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Darby tenía delante una foto de Emma Hale en alguna fiesta llena de lujo y glamour. Sobre el vertiginoso escote pendía un relicario antiguo de platino. Luego venía otra foto de la guapa universitaria abrazada a un apuesto joven de pelo negro y ojos castaños; era el novio, Tony Pace, estudiante de segundo curso en Harvard.

Darby sintió que en su cerebro se activaba una pequeña alarma, una sensación de que allí había algo que le resultaba familiar. ¿Era algo relacionado con el novio? No. Bryson había interrogado a Pace. Él no había asistido a la fiesta: tenía gripe y se había quedado en su habitación en la residencia de estudiantes. Habían comprobado todas sus coartadas. Pace había accedido a someterse a la prueba del polígrafo y la había superado. Entonces, ¿qué era?

Había otra foto de la pareja de pie en la cubierta de un barco, con la piel muy bronceada, sonrisas perfectas, ni una sola arruga. Darby se preguntó por qué se estaba centrando tanto en Emma Hale y dirigió su atención a una foto de Judith Chen, en chándal y sujetando a un cachorro de labrador en brazos mientras sonreía a la cámara. Luego había una foto de Chen con su compañera de piso.

Darby se paseó arriba y abajo por su estudio. Cada pocos minutos se detenía y volvía a mirar a la pared para ver si había algo en las fotos o en los rostros de las mujeres que captase su atención. Cuando eso no ocurría, volvía a pasearse por la habitación o se detenía a recoger cualquier objeto de su escritorio y lo sostenía en la mano un momento antes de volver a dejarlo. No dejaba de ordenar la mesa, asegurándose de que todo estuviese en su sitio y perfectamente colocado.

El viento soplaba con fuerza y hacía temblar las frágiles ventanas. Ráfagas cegadoras de nieve azotaban los viejos edificios de ladrillo. Darby apuró el último trago de bourbon. Se sentía relajada, tranquila. Pensó en la primavera; parecía que todavía faltasen años para que llegara. Emma Hale tenía una casa de verano en Nantucket. Jugaba a tenis y a golf y pasaba días enteros en el barco. Llevaba ropa de diseño y montones de joyas.

«El relicario…»

¿Qué pasaba con él? Darby sabía que contenía una fotografía de la madre de Emma. ¿Qué más? Jonathan Hale había identificado el relicario que Emma llevaba cuando hallaron el cuerpo. Emma llevaba el relicario cuando el cuerpo había emergido a la superficie. Emma llevaba el relicario…

– ¡Oh, Dios! -exclamó Darby mientras alargaba las manos temblorosas en busca del expediente.

Capítulo 9

Darby hojeó las páginas y se detuvo al llegar a la que contenía la lista de objetos encontrados en los joyeros que había en el vestidor de Emma Hale. Ahí estaba: «Relicario antiguo de forma ovalada con cadena de platino, cajón central, joyero número 2».

Cogió el teléfono y llamó a Tim Bryson. Pareció sonar durante una eternidad. La investigadora sintió una oleada de alivio cuando al fin respondió.

– Una semana después del secuestro de Emma Hale, tú y tu equipo fuisteis a su casa y realizasteis un inventario de sus joyas.

– Así es -confirmó Bryson.

– Tengo la lista delante. Dice que encontrasteis un relicario antiguo ovalado con una cadena de platino en el cajón central del segundo joyero.

– ¿Adónde quieres ir a parar?

Bryson parecía molesto. ¿Aún estaba enfadado por la charla que habían tenido en el depósito?

– Cuando se encontró el cuerpo de Emma Hale, llevaba una cadena de platino con un relicario -señaló Darby-. Está incluida en la página del inventario.

– Esa chica tenía muchas joyas. Es posible que tuviera otro similar. Recuerdo haber visto un montón de collares que parecían iguales.

– Ese collar es único. Hale se lo regaló a su hija para Navidad hace unos años, cuando ella tenía dieciséis.

– Pero ¿por qué iba a volver el asesino al ático a buscar un collar después de haberla secuestrado? No tiene sentido.

– ¿Sacó fotografías tu equipo?

– Sacaron montones de fotos -contestó Bryson.

– No están incluidas en el informe que me diste.

– Están en comisaría.

– ¿Dónde?

– Las tienen los de Identificación. No les llegué a pedir ninguna copia puesto que todo aquello constituyó una monumental pérdida de tiempo.

Darby consultó la hora. Eran más de las siete. Identificación estaba cerrado. Coop se encontraba en el laboratorio, pero no podía entrar en la oficina de Identificación: era un departamento distinto.

– Llamaré a Hale para ver dónde ha guardado las cosas de Emma -decidió.

– Lleva enterrada… ¿qué? ¿Cinco meses? ¿Crees que ese hombre habrá conservado sus joyas?

– Sólo hay una manera de averiguarlo. -Darby encontró los números de teléfono de Hale en el informe-. Te llamaré si averiguo algo. Gracias por tu ayuda, Tim.

Darby colgó y marcó el número del domicilio particular de Jonathan Hale. Con un poco de suerte, el hombre le permitiría ver las pertenencias de su hija, todas las cuales le habían sido devueltas. Hale no tenía una buena opinión del Departamento de Policía de Boston y lo había criticado abiertamente en la prensa.

Una mujer con acento extranjero respondió al teléfono. El señor Hale no estaba en casa, le informó. No le dio más explicaciones.

Darby le explicó quién era y el motivo de su llamada, y luego le preguntó si podía darle algún otro número donde localizarlo. La mujer no disponía de ningún otro número, ella sólo era la asistenta, le dijo, pero se ofreció a transmitir el mensaje al señor Hale. Darby le dejó sus números de teléfono.

Luego se puso a darse golpecitos con el teléfono en la pierna, impaciente por hacer algo. Sabía que el asunto podía esperar, que no había ninguna prisa.

El domicilio de Emma Hale se encontraba en la zona de Back Bay, un rápido trayecto en metro, que a esas horas todavía funcionaba. Darby se preguntó si los objetos personales de la joven estarían guardados en el interior del edificio, tal vez incluso en su propia casa. Un edificio como ése seguramente disponía de los servicios de algún portero que trabajaba en la recepción.

Darby no quería esperar; no se le daba muy bien. Necesitaba saber. Metió el expediente del caso de Emma Hale en su mochila y se puso el abrigo.

Capítulo 10

El edificio de Emma Hale había contratado a un conserje que, además de atender las necesidades de los trece propietarios, también hacía las veces de guardia de seguridad. El hombre se llamaba Jimmy Marsh y estaba sentado detrás de un mostrador decorado con un jarrón de cristal en cada uno de los extremos, ambos llenos de lirios. Unas luces suaves y decorativas atenuaban el resplandor de los seis monitores de seguridad.

Darby se presentó y luego le preguntó por el ático de Emma Hale.

– El señor Hale no lo ha vaciado todavía -explicó Marsh. Vio la expresión de sorpresa en su rostro y prosiguió-: Cada cual tiene su propia manera de sobrellevar el duelo por la muerte de un ser querido, ¿sabe?

– De modo que todo sigue arriba.

– No lo sé con seguridad. No se permite la entrada a nadie. Después de que encontraran el cuerpo de Emma, el señor Hale me pidió que cambiase las cerraduras. -Marsh lanzó un suspiro y se pasó la mano llena de manchas de vejez por la cabeza calva. Era un hombre grande, grueso y con bastante grasa, con una nariz aguileña que le habían roto demasiadas veces-. Emma era una chica tan guapa… guapa y encantadora -añadió-. Todos los domingos por la mañana salía a tomar un café y me traía una magdalena de arándanos de la cafetería que más me gusta, justo al doblar la esquina. Yo me ofrecía a pagársela, pero ella siempre se negaba en redondo. Esa es la clase de chica que era.