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Sam no volvió a decir una palabra en todo el viaje. Veinte minutos después, Jack aparcó frente a su casa y por un momento se quedó mirándola descansar en el asiento, con los ojos cerrados y sosteniéndose la mano herida con la otra.

– Lo siento mucho, Sam.

– No es culpa tuya.

– No, pero tampoco es tuya.

Jack supo que había puesto el dedo en la haga, porque ella hizo una mueca de dolor. Salió del coche y corrió a ayudarla, pero ella se bajó antes de que pudiera llegar y gruñó cuando la alzó en brazos.

– Bájame. Me he herido la mano, no los pies.

Él corrió hasta la puerta de entrada con ella en brazos.

– Jack, no seas estúpido. Te vas a hacer daño en la rodilla.

Sam puso los ojos en blanco cuando él la sostuvo contra la puerta mientras buscaba las llaves.

– Qué, ¿no tienes mayordomo?

– Como creía que te ibas a aprovechar de mí toda la noche, le he dado el día libre.

– Déjame caminar, Jack. No seas tan protector, que no hace falta.

Él suspiró.

– Tal vez podrías apoyarte en alguien, sólo por esta noche. Apóyate en mí, Sam.

Ella cerró los ojos y lo abrazó por el cuello.

– Supongo que por esta noche, podría.

– Sólo por esta noche -convino él, deseando que durase más tiempo.

La llevó hasta el cuarto de baño y la sentó cerca de la bañera de hidromasaje.

– ¿Te apetece darte un baño?

Sam asintió y lo vio abrir el grifo y comprobar la temperatura del agua.

– Déjalo, Jack, ya me ocupo yo.

– De acuerdo -dijo él, acariciándole la mejilla-. Llámame si necesitas algo.

Él dio vueltas por la casa durante un rato y cuando volvió a su dormitorio la encontró sentada en medio de la cama, envuelta en dos de sus toallas, con la mirada perdida. Fue a buscar un vaso de agua al baño y se lo llevó, junto con las pastillas que le habían dado los médicos.

– Tómate esto.

– Estoy bien.

– Tómatelo de todas formas.

Las toallas revelaban las largas piernas que le abría gustado tener alrededor de la cintura toda la noche.

– Estaré atento -añadió él, yendo hacia la puerta-. Si necesitas algo, lo que sea, me llamas, ¿de acuerdo?

– Sí.

El temblor de su voz lo hizo detenerse y volver a la cama.

– Sam…

– Estoy bien. En serio.

Pero era mentira, y los dos lo sabían. Jack se sentó en la cama y al ponerle una mano en la pierna notó que estaba temblando.

– Oh, Sam…

– Estoy bien -repitió ella.

– ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que te prepare algo de cenar?

– Jack, te estás poniendo pesado.

Él le acarició la pierna como si pudiera hacerla entrar en calor, aunque sabía que no temblaba de frío, si no de la impresión.

– Ya lo sé. Pero es que me siento impotente, y es una sensación que no me gusta nada.

– Entonces déjalo y vete.

– Creía que podría, pero no puedo -confesó, sentándola sobre su regazo-. Dime qué debo hacer, Sam. Dímelo y lo haré.

Ella sacudió la cabeza y apartó la mirada, aunque no antes de que él pudiera verle las lágrimas contenidas.

– Por favor -insistió Jack-. Me estás partiendo el corazón. Haz algo. Grita, llora, patalea… tienes derecho…

– De acuerdo.

Con los ojos cerrados, Sam le pasó una mano alrededor de los hombros y se acomodó mejor sobre el regazo.

– Esto -dijo, mordisqueándole el cuello antes de mirarlo a los ojos-. Esto es lo que quiero.

Acto seguido, Sam se abrió las toallas, revelando la piel bronceada y las deliciosas curvas con las que él soñaba desde hacía semanas. Sin embargo, Jack no podía aprovecharse de la situación.

– Sam…

– Quiero que me hagas olvidar todo. Eso es lo que quiero de ti.

– Sam…

Apretó su cuerpo de ensueño contra él, haciéndolo temblar por el esfuerzo que tenía que hacer para contenerse. Jack trató de pensar, algo que no resultaba fácil cuando no era su cerebro el que estaba al mando. Tuvo que cerrar los ojos para evitar la visión de aquel cuerpo glorioso, pero fue en vano, porque la tenía grabada en la mente.

– Espera, Sam. Estás en estado de shock y eso te trastorna -dijo, con tono desesperado-. Han tenido que suturarte la mano. No podemos…

– Hazme el amor, Jack.

– Sam…

– Hazme olvidar, por favor -suplicó, sellando el trato con un beso.

Capítulo 12

Sam se concentró en sentir los brazos de Jack a su alrededor, en la forma tierna y protectora con que la sujetaba. En aquel momento no importaba nada salvo lo que estaban compartiendo, y para demostrarlo, lo besó apasionadamente, arrancándole un gemido tan masculino y sensual que intensificó el beso sólo para volver a oírlo.

Y él no la decepcionó.

Sin lugar a dudas, aquello era lo que necesitaba. Necesitaba la fuerza y la pasión de Jack, la manera en que se sentía cuando la abrazaba. Se apretó contra él y le deslizó una mano por debajo de la camisa para acariciarle el pecho y el estómago.

Jack se apartó un poco para camisa y volvió a abrazarla.

– Tu mano…

– No me duele.

Sam se arqueó contra él, lo hizo tumbarse para poder acostarse encima y empezó a desabotonarle los vaqueros.

– No soy frágil -dijo-. No me voy a romper.

Con un nuevo gemido, Jack la tomó de las muñecas y le echó los brazos hacia atrás, teniendo especial cuidado con la mano herida.

– Espera un momento, Sam. No puedo pensar cuando me…

– No quiero que pienses.

Ella forcejeó hasta que la soltó.

– Ten cuidado -insistió él.

– ¿No me has oído? No me voy a romper. Te lo prometo.

Sam echó la cabeza hacia atrás. Sabía que tenía los ojos llenos de orgullo y el corazón dolorido por lo que había pasado aquella noche, pero tenía que hacer el amor con Jack. Sabía que podía estar alterada por la necesidad, perturbada por su falta de modestia, pero no lo estaba.

– Si no me deseas, basta con que lo digas.

Ella miró con incredulidad.

– ¿Bromeas?

Jack la recorrió con la mirada y descendió lentamente sobre ella, cubriéndola con su cuerpo, separándole las piernas para colocarse encima. La tomó de la cara, la besó con pasión y se apretó contra ella para que sintiera lo excitado que estaba.

– ¿Notas eso? -le susurró en los labios-. Siente lo mucho que te deseo.

Sam arqueó la espalda para sentirlo más.

– ¿Tienes un preservativo?

Él alargó una mano, abrió un cajón de la mesita y sacó un preservativo. Mientras ella lo miraba con ansiedad, tiró las toallas al suelo, se puso en pie y se quitó los vaqueros. Era tan atractivo que Sam no podía quitarle los ojos de encima, Volvió a acostarse junto a ella y empezó a besarle los senos.

– Eres tan hermosa, Sam…

– No tanto como tú.

La virilidad de su desnudez hacía que le costara respirar y que quisiera probarlo.

Él soltó una carcajada.

– El cuerpo femenino es mucho más bonito. Hay mucho más para mirar -afirmó, acariciándole los pezones-. Mucho más para tocar.

Ella sintió las caricias, los dedos, la boca que se deslizaba hacia su centro. Se estaba derritiendo, deshaciéndose de placer. Jack le lamió un pezón y levantó la vista para verlo endurecerse. Lo hizo una y otra vez antes de introducírselo en la boca.

Sam no pudo evitar gemir y empujarse contra él. Mientras se dedicaba al otro seno, Jack le deslizó una mano hasta el pubis, y ella se estremeció con anticipación.

Él siguió bajando la mano, aunque no lo suficiente.

– Jack…

Sam le rodeó la erección con los dedos, y se excitó aún más al oírlo gemir complacido. Entonces él volvió a besarla, a devorarle la boca.

Pero seguía sin entrar en ella; seguía conteniéndose.

– No te detengas -le suplicó Sam.