ¿O querías matarlo porque, en el fondo de tu alma, sabes que el suyo es un caso perdido?
Fletcher se apoyó en una rodilla, sus inquietantes ojos negros suspendidos frente a la cara de Darby. Tras ellos, un pozo infinito de oscuridad.
– Como pronto descubrirás, ese apetito es difícil de dominar.
– ¿Habla por experiencia propia?
– Tendremos que hablar de ese tema en otra ocasión. -Los ojos de Fletcher la repasaron de arriba abajo-. Tal vez algún día podamos charlar más detenidamente de eso. En privado.
– Hablemos ahora.
Fletcher se levantó.
– Cuando recuerdes ese momento de antes, en el cuarto de baño, desearás haber apretado el gatillo.
– ¿Adónde se lleva a Walter?
– Voy a darle lo que realmente quiere -respondió Fletcher, y arrojó las llaves de las esposas sobre la mesa-. Voy a entregárselo a su madre.
– Le encontraré.
– Otros antes que tú lo han intentado, compañera. Adiós, Darby.
Capítulo 83
Walter estaba sumido en la más profunda oscuridad. No había suelo bajo sus pies, y no sentía nada al agitar los brazos en el aire; era como si estuviera flotando en el espacio, sin estrellas, sin sonido.
Ya había estado en aquel sitio, fuera cual fuese, una vez, hacía muchos años, después del incendio. Al principio creía que estaba atrapado en el infierno, hasta que oyó una voz de mujer, suave y tranquilizadora, que lo llamaba desde la oscuridad y le decía que no tuviese miedo. Que no se quedaría allí mucho tiempo. Que estaban a punto de ocurrir grandes y maravillosos milagros.
Walter no sabía que la voz era de María. No fue hasta que la Virgen, Madre de Jesús, se le apareció en el interior de la capilla cuando se dio cuenta de que la voz pertenecía a María, su Santa Madre.
Walter recobró el sentido mientras lo arrastraban fuera del cuarto de baño. Sus pies rebotaron en los escalones, y luego lo metieron en el maletero de un coche. Tenía el cuerpo paralizado de terror.
Un diablo de ojos negros y piel blanca lo miró antes de que el maletero se cerrara y quedara sumido en la oscuridad más absoluta.
María lo estaba llamando. Walter cerró los ojos y, tras hacerse un ovillo, rezó su oración especial, aguardando a que María lo salvase.
Darby hablaba con Hannah Givens, alentándola a que se levantase del sofá y cogiese las llaves de las esposas de la mesilla del café, pero la joven se negaba a moverse. O bien estaba en estado de shock o Fletcher le había dicho algo para asustarla.
Al final, Darby oyó unas sirenas y vio el destello de las luces. La policía de Rowley había llegado. Los llamó a gritos mientras ascendían por las escaleras de la puerta principal.
El agente que le cortó las esposas le dijo que un varón anónimo había hecho una llamada al 911 diciendo que Hannah Givens y un miembro del Laboratorio Criminalístico de Boston estaban retenidas en el interior del domicilio de Walter Smith. El hombre que realizó la llamada les dio la dirección y colgó.
Hannah Givens se sentó en el sofá y se echó a llorar sobre el pecho de una agente femenina. Darby intentó hablar con ella, pues quería saber lo que le había dicho Fletcher dentro del cuarto de baño, pero la joven se negaba a hablar.
La primera llamada que hizo Darby fue a Bill Jordan. Él no contestó, así que dejó un mensaje diciéndole que era muy urgente y que le devolviese la llamada.
Neil Joseph sí respondió al móvil. Darby le explicó lo que necesitaba y le pidió que fuese a Danvers a buscar a Jordan.
El padre de Hannah llamó justo cuando la ambulancia se marchaba. Por el tono de voz se veía que estaba muy emocionado.
– El detective Joseph acaba de irse. Le he contado lo de su compañero, pero ha insistido en que la llamara a usted para decírselo.
– ¿Decirme el qué?
– Su compañero me llamó hace aproximadamente una hora y me dijo que había encontrado usted a Hannah. Dijo que estaba bien y que no me preocupase. Le pedí que me dejara hablar con Hannah y él se excusó alegando que tenía que ir a ayudarla a usted. Colgó y se le olvidó darme su número. Me lo ha facilitado el detective Joseph. ¿Puede ponerme a Hannah al teléfono, señorita McCormick? Necesito oír la voz de mi pequeña un momento, por favor. Mi esposa y yo hemos estado muy, muy preocupados todo este tiempo y…
– Su hija está de camino al hospital.
Darby se pasó un rato asegurando al padre de Hannah que su hija estaba viva.
– Ese hombre dijo otra cosa antes de colgar -añadió el señor Givens-. Que no me preocupase, que se iba a hacer justicia. Eso fue lo que dijo. ¿Cómo se llama su compañero? A Tracey y a mí nos gustaría darle las gracias.
En el sótano, empotrada en una pared, había una bandeja deslizante para el suministro de comida y, junto a ésta, una puerta cerrada mediante un lector magnético de tarjetas.
Darby ayudó a la policía de Rowley a registrar las habitaciones. Al no encontrar la tarjeta que abría la puerta, llamaron al departamento de bomberos para que fueran a derribarla.
Darby prestó declaración ante dos detectives de la policía de Rowley. Se realizaron varias llamadas telefónicas, y también se pusieron en contacto con los científicos forenses del laboratorio estatal, pero dijeron que tardarían varias horas en llegar. Para ahorrar tiempo, la policía de Rowley accedió a que los técnicos forenses del laboratorio de Boston ayudasen a procesar la escena del crimen. Todos acordaron compartir la información.
Los rumores de lo ocurrido a Hannah Givens llegaron hasta los medios de comunicación, y hacia las dos de la madrugada, aquella calle tranquila y pequeña se vio inundada de furgonetas de prensa y de reporteros que acudían con la esperanza de conseguir alguna entrevista en exclusiva y extraoficial. Darby los observaba desde la ventana del dormitorio mientras se preguntaba si Walter Smith seguiría aún con vida.
Capítulo 84
Jonathan Hale se encontraba en la fría nave de una vieja fábrica justo a las afuera de Vernon, en Connecticut. Malcolm Fletcher había escogido aquel lugar porque estaba completamente aislado. No había ningún edificio alrededor, ni tampoco farolas. La casa más próxima se hallaba a treinta kilómetros de distancia.
El doctor Karim se había encargado de todos los preparativos del viaje. Uno de sus hombres había llevado en coche a Hale desde su hotel hasta aquel lugar. En lo que a las autoridades se refería, Hale estaba durmiendo en su habitación del hotel de Nueva York.
– Nadie sabe que está usted aquí -le tranquilizó Fletcher-. Camine por ese pasillo y gire a la izquierda.
En el edificio abandonado no había electricidad, pero Hale veía lo suficiente bajo la luz de la luna. Se quitó el abrigo y se lo dio al ex agente especial.
– ¿Es que usted no viene?
– Esto es algo que debe hacer solo -declaró Fletcher.
Jonathan Hale llevaba zapatillas de deporte, vaqueros y una vieja sudadera de Harvard similar a la que Emma le había regalado por su cumpleaños. Fletcher le había aconsejado que se pusiera ropa vieja pero cómoda. El antiguo especialista en perfiles también le había dado unos guantes de látex para que se los pusiera debajo de los de cuero. La ropa, los guantes, la chaqueta: después, tendría que darle a Malcolm Fletcher todo lo que llevaba, metido dentro de una bolsa de basura, para que éste lo quemase en una incineradora.