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Después de la misa, amigos y vecinos se detuvieron a estrecharle la mano. Algunos lo llevaron aparte y le preguntaron qué tal estaba. «¿Necesitas algo, Jonathan? Estamos aquí para lo que sea.»

El padre Avery también quería intercambiar unas palabras con él en privado.

– Me alegro de tenerte de vuelta entre nosotros, Jonathan. Tu hija era una joven muy especial. La echo muchísimo de menos, toda la comunidad la echa de menos. El comité de recaudación de fondos de la iglesia estaba pensando en organizar algo especial para honrar la memoria de Emma. ¿Tal vez querrías hablar con ellos?

Lo que el padre Avery quería era tener acceso a su lista de amigos y socios comerciales capaces de contribuir a una buena causa. Si utilizaba el nombre de Emma, lo más probable era que la iglesia doblase e incluso triplicase las aportaciones benéficas del año anterior. Las tragedias siempre conseguían que la gente se rascase más generosamente los bolsillos.

– Estaré encantado de ayudar -dijo Hale-. Muchas gracias por pensar en mí, padre.

Hale entró en su calle con el coche y vio a una joven de piel clara y pelo extraordinariamente pelirrojo apoyada en un Mustang negro aparcado a escasos metros de la puerta de entrada. Hale detuvo el Bentley junto a ella y bajó la ventanilla.

De cerca y a la luz del sol, los ojos verdes de Darby McCormick eran espectaculares. No parecía mucho mayor que Emma.

– ¿Puedo hablar con usted un momento, señor Hale?

– Por supuesto -respondió él-. Suba, la llevaré hasta la casa.

– Hablemos mejor aquí fuera. Estoy disfrutando del buen tiempo.

Hale se bajó del coche, pero dejó el motor encendido.

La expresión de la doctora McCormick era amigable cuando le dijo:

– Quiero hablar con usted sobre Malcolm Fletcher.

– El ex especialista en perfiles del FBI.

– Sabe usted quién es.

No era una pregunta.

– Ha salido en todas las noticias. Mató al detective Bryson y ahora dicen que ha secuestrado a Walter Smith. -Hale se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta-. ¿Mató ese hombre a mi hija?

– Creo que ya sabe la respuesta a esa pregunta.

– ¿Cómo dice?

La joven dirigió su atención a la casa, a la limusina y los coches de época aparcados en el camino de entrada. El personal de mantenimiento, aprovechando el buen tiempo, limpiaba y enceraba los vehículos.

Hale recordó el día de la graduación de Emma en el instituto. Le había regalado un coche, un BMW descapotable, para celebrarlo. Habían colocado un enorme lazo rojo en el techo del vehículo. Aún recordaba el respingo que había dado su hija al verlo, el sonido de su risa. Ahora recordaba muchas cosas.

– Un conocido mío decidió en una ocasión tomarse la justicia por su mano -dijo Darby McCormick-. Esa persona estaba convencida, en el fondo de su corazón, de que hacía lo correcto. Al principio se sintió muy bien por poder cobrarse su venganza, pero con el paso del tiempo, el sentimiento de culpa por lo que hizo empezó a reconcomerlo por dentro.

»Señor Hale, lo que haya hecho usted o lo que sea que esté haciendo… Ya sé que eso le hace sentirse bien… ahora. Pero ese sentimiento de paz o de justicia o comoquiera que lo llame se volverá en su contra. El tiempo no se lo llevará, y no podrá pagar a nadie para que lo elimine. Le acompañará para siempre. Es una carga muy pesada, el remordimiento. No está usted preparado para vivir con eso. Lo reconcomerá por dentro.

Volvió a revivir el sueño de esa mañana y vio el rostro de Emma nítidamente en su cabeza. Sintió cómo le apretaba la mano con fuerza.

Lo que dijo la joven investigadora a continuación fue muy sorprendente.

– Si me dice dónde está Walter Smith, culparé a Fletcher -le ofreció Darby-. Diré que me llamó otra vez y me indicó dónde encontrar el cuerpo de Walter. Esta conversación quedará estrictamente entre usted y yo. Le doy mi palabra.

– Con el debido respeto, señorita McCormick, se está pasando de la raya.

– Estoy tratando de impedir que cometa un grave error, señor Hale. Esto sólo pasa una vez en la vida. Cuando me marche, la oferta se irá conmigo.

– Yo no puedo ayudarla.

– Entonces, ¿no sabe dónde está Walter Smith?

– No.

– Por su propio bien, señor Hale, espero que me esté diciendo la verdad. El FBI le hará una visita en breve. Espero que cuente usted con un buen abogado.

– Que pase usted un buen día.

– Antes de que se vaya, quería darle esto. -Le entregó unos papeles doblados-. Es el diario de Emma. Lo encontramos en casa de Walter. Le he hecho una copia.

Él cogió las hojas dobladas y las sostuvo con delicadeza en las manos.

– ¿Hay algo que quiera decirme, señor Hale?

– Por favor, avíseme cuando encuentren a Walter Smith. Me gustaría hablar con él. Gracias por esto.

Hale conservó las hojas en la mano mientras abría la puerta del coche.

Hale entró en su despacho y cerró la puerta.

Cuando terminó de leer, se sentó en el sillón mientras miraba por las ventanas de la parte de atrás. Permaneció allí largo rato, pensando.

Se puso de pie despacio, apoyándose en el sillón, encendió el fuego y se sirvió una copa de bourbon. Se la bebió de un trago y se sirvió otra.

Iba por la tercera cuando sacó el móvil y marcó el número al que había llamado desde la limusina.

El timbre sonó una vez. Alguien contestó al otro lado del teléfono.

– Lo siento -dijo Walter Smith.

Tenía la voz ronca de tanto gritar.

El móvil de la cosa sólo podía recibir llamadas; no podía llamar a nadie para pedir auxilio.

– Amaba a Emma. La quería muchísimo. -La cosa estaba llorando otra vez-. ¿Sabe qué se siente? ¿Sabe qué se siente cuando amas tanto a alguien que no puedes ni respirar? ¿Como si el corazón te fuese a estallar?

«Lo sé», pensó Hale.

– Quiero ver a mi madre.

Mientras contemplaba el jardín de la parte posterior de la casa, las porciones de hierba que asomaban tímidamente entre la nieve derretida, Hale vio a Emma persiguiendo una pelota: tenía dos años y las piernecitas vacilantes, inseguras. Llevaba un precioso vestido rosa. La expresión de su rostro era la viva imagen de la felicidad.

«Cuánto me gustaría agacharme y tomarte en brazos, Emma. Ojalá pudiese abrazarte y besarte y decirte lo mucho que te quiero una vez más, sólo una vez más, sólo una última vez. Ojalá…»

– Por favor, señor Hale, déjeme ver a mi madre.

– Te sugiero que le reces a Dios. Ahora, Él es el único que puede ayudarte.

Jonathan Hale cortó la llamada. Extrajo la batería del teléfono, la tiró a la basura y luego arrojó el móvil al fuego. Abrió las puertas cristaleras para librarse de aquel olor nauseabundo.

Capítulo 86

Bill Jordan llamó cuando Darby entraba en la autopista. Ésta le explicó lo que necesitaba.

– Estás de suerte -dijo él-. El botón del pánico está emitiendo. La señal del GPS se encuentra aproximadamente a quinientos metros al norte del número ocho de Old Post Road, en Sherborn.

La ciudad, situada al sur de Boston, se hallaba a menos de media hora de distancia en coche de Weston.

– Es lo único que puedo decirte de momento -señaló Jordan-. Cuando esté más cerca seré capaz de localizar la señal con mayor precisión y caeremos directamente sobre él… o sobre lo que quede de él.

– ¿Dónde estás?

– De camino. Debería llegar a Sherborn dentro de cuarenta minutos.

– Nos veremos allí.

Darby se detuvo a introducir la dirección en el dispositivo GPS de su coche.