– Perteneció a la organización de los Rebeldes Obreros. Llevaba un brazalete, se metía con la gente y pegaba palizas a diestro y siniestro. Luego formó parte de una escuadra obrera para la propaganda del pensamiento de Mao Zedong destinada a una escuela. En aquella época, sus miembros tenían mucho poder y eran muy agresivos.
Yu lo sabía de sobras. Aquellas escuadras obreras, llamadas a veces de forma abreviada «Escuadras de Mao», eran un producto de la Revolución Cultural. En los inicios de la campaña Mao movilizó a los Guardias Rojos, una organización compuesta por lóvenes estudiantes, para que recuperaran el poder que ahora detentaban sus rivales en el Partido. Sin embargo, los Guardias Rojos, que no tardaron en descontrolarse, suponían una amenaza para el propio poder del presidente. Por ello Mao declaró que los mismos trabajadores deberían liderar la Revolución Cultural, y envió Escuadras de Mao a las escuelas como fuerzas incuestionables, capaces de reprimir tanto a alumnos como a profesores. Un miembro de una Escuadra de Mao dejó inválido de una paliza a un profesor de la escuela secundaria de Yu.
– Así que Tian fue castigado -continuó diciendo el tío Fong-. Pero había millones de rebeldes como él en aquellos años. Tian tuvo la mala suerte de convertirse en chivo expiatorio. Lo sentenciaron a dos o tres años de cárcel. ¡Menudo karma!
– ¿Jazmín era aún muy pequeña?
– Sí, entonces tendría sólo cuatro o cinco años. Vivió con su madre durante algún tiempo y luego, después de la muerte de ésta, volvió con su padre. Tian nunca la cuidó bien, y hace cinco o seis años quedó paralítico -explicó el tío Fong, tomando un largo sorbo de té con expresión pensativa-. Ella, por el contrario, sí que cuidó bien de su padre. No fue nada fácil, y tuvo que ahorrar hasta el último céntimo. Tian no tenía pensión, ni seguro médico. Jazmín nunca tuvo novio por culpa de su padre.
– ¿Por culpa del viejo? ¿Y cómo es eso?
– No quería dejarlo solo. Cualquier posible pretendiente habría tenido que aceptar esa carga. Y muy pocos estaban dispuestos a hacerlo.
– Muy pocos, desde luego -observó Yu asintiendo con la cabeza. ¿Tenía amigos en el barrio?
– No, la verdad es que no. No se relacionaba con las chicas de su edad. Estaba demasiado ocupada trabajando y llevando la casa. Creo que también hacía otros trabajillos -añadió el tío Fong, depositando la taza sobre la mesa-. Déjeme que le lleve hasta allí, y así lo podrá comprobar usted mismo.
El tío Fong condujo a Yu hasta una vieja casashikumen situada en la parte central del callejón, y abrió una puerta que daba directamente a una habitación que parecía construida en un rincón del antiguo patio. Era una habitación con varias funciones, había una cama deshecha en el centro, una escalera de mano que llevaba a un desván de construcción posterior, una estufa de briquetas de carbón apagada colocada junto a la cama, un viejo orinal sin tapa y casi ningún otro mueble. Durante los últimos años, esta pequeña habitación debió de constituir todo el mundo de Tian, que ahora yacía despatarrado en la cama.
Puede que Jazmín tuviera sus razones para no quedarse demasiado tiempo en casa, empezó a comprender Yu, mientras saludaba con la cabeza al padre de la muchacha.
– Este es Tian -dijo el tío Fong, señalándolo. El hombre parecía tan consumido como un esqueleto salvo por sus ojos, que seguían a los visitantes por toda la habitación-. Tian, éste es el camarada subinspector Yu, del Departamento de Policía de Shanghai.
Tian susurró una respuesta ininteligible.
– Sólo ella entendía a Tian -comentó el tío Fong-. No sé quién vendrá a ayudarlo ahora. Ya no estamos en la época del camarada Lei Feng, y nadie quiere seguir el desinteresado modelo comunista.
Yu se preguntó si Tian estaba lo bastante lúcido como para entender lo que estaban diciendo. Quizá sería mejor que no lo estuviera. Mejor tener la mente en blanco que llorar la muerte de su hija y enfrentarse a su inevitable final. Hiciera lo que hiciera durante la Revolución Cultural, su castigo era más que suficiente.
Yu cogió la escalera de mano y subió con cuidado al desván,
– Sí, ahí es donde vivía.
El tío Fong permaneció de pie junto a la cama de Tian, mirando hacia arriba. A él le hubiera costado demasiado esfuerzo subir.
Ni siquiera era un desván, sino un «segundo piso» añadido de forma provisional sobre la cama de Tian, la cual ocupaba casi toda la primera planta. Jazmín ya era adulta, y necesitaba su propio espacio. Yu no consiguió ponerse de pie allí dentro sin rozar el techo con la cabeza. Y no había ni una sola ventana. En la oscuridad, Yu tardó uno o dos minutos en encontrar el interruptor de una lámpara, y la encendió. No había somier, sólo un colchón. A su lado reposaba una escupidera de plástico, posiblemente el orinal de Jazmín. También había una caja de madera sin pintar. Yu abrió la tapa y vio algunas prendas en su interior,casi todas baratas y pasadas de moda.
No tenía sentido permanecer allí más tiempo. El subinspector bajó de nuevo por la escalera de mano, sin hacer ninguna pregunta. ¿Cómo iba a saber algo Fong sobre el caso? Yu se despidió del tío Fong y salió del callejón, deprimido por la visita.
Si una muchacha que estaba en la flor de la vida había escogido vivir así, no parecía un blanco fácil para un asesino con un móvil sexual, ni que su conducta hubiera provocado el siguiente asesinato.
En lugar de volver al Departamento, Yu se dirigió al hotel donde había trabajado Jazmín, situado en la Ciudad Antigua. La Gaviota no era un hotel lujoso, aunque, debido a su buena ubicación y a su precio razonable, se había convertido en una «opción excelente para los viajeros con poco presupuesto». En el atestado vestíbulo, Yu vio a un grupo de estudiantes extranjeros cargados con enormes mochilas. El jefe de recepción, que parecía muy profesional con su uniforme escarlata, les habló en un inglés fluido. Sin embargo, no pudo evitar tartamudear al ver la placa policial que le mostró Yu. El jefe de recepción lo condujo hasta un despacho y cerró la puerta tras de sí.
Sea lo que sea lo que hablemos aquí, por favor, no permita que ningún periodista se entere de la conexión entre el hotel y los asesinatos del vestido mandarín rojo, o nuestro negocio se irá a pique. La gente suele ser supersticiosa, y no se hospedaría en este hotel si creyera que alguien ha fallecido aquí de muerte violenta.
– Lo comprendo -respondió Yu-. Ahora dígame lo que sabe acerca de ella.
– Era una buena chica, muy trabajadora, de trato fácil. Su muerte nos ha horrorizado a todos. Podría decirse incluso que trabaiaba demasiado.
– He hablado con el comité vecinal de su barrio. También me han dicho que trabajaba muchísimo, y que no pasaba demasiado tiempo en casa. ¿Es posible que tuviera otro trabajo?
– Eso no lo sé. Aquí hacía horas extra, por las que le pagábamos un cincuenta por ciento más. Por la mañana limpiaba las habitaciones y ayudaba en la cafetería del hotel. También trabajaba algunas noches. Tenía que pagar las facturas médicas de su padre. Nuestro hotel tiene permiso para alojar a turistas extranjeros, por lo que preferíamos contar con empleados de confianza. Nuestro gerente le proporcionaba todas las horas que quisiera trabajar. A los clientes les gustan las chicas jóvenes y guapas.
– A los clientes les gustan las chicas jóvenes y guapas. ¿Qué quiere decir con eso?
– No me malinterprete. Aquí no toleramos ningún servicio indecoroso. Una chica de su edad podría haber elegido trabajar en otro sitio. En un club nocturno, pongamos, por mucho más dinero, pero se quedó aquí, trabajando muchas más horas.
– ¿Sabe algo sobre su vida personal? Por ejemplo, ¿tenía novio?
– No lo sé -respondió el jefe de recepción, tartamudeando de nuevo-. Eso pertenecía a su vida privada. Trabajaba mucho, como le he dicho, y no hablaba demasiado con sus compañeros de trabajo.
– ¿Es posible que hubiera algo entre ella y algún cliente del hotel?