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Era la especialidad del chef: cabeza de carpa cubierta con pimientos rojos sobre un lecho de ajo blanco.

– La cazuela conserva la comida caliente durante mucho tiempo. Todavía quema -explicó Pan, frotándose las manos-. La clase media no deja de aumentar en China. Vienen a un restaurante en busca de algo especial, no quieren los típicos platos caseros que ellos mismos pueden cocinar. Así que también tendremos que cambiar la carta. ¿Qué te parecería encargarte de la dirección? Yo te ayudaré. Socialista o capitalista, éste es nuestro restaurante.

– Gracias, Pan. Lo pensaré -contestó Peiqin-, pero puede que no esté cualificada para el puesto.

– Sí, piénsatelo, Peiqin -la animó Pan, retrocediendo hacia la puerta-. Nunca sabemos de lo que somos capaces hasta que lo intentamos.

Sirviéndose una cucharada de la sopa, Peiqin pensó que probablemente sería capaz de dirigir el restaurante con eficacia o, como mínimo, de forma más concienzuda que el director actual. Pero ¿qué pasaría con su familia? Qinqin preparaba sin descanso el examen de ingreso en la universidad. Para labrarse un futuro, debía estudiar en una universidad de prestigio. También Yu había llegado a un momento crítico en su carrera profesional, de modo que ella tenía que encargarse de las cuestiones domésticas.

Después de comer le costó concentrarse de nuevo en los libros. Abajo en la cocina, parecía que se estaba iniciando una discusión. Hua llamó para decir que no iría a trabajar. Peiqin tuvo otra idea sobre el vestido mandarín rojo, por lo que decidió tomarse la tarde libre.

Tal vez aprendiera algo sobre el vestido viendo una película: quizá tenía algún significado específico que ella era incapaz de captar en su anodina vida diaria. Peiqin salió del restaurante y se dirigió a una videoteca en la calle Sichuan. La tarde se había puesto fría, así que se abrochó hasta arriba la chaqueta acolchada de algodón, una de las pocas prendas que aún conservaba de la época que pasó en una granja militar de Yunnan. Paradójicamente, las chaquetas de estilo militar también parecían volver a estar de moda.

La enorme tienda exhibía miles de vídeos y DVD en distintas secc iones. Para su sorpresa, vio bastantes películas nuevas que aún no se habían estrenado oficialmente.

– ¿Y cómo pueden ponerse a la venta los DVD tan deprisa? preguntó al propietario de la tienda, que también era cliente de su restaurante.

– Es fácil. Alguien se cuela con una cámara de vídeo en un preestreno -contestó el hombre con una amplia sonrisa-. Garantizamos la calidad de las películas. Puede devolver el DVD y le reembolsaremos el importe completo.

Peiqin le dio las gracias y echó un vistazo por la tienda. En la sección de clásicos occidentales encontróNiebla en el pasado, una adaptación de la novela de James Hilton. Era la primera novela en inglés que Chen había leído en el Parque Bund, según le contó su marido. La versión china tenía un título fascinante: El sueño de una pareja de patos mandarines soñado de nuevo. En la poesía china clásica, la frase «una pareja de patos mandarines» se refería a los amantes inseparables. Así que debía de ser una historia de amor. Peiqin metió la película en su cesto de la compra.

De la sección de películas nacionales eligióDiario de una enfermera, una película de los años cincuenta. Recordó haber visto un cartel de la joven enfermera ataviada con un vestido mandarín. Otra historia de amor, a juzgar por la glamurosa carátula del DVD. También eligió El candado de oro, una película de Hong Kong basada en una novela de Ailing.

Pero no encontró ningún documental sobre el vestido, ni ninguna película cuyo título guardara relación directa con él.

Nada más llegar a casa, Peiqin encendió el lector de DVD. Aún disponía de un par de horas antes de preparar la cena. Se quitó los zapatos y los calcetines, se echó en el sofá y se tapó los pies con un almohadón.

Sólo vio diez minutos deNiebla en el pasado. Una película antigua de Hollywood, demasiado pasada de moda para su gusto. ¿Qué pensaría Chen de la película?, se preguntó.

Diario de una enfermera era muy distinta: trataba sobre un grupo de jóvenes entregados a la construcción de la nueva China socialista. Según los cánones actuales, no era en absoluto una historia romántica. La joven enfermera estaba demasiado ocupada haciendo la revolución como para concebir ideas románticas. De hecho, en aquella época el romanticismo estaba mal visto, pero a Peiqin le gustó la película, particularmente por su tema musical idealista:

Golondrinita, golondrinita,

vuelves aquí cada año.

¿Puedes decirme por qué?

La golondrinita responde:

«Aquí la primavera es más hermosa».

El «Aquí» más hermoso de la canción, reflexionó Peiqin, debía de referirse a alguna zona de la frontera noroccidental, aún pobre y despoblada. A nadie se le ocurriría ir allí hoy en día.

«Aquí la primavera es más hermosa.» En la pantalla, la esbelta enfermera, interpretada por la actriz Linfeng, tatareaba la canción, con el rostro encendido por la pasión revolucionaria socialista. Años después Linfeng emigró a Tokio, donde al parecer se puso al frente de un restaurante vegetariano chino. Cantaba de vez en cuando la canción de la golondrina para los clientes procedentes de China, con bastantes kilos de más y un exceso de maquillaje. Obviamente, sería ingenuo esperar que cualquier actriz continuara interpretando un papel como éste, o conservando la misma figura, durante toda su vida.

Al final, la mujer que llevaba el vestido en la película resultó ser la madre de la enfermera, una dama de mediana edad perteneciente a la clase alta en la antigua sociedad que aún se resistía a la revolución socialista. Pero Peiqin no se sintió demasiado decepcionada. Tal y como había pensado en un principio, los vestidos mandarines, tanto en las películas como en la vida real, estaban destinados principalmente a las mujeres que se movían en los sofisticados ambientes de las clases altas.

Cuando estaba a punto de verEl candado de oro, Peiqin se fijó en uno de los libros que había traído a casa. El canoso autor guardaba un extraño parecido con su difunto padre. Peiqin leyó la breve reseña biográfica que aparecía bajo la fotografía de la portada: «Shen Wenchang, célebre poeta antes de 1949, y a partir de entonces experto de renombre internacional en la historia de la indumentaria china».

Peiqin abrió el libro, pero sólo incluía dos breves párrafos sobre los vestidos mandarines. En las notas finales no encontró ni un solo texto académico centrado exclusivamente en el vestido mandarín, así que tendría que conformarse con leer algunos párrafos sueltos.

El anciano debía de tener unos ochenta años. Peiqin dejó a un lado el libro mientras observaba la fotografía. Ojalá pudiera consultar a un experto como él, suspiró.

Hacia la hora de la cena sonó el teléfono. Era Chen, quien dio muestras de preocupación al enterarse de que Yu aún estaba trabajando.

– Yu ha estado tan ocupado estos días que a menudo vuelve tarde. No se preocupe por él -lo tranquilizó Peiqin-. ¿Cómo va su trabajo de literatura?

– Lento, pero seguro. Siento mucho que haya coincidido con este caso, pero puede ser mi última oportunidad de intentar algo distinto -explicó Chen-. ¿Cómo le va a usted?

– No estoy demasiado ocupada. Ahora mismo estoy hojeando algunos libros. Todo el mundo habla del vestido mandarín rojo, así que pensé que podría aprender algo sobre él.

– Ya veo que intenta ayudar de nuevo, Peiqin. ¿Ha encontrado algo interesante?

– Todavía no. Acabo de empezar a leer un libro sobre la historia de la indumentaria china. El autor también fue poeta.

– ¿Shen Wenchang?

– ¿Lo conoce?

– Sí. Un gran erudito. Han estrenado un documental sobre él.