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– Tal vez -dijo él-, el brindis se esté haciendo realidad.

– Sí…

Ella bajó la cabeza y bebió un trago para ocultar la confusión que le provocaban las sensaciones que experimentaba con Jack, pero entonces vio un movimiento detrás de él.

– Periodistas a la derecha -informó, entre dientes.

Él maldijo, acabó su bebida y dejó la copa vacía en la bandeja de un camarero antes de escabullirse de los fisgones.

Se acercaron a la orquesta, que estaba tocando música de los setenta. Las luces se apagaron, y al menos diez bolas de discoteca bajaron del techo, girando y lanzando rayos de luz a todas las esquinas.

– Disfrutad de la hora de música disco -dijo el director por el micrófono-. A las ocho en punto pasaremos al pop de los ochenta.

Los asistentes se animaron, y muchos fueron hacia la pista de baile.

Sam vio las luces de colores y a la gente que empezaba a moverse al ritmo de las canciones y se le hizo un nudo en la garganta. Esperaba que Jack no pretendiera que bailara con aquellos ridículos tacones y aquel vestido tan estrecho. Por suerte, él se detuvo al borde de la pista.

– Creo que aquí estaremos a salvo -dijo-. Deprisa, mírame a los ojos como si fuera el único hombre del lugar. Tal vez eso los mantenga alejados.

Ella rió, pero lo miró a los ojos obedientemente.

– ¿Cómo si fueras el único hombre? ¿Y cómo se hace para mirar de esa manera?

Él parpadeó y se unió a las carcajadas.

– La verdad es que no tengo ni la más remota idea.

Sam hizo una mueca de dolor.

– Lamento decirte que se acercan tres hombres con trajes baratos y armados con cámaras.

– Maldición.

Jack la tomó de la mano, la arrastró a la pista de baile y se volvió a mirar a los fotógrafos. Heather se apresuró a interponerse para obstaculizarles la toma, y le guiñó un ojo a su hermano.

– Así está mejor -le dijo Jack a Sam, sonriendo.

Estaban rodeados de parejas que giraban al compás de la música.

– A menos que se te ocurra cómo podemos salir de aquí -advirtió Sam-, tendremos que bailar.

Ella podía remontar cualquier ola con la tabla de surf o cantar a voz en grito en la barra de su café cuando estaba de buen humor, pero era incapaz de bailar. No tenía ritmo.

Con una delicadeza estremecedora, Jack le pasó un brazo alrededor de la cintura, le tomó la otra mano y la atrajo hacia sí.

– Por mí, bailemos.

– Espera… -exclamó ella, mirándolo a los ojos mientras él empezaba a moverse en perfecta sincronía con la música-. ¿Sabes hacer esto?

Él sonrió divertido.

– ¿Por qué te sorprende tanto?

Sam tenía entendido que los deportistas famosos sólo eran buenos en lo suyo. Pero Jack tenía ritmo, buen ritmo, y sus movimientos la afectaban de una manera inesperada.

– ¿Qué pasa? -preguntó él, al ver que se quedaba quieta.

Lo único que pasaba era que Sam se sentía idiota. Ni en sus días de desenfreno juvenil se había sentido cómoda bailando. Nunca le había gustado. Sin embargo, estaba entre los brazos de un hombre muy atractivo que centraba su atención en ella para tratar de olvidarse del mundo que los rodeaba, y Sam quería ayudarlo. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera, menos bailar.

Jack agachó un poco la cabeza y le rozó una mejilla con la barbilla.

– ¿Sam?

Ella lo miró a los ojos. Podía sentir la fortaleza del cuerpo de Jack, cómo le latía el corazón y la presión de la cadera que se balanceaba suavemente contra la suya; y también, las reacciones de su propio cuerpo, las hormonas revolucionadas, los huesos derretidos.

Se preguntaba cómo podía ser tan sensual un jugador de baloncesto.

– ¿Sam? ¿Estás ahí?

– Sí, pero es que bailar me parece algo muy trillado.

– Trillado -repitió él-. ¿Bailar en una pista de baile está trillado?

– Sí. Estoy segura de que podemos hacer otra cosa.

– ¿Por ejemplo?

Las luces de colores la distraían tanto que no se le ocurría nada.

– No sé. Piensa en algo.

– Creo que tendrás que hacerlo tú -dijo Jack, con un brillo intenso en los ojos-. Porque cuando me miras así soy incapaz de pensar algo apropiado.

A ella le pasaba lo mismo. De hecho, se le ocurría un montón de ideas inapropiadas y no podía evitar sentir la necesidad de apretarse más contra él.

No sabía qué hacer, pero sí qué le pedía el cuerpo.

– Sam…

Las luces se hicieron aún más tenues, de modo que todo lo que veían era las siluetas de la gente que bailaba alrededor de ellos. Era el camuflaje perfecto. Sam le deslizó las manos por la nuca, le bajó un poco la cabeza y lo besó.

Estremecida por el sensual gemido de sorpresa de Jack, cerró los ojos y lo abrazó con fuerza.

Habría cerrado los ojos antes, pero había querido asegurarse de que él estaba a gusto con el giro que acababa de darle a la velada. Y, a juzgar por la forma en que respondía, Jack estaba encantado con la situación.

Besar a un hombre por primera vez siempre era una experiencia, una aventura que podía acabar en decepción. Pero Jack el Escandaloso besaba maravillosamente bien.

Y no se apartaba, ni siquiera cuando era obvio que los dos estaban sin aliento. La tenía tornada de las caderas y la espalda, y cuando ella le puso las manos en los hombros, dejó escapar otro gemido de placer.

Sam sintió que algo se agitaba en su interior al oír aquel sonido en la pista de baile. Era deseo, sí, pero diferente. Era un deseo que la dominaba tanto que ni siquiera se atrevía a dejar de besarlo para respirar. Lo tomó del pelo mientras él movía las caderas, arrancándole un nuevo gemido.

– No es justo -murmuró Jack.

– ¿Por qué?

– Porque no voy a poder salir de esta pista de baile durante un buen rato.

Ella tampoco quería moverse de allí y se arqueó contra él. Sintió que se le nublaba la vista cuando sus muslos se rozaron.

Jack echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie les prestaba atención y la tomó de la cara.

– ¿Qué me estás haciendo, Sam?

Esperaba estar enloqueciéndolo al menos la mitad de lo que él la enloquecía a ella. De pronto, alejarse de la pista era lo último que tenía en mente.

– No lo sé -dijo, mordiéndole el lóbulo de la oreja-. Sólo sé que esto me está gustando mucho.

– No me digas eso.

Jack le deslizó una mano por el estómago, acariciándole las costillas y rozándole el borde de los senos. Mientras tanto, la contemplaba con una mirada tan cargada de deseo que resultaba más embriagadora que el champán que habían bebido. Sam soltó un gemido entrecortado y sintió que se le derretían los huesos. Y cuando él le acercó los dedos a los pezones, aunque sin llegar a rozarlos, tuvo que concentrarse para poder respirar.

– Sam… -murmuró Jack, con la voz enronquecida.

Ella volvió a tomarlo del pelo y a acercarle la boca para besarlo apasionadamente.

Minutos después, la canción terminó, se encendieron las luces y el director de la orquesta empezó a hablar sobre lo que tenían preparado para la siguiente hora.

Jack entreabrió los ojos y miró a Sam con detenimiento.

– ¿Qué más vas a hacer para no bailar?

– Oh, oh, me has descubierto.

Por lo menos estaba dispuesta a reconocerlo.

Él desvió la mirada hacia la parte delantera del vestido, donde los pezones endurecidos reclamaban más atención, y dejó escapar un gruñido que los tensó más aún.

La música había vuelto a sonar y la pista estaba cada vez más concurrida, con bailarines que parecían saber lo que hacían. Sin dudarlo, Sam volvió a acercar la boca a la de Jack, Él soltó una carcajada y la besó hasta obligarla a apartarse en busca de aire.

– ¿Vas a seguir besándome para evitar bailar?

Él también estaba respirando entrecortadamente.

– Desde luego -contestó.