Entre risas, Sam se apartó.
– Buen intento.
Recorrieron el inmenso salón y atravesaron el comedor formal que nunca se usaba hasta llegar a otro salón en donde había una moqueta mullida, un televisor enorme, tres de los sofás más grandes del mercado y un bar con bebidas de todo tipo.
– Este es mi lugar favorito. El más frecuentado.
Ella asintió, observando que las paredes estaban llenas de fotos de sus amigos, su familia y los acontecimientos de su vida.
– Es muy bonito.
– Gracias -dijo él, levantando un sobre de la mesita-. Cole ha sido muy amable y ha registrado todas mis caídas del sábado pasado, y ha sido más amable aún al dármelas -le mostró algunas de las humillantes imágenes de él en el agua y sacó la que más le gustaba-. Esta la pondré en la pared en cuanto la amplíe.
Sam lo miró y tomó la fotografía.
– Salimos los dos.
– Sí.
La imagen era de después de hacer surf, por lo que Jack sólo llevaba puesto el bañador, y Sam aquel biquini negro que tanto lo excitaba. Cuando Cole había levantado la cámara, Sam había empezado a apartarse, pero él la había rodeado con un brazo. Ella se había vuelto a mirarlo y le había dedica do una sonrisa tan llena de afecto, que a Jack se le había derretido el corazón y había sonreído de oreja a oreja. Cole había captado aquel preciso instante.
– ¿Vas a poner una foto nuestra con las de tu familia y tus amigos?
– Sí. ¿No eres mi amiga, acaso?
Ella cerró la boca y miró la imagen con el ceño fruncido.
– Yo creía que…
– ¿Qué?
Sam le devolvió la fotografía y se dio la vuelta.
– Que estábamos jugando. Que estamos jugando. Yo te enseñé a hacer surf, y ahora tú me enseñas a jugar al baloncesto. ¿Dónde está la cancha? Estoy segura de que tienes una completamente equipada.
Jack se dijo que si ella quería comportarse como si no pasara nada entre ellos, por él estaba bien. Aunque ya no lo alegraba tanto aquella fobia al compromiso como había imaginado.
– Fuera -contestó.
La cancha estaba cruzando la cocina y el lavadero, en el jardín trasero, pasando la piscina olímpica. Sam contempló el asfalto agrietado y lleno de hoyos y las antiguas canastas, una de los cuales se había torcido en la última batalla campal con varios amigos.
– Esto es como una cancha callejera -dijo.
Él sonrió.
– Sí. ¿No te encanta?
– Pero, ¿dónde están los suelos de madera, las canastas de último modelo?
Él se acercó y la tomó de la barbilla para que lo mirara.
– No crecí en una casa como ésta, ¿sabes? Crecí en un barrio normal y corriente, y jugaba al baloncesto en la calle. Me gusta jugar así.
Ella sonrió, pero enseguida se puso seria.
– Jack…
– No. No cambies de idea.
Sam cerró los ojos.
– No quiero que esto termine. Pero si me quedo, si jugamos, no vamos a parar ahí. Y entonces, mañana todo habrá terminado.
– No te entiendo. ¿Por qué se va a terminar?
– Porque me habré cansado de ti. Siempre me canso de los hombres después de acostarme con ellos.
Él sonrió y sacudió la cabeza.
– Pero no nos hemos acostado.
– Jack…
A él se le desdibujó la sonrisa.
– Lo dices en serio. Quieres irte ahora para que no nos acostemos y podamos seguir viéndonos.
Sam asintió avergonzada.
– Los dos tenemos una historia -dijo él-. Una gran parte de la tuya es trágica, y me encantaría poder cambiarla, pero ninguna de nuestras relaciones pasadas debería ser un factor que influyera en esto. Lo que hay entre nosotros es diferente. Original.
– Y aterrador.
– Y aterrador -convino-. Pero no me importa, y me sorprende que a ti sí.
– ¿Qué significa eso?
– Que creía que tenías agallas y determinación. La primera noche te miré y vi…
– ¿A una chica de playa?
– A una mujer a la que quería conocer más -declaró Jack-; y cuando lo hice vi lo fuerte que eras, la actitud admirable que tenías después de lo mal que te había tratado la vida. Seguiste adelante y ganaste -se acercó más y le acarició los brazos, como si quisiera hacerle ver lo que él veía-. Ganaste. Y es algo que me encanta de ti, Sam. ¿Qué digo? Es una de las cosas más atractivas que tienes. Pujaste por mis clases de baloncesto porque querías. Porque me deseabas. Si has cambiado de idea porque has perdido el valor, entonces no te conozco en absoluto.
Aquello consiguió molestarla.
– ¿Eso crees?
– Sí. Ahora, ¿te quedas o no?
Ella echó un vistazo a su alrededor antes de volver a la desafiante mirada de Jack y sonrió con ironía.
– Tienes una forma de plantear las cosas…
– ¿Sí?
– Bueno, sería estúpida si desperdiciara todo ese dinero.
Él sonrió.
– Sí.
– Además -dijo Sam, apartándose para hacer ejercicios de calentamiento con los hombros-. Te voy a dar una paliza.
– Yo creía que esto era una clase.
– ¿Y por qué no jugamos?
Jack no pudo contener la risa.
– Pero soy profesional.
– Ex profesional -puntualizó ella, quitándose la sudadera-. Y no te dedicabas al baloncesto callejero.
Las camisetas eran tan finas que se le marcaban los senos perfectamente. Jack sintió un repentino picor en las manos, por la necesidad de tocarlos.
Sam se puso los calcetines y las zapatillas, y se puso en pie, con los brazos en jarras y arqueando una ceja.
– Métete conmigo y verás -amenazó.
– ¿Es una declaración de guerra?
Ella sonrió lentamente.
– Sí.
– ¿Jugamos sólo en la mitad de la cancha?
– En toda.
– ¿A cinco canastas?
– A once. Y gritaremos nuestras propias faltas.
– ¿Quieres que te dé ventaja?
– Si te hace ilusión, yo jugaré a cinco canastas y tú a once.
Sam estaba jugueteando con uno de sus tirantes, y él se quedó mirándola absorto.
– ¿Jack?
– No hay problema.
Jack estaba seguro de que no le costaría mucho vencerla. Sacó un balón, pero ella se lo quitó de las manos y se alejó botándolo. Después ejecutó el lanzamiento más torpe del mundo y encestó.
Se giró y sonrió con arrogancia. Él soltó una carcajada.
– Supongo que hemos empezado.
– Sí. ¿Quieres que apostemos?
De pie en medio de la cancha, con aquella sonrisa sensual, estaba irresistible. Jack podía estar embobado con ella, pero no había forma de que lo venciera.
– ¿Por qué no?
– El ganador elige el premio.
Él no se lo podía creer.
– ¿Cualquier cosa?
Sam movió las pestañas, y a él se le escapó una carcajada, porque estaba seguro de que le estaba tomando el pelo y no hablaba en serio.
– De acuerdo cosa -contestó ella.
– Conforme.
Con desventaja o no, Jack ganaría y reclamaría su premio. En la cama.
– ¿Listo?
Sam botaba el balón lentamente, cometiendo el clásico error de alejarlo demasiado de su cuerpo.
A Jack se le hizo la boca agua al pensar que exigiría pasar toda una noche con ella. Le arrebató la pelota con facilidad, atravesó la cancha e hizo un tiro que habría hecho suspirar de placer a cualquier fanático del baloncesto.
Después se volvió a mirarla y le arrojó el balón.
– Uno a uno. Sacas tú.
Sam tomó el balón y, tras haber observado los movimientos de Jack, lo hizo botar más cerca, mirando atentamente a su adversario, que le bloqueaba el paso con una fiereza increíble. Se dio cuenta de que estaba desesperado por ganar y se preguntó qué premio tendría en mente.
La idea le hizo tener ganas de sonreír, pero se contuvo, porque también quería ganar. Durante un momento había querido dar la vuelta y salir corriendo de allí, pero Jack la había hecho entrar en razón. Necesitaba hacer el amor con él, aunque sólo fuera una noche. Se lo debía a ambos.