– Deberías irte a casa.
– ¿Por qué? -replicó, avanzando hacia ella-. ¿Acaso me estoy acercando demasiado?
Sam lo salpicó de nuevo, aunque ya no estaba sonriendo. Jack no pudo evitar alegrarse al ver que la chica tenía carácter.
– De acuerdo, tienes razón.
– ¿De qué hablas? -preguntó ella.
– Tendría que haberte hablado de mí antes de pedirte que me hablaras de ti.
– Yo no he dicho eso.
– No, pero deberías. ¿Quieres que te cuente un secreto?
– Jack…
– No echo de menos el baloncesto. Todos creen que sí, pero se equivocan. Ya se me pasó.
– ¿En serio?
– Echo de menos jugar, pero no ser famoso.
– Sigues siendo famoso.
– Pero no quiero.
Ella se quedó mirándolo un momento y después rió.
– Te creo.
– Ahora te toca a ti.
– ¿Qué me toca?
– Cuéntame un secreto.
– Estoy cansada, Jack. Me voy.
– Mentirosa -protestó él.
Aunque ya estaba nadando hacia la orilla, Sam se detuvo y se volvió a mirarlo.
– Tal vez mi secreto sea peor que el tuyo.
– Cuéntamelo.
– Soy… -balbuceó ella, poniendo los ojos en blanco-. Ya deberías haberlo adivinado.
– Dilo de todas formas.
– Les tengo fobia a los compromisos afectivos. ¿Entiendes?
– Perfectamente -afirmó, nadando hacia ella-. Porque compartimos la manía.
– Eres un hombre atípico, Jack Knight.
– Gracias. Creo.
Empezaron a nadar hacia la orilla, surcando las olas, girando juntos y riendo. Para cuando llegaron a la arena estaban abrazados.
El agua se retiró, y Jack miró el cuerpo semidesnudo de la mujer que tenía contra él. Era alta y delgada; tenía la piel de gallina, pero era cálida y suave, deliciosamente suave. Sus senos invitaban a tocarlos, a besarlos, y a él se la hacía la boca agua de sólo pensarlo. Sentirla tan pegada a él lo hacía desear morirse de placer.
Un deseo que por suerte también estaba reflejado en los ojos de Sam.
– Lo que he dicho es cierto -murmuró Jack, mirándola a los ojos-. Detesto los compromisos tanto como tú. Aunque deberías saber que te encuentro tan sensual y atractiva que cuando te miro apenas puedo respirar.
Ella levantó las manos y le acarició la cabeza.
– Pero sólo es atracción superficial, sólo una cuestión de piel, ¿verdad?
La atracción superficial, la piel, era algo que encajaba perfectamente con los cánones de Jack. Sin embargo, con ella, la descripción parecía un poco fría.
– Sam…
– Lo mío es sólo superficial, Jack. Prefiero que lo sepas desde el primer momento. No me estoy haciendo la interesante ni estoy jugando. Soy así.
– Bueno.
Jack pensó en las veces en las que él había dicho lo mismo. Le recorrió el cuerpo con la mirada y sintió que se quemaba por dentro. Le subió una mano por el estómago y le acarició los senos.
Sam contuvo la respiración y se le puso la piel de gallina. Él quiso abrazarla para darle calor, pero ella se apartó.
– Ni siquiera una chica de playa como yo involucra demasiado la piel en la primera cita -dijo.
A tientas, Sam buscó su vestido y se cubrió el cuerpo con el que Jack sabía que se pasaría toda la noche soñando, luchando con la cremallera, que se negaba a subir.
Con un suspiro y una mueca de dolor por la punzada que tenía en la rodilla, él se puso en pie y la ayudó a terminar de cerrarse el vestido.
Ella se volvió a mirarlo y sonrió; su recelo previo había desaparecido.
– Gracias.
– De nada.
Sam le miró los pies.
– Como verás, sólo tengo diez dedos.
– Sí -dijo ella, divertida-. Y no son feos.
– Me alegro de que los apruebes.
– Esta noche ha sido muy agradable, Jack.
Parecía sorprendida. Él la tomó de la cara y se acercó un poco más.
– También me alegro por eso.
– Supongo que no lo esperaba.
– Yo tampoco.
– Sí…
Sam retrocedió unos pasos y se volvió hacia el café. Jack recogió su ropa, y empezaron a subir el peñasco. Ella sentía cómo la protegía de la brisa con su cuerpo. Le gustaba verlo en calzoncillos y completamente mojado. Tenía que reconocer que aquella noche había vivido una de las experiencias más divertidas, alocadas y eróticas de su vida, aunque sólo se habían besado.
Al llegar a su coche se volvió hacia Jack, recostándose contra el Honda Civic que tenía hacía años.
– Buenas noches.
Él sonrió con aquella sonrisa embriagadora que tanto la conmovía.
– Buenas noches.
Como él se quedó inmóvil mirándola, ella extendió la mano. Jack soltó una carcajada y la atrajo hacia sí. Dejó su ropa en el techo del coche y le dio un beso apasionado que la dejó temblando.
Sam se alegró de tener el coche detrás, ya que apenas podía tenerse en pie. Se apoyó contra la puerta y sintió la necesidad de replantearse la norma de no tener relaciones sexuales en la primera cita, porque lo deseaba desesperadamente.
– ¿En qué piensas? -preguntó él, acariciándole la mejilla.
Ella rió y sacudió la cabeza.
– En nada. ¿Y tú?
– Se me ocurre una cosa, pero no la puedo decir.
Jack sonrió de lado mientras se ponía los pantalones y la camisa.
– De verdad -insistió, con los zapatos en la mano.
– Entiendo.
Pero resultaba tan irresistible descalzo y con la ropa mojada, que Sam no pudo evitar ceder a la tentación de tomarlo de la camisa y atraerlo hacia sí.
– ¿Más?
– Sólo un poco -murmuró Sam antes de besarlo.
Jack dejó caer los zapatos al suelo y la abrazó, acariciándole la espalda y el pelo, que seguía chorreando.
El beso fue aún más intenso, húmedo, ardiente y difícil de interrumpir. Aunque en algún momento tenía que terminar, y ella se apartó y lo miró a la cara. Aturdida por lo duro que le había resultado separarse, pensó que tal vez podía permitirse un poco más.
Sin embargo, antes de que pudiera decir una palabra, él estiró la mano, abrió la puerta del coche y la ayudó a entrar.
Sam nunca había estado tan pendiente del contacto de un hombre como cuando él le puso la mano en espalda. Se moría por volverse a mirarlo para ver qué otras reacciones podía provocarle. Pero no lo hizo, y él esperó a que encendiera el motor y se pusiera el cinturón de seguridad para apartarse.
Y entonces puesto que no podía hacer otra cosa, ella se alejó en su coche. Condujo hacia el norte por el paseo marítimo durante media hora. Habría llegado a Santa Bárbara de no haberse detenido a echar gasolina y a comprar otro refresco antes de volver a la carretera en dirección al sur.
Tenía mucho en qué pensar, demasiado para una mujer que no era aficionada a la introspección, porque conllevaba demasiada pena y dolor.
El mar era una masa negra a su derecha. Las colinas de Malibú, una sombra a su izquierda. Nada que pudiera distraerla de sus pensamientos.
Había sido una noche increíble. Quería más noches como aquélla, con Jack. Por primera vez en mucho tiempo había conocido a un hombre que la hacía soñar con una segunda cita.
Y estaba aterrada.
Capítulo 6
A la mañana siguiente, Sam estaba en su tabla de surf en la misma agua en la que había nadado con Jack pocas horas antes, charlando con Lorissa mientras miraban a sus amigos remontar las olas.
En realidad, era Lorissa quien hablaba, presionando a Sam para que le contara lo que había pasado la noche anterior.
Pero a Sam no le apetecía entrar en detalles, aunque tenía que admitir que pensar en Jack la hacía sonreír.
– Vamos, di algo -suplicó Lorissa.
– Ya te he dicho que me lo pasé bien.
– Necesito más que eso.
– Te diré que esta ola es mía.