– Wild Cherries -contestó ella, aparentemente agitada.
– ¿Sam?
– Hola.
Había una sonrisa en la voz de Sam, y de repente apareció otra en la cara de Jack.
– Sólo quería oírte.
– Ya me estás oyendo. ¿Qué tal?
– ¿Has hecho surf hoy?
– Sí -contestó ella, antes de cubrir el auricular para hablar con alguien del bar-. Olvídalo, Nash. No le voy a decir eso.
– ¿Decirme qué?
– He cometido el error de dar de comer a unos amigos y ahora están molestando.
– ¿Qué quieren que me digas?
Ella vaciló un momento y después soltó una carcajada.
– Que ellos, y yo, te daremos una paliza si me haces daño. No comprenden que están amenazando a Jack el Escandaloso.
– ¡Dioses!
Ella rió.
– En cuanto al surf, hoy el mar estaba muy revuelto, y a Lorissa le ha dado un ata que de risa porque me he caído delante de ella.
– ¿Te has hecho daño?
– No tengo ni un arañazo. ¿Y qué hay de ti? ¿Qué has estado haciendo?
La verdad era que Jack no había hecho más que pensar en ella, pero no se lo podía decir.
– Perder una partida de póquer.
– Pobrecito. Deberías jugar conmigo alguna vez; eso te haría recuperar la dignidad -dijo Sam, entre risas-. Soy pésima. La última vez que jugué al strip póquer…
Él soltó una carcajada.
– Yo no estuve jugando al strip póquer con mis amigos.
– Ya me imagino que no. Bueno, ¿y qué tal el clima por tu barrio?
– No cambies de tema. ¿Lo del strip póquer…?
– Fue hace mucho tiempo.
– ¿Y qué te parece si lo rectificamos?
– ¿Estás proponiendo…?
– Sí, propongo que juguemos una partida. Así podrás resarcirte.
La risa de Sam era extremadamente sensual.
– Tal vez en otro momento -dijo-. ¿Has visto las revistas?
– Sí. Lo siento.
– No lo sientas. Hoy, un cliente me ha pedido un autógrafo. He sido famosa por un día.
– Te lo estás tomando muy bien.
– Así es la vida, ¿no?
– Sí y no. ¿Sabes qué? Eres justo lo que necesitaba hoy.
– ¿Sí? -preguntó ella, complacida.
– Sí.
– ¿Nos vemos el sábado?
– A menos que pueda convencerte de jugar esa partida de póquer esta noche.
– Esta noche no. Aún no.
Después, Sam le preguntó por Heather, y él por su última creación culinaria. Antes de que Jack se diera cuenta, había pasado una hora, y ella se tenía que ir porque Lorissa estaba atendiendo sola el café mientras charlaban por teléfono.
Aquella noche, Jack soñó que la tenía entre sus brazos, con la piel mojada y caliente, como cuando habían nadado a la luz de la luna, charlando, riendo y besándose. Y a pesar de no haber tenido relaciones sexuales con ella, aquella primera cita había valido más que cualquiera de las noches que había pasado con una mujer. De hecho, había sido la noche más ardiente y sensual de su vida.
El sábado llegó antes de que Sam se diera cuenta. El día amaneció fresco y nublado, pero el clima no impidió que fuera a hacer surf y a nadar con Lorissa y los demás, como siempre. Cuando terminaron, Lorissa abrió el café y Sam subió a su piso para prepararse.
– Ya basta -se dijo al ver su excitación reflejada en el espejo-. Sólo es un hombre.
En efecto, sólo era un hombre. Un hombre muy atractivo que la hacía reír y que besaba como los dioses. Pero Sam estaba decidida a impedir que se repitiera lo de la otra noche. Sólo se verían para ayudar a los chicos. Aquel día, Jack la fastidiaría de alguna forma, y ella dejaría de pensar en él, de soñar con él.
Oyó que un coche entraba en el aparcamiento y corrió a la ventana. Pegó la nariz al cristal, y al ver el Escalade de Jack se le hizo un nudo en el estómago.
No era precisamente un síntoma de fastidio. Sin embargo, el día aún era joven, y ella nunca llegaba más allá de la segunda cita sin querer deshacerse del hombre con el que hubiera quedado. De modo que sólo era una cuestión de tiempo.
Capítulo 7
Sam bajó corriendo al Wild Cherries y se quedó junto a la barra con tanta naturalidad como pudo, justo cuando Jack entraba en el local. Se recordó que tenía que mantener la calma, pero aunque hacía fresco, la visión de Jack le provocaba un calor infernal.
A causa del clima, los clientes del café pedían bebidas calientes, en lugar de los típicos zumos y refrescos. Sam sabía que Lorissa y las dos chicas que había contratado aquella temporada podrían ocuparse del local en su ausencia.
Lorissa estaba a unos pocos metros, pasando un trapo húmedo por la barra, y sus cejas arqueadas indicaban que no sólo había visto llegar a Jack, sino que también había visto a Sam llegar corriendo.
Skurfer estaba sentado cerca de la ventana con unos amigos y, por su sonrisa cómplice, era evidente que también lo había visto. Sam le hizo una mueca, pero cuando Jack avanzó directamente hacia ella, el corazón le dio un vuelco. Llevaba una camiseta blanca, unos pantalones de los San Diego Eals, gafas de espejo y una expresión inescrutable.
Ella se sentó en un taburete, con el pulso acelerado. Lorissa puso dos tazas de chocolate caliente delante de ella y le susurró:
– Cuidado. Se te cae la baba.
Sam miró a Jack acercarse y respiró profundamente.
– Hola -dijo, con toda la naturalidad posible.
– Hola.
A él se le iluminó la cara y se quitó las gafas. Le brillaban los ojos, y Sam pensó que aquella mañana estaba muy guapo.
Jack se sentó junto a ella y aceptó la taza de chocolate.
– Gracias -dijo, bebiendo un poco-. Hoy no hace tanto calor como esperaba.
Tal vez no, aunque Sam sentía que se estaba asando al ver cómo se movía la nuez de Jack cuando bebía.
Él la tomó de la mano y la miró de la cabeza a los pies. Sam llevaba un vestido de tirantes color turquesa. Sabía que la tela era muy fina y se le transparentaba el biquini, y también sabía que tenía un aspecto aceptable.
Pero por el calor de los ojos de Jack supo que podía considerarse bastante más que aceptable.
– Otra vez con el biquini debajo de la ropa -comentó él, bebiendo un poco más de chocolate.
– Me he tomado a pecho eso de que nos van a tirar al agua.
– Sí. Sólo espero que Heather estuviera bromeando al decir eso.
– Pronto lo sabremos.
– Sí.
Él se puso en pie y, sin soltarle la mano, la hizo levantarse. A Sam se le desdibujó la sonrisa al verlo mirarla con tanta seriedad.
– ¿Qué pasa?
Él sacudió la cabeza y la tomó de la nuca con la mano que tenía libre. Con el rabillo del ojo, Sam vio que Lorissa estaba atenta a todos sus movimientos.
– Me he pasado toda la semana pensando en ti -murmuró Jack.
El comentario la dejó sin aliento. Igual que el beso tierno que le plantó en los labios.
– ¿Nos vamos?
– Sí -contestó ella.
Tremendamente consciente de las miradas de todos los que estaban a su alrededor, Sam no fue capaz de reconocer que ella también había estado pensando en él. Cada segundo.
– Que os divirtáis -dijo Lorissa, recogiendo sus tazas-. Y tened cuidado.
Salieron al aparcamiento. Jack le abrió la puerta del acompañante, pero en vez de entrar, ella lo miró a los ojos y declaró:
– También he pensado en ti.
Acto seguido, Sam se acomodó en el asiento y cerró la puerta, ante la expresión de sorpresa de Jack. Cuando él entró en el coche no dijo nada. No era necesario; su sonrisa lo decía todo.
«Que os divirtáis», había dicho Lorissa. Y tened cuidado.
El único problema era que no había forma de que Sam pudiera hacer las dos cosas al mismo tiempo; no con aquel hombre.
La feria bullía con la actividad previa a la apertura. Jack miró su puesto y dijo: