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– No lo he visto. ¡Ah! He comprado un DVD,Niebla en el pasado, basado en la novela que le gusta. Yu me habló de la época en que usted solía ir al parque.

– Gracias, Peiqin. Muy amable de su parte. Tengo muchísimas ganas de verlo. -Luego añadió-: Cuando Yu vuelva a casa, dígale que me llame. ¡Ah! Y que me traiga la película cuando le venga bien.

7

Chen se despertó desorientado, como si perdiera pie en un mar de pensamientos.

Tras el descubrimiento del segundo cuerpo en el centro de la ciudad, los medios de comunicación comenzaron a clamar como las cigarras a principios del verano, y Chen pensó que tenía que ayudar de algún modo. Se lo debía a Yu. Y también a Hong, quien lo había mantenido al corriente de los últimos acontecimientos con una sonrisa radiante pese al malhumor de Liao.

Sin embargo, tras evaluar todas las medidas tomadas por sus compañeros, Chen llegó a la conclusión de que poco podía añadir a lo que ya habían hecho, al menos como «consultor externo». Aún estaba muy atareado redactando su trabajo de literatura. Dirigir una investigación podía ser como escribir uno de esos trabajos: las ideas llegaban siempre y cuando la concentracion fuera absoluta.

El inspector jefe volvió a notar un regusto amargo en la boca. Mientras se lavaba los dientes enérgicamente le vino a la cabeza una idea, lo que le había comentado Peiqin. Casualmente, Chen conocía a Shen, una autoridad en la historia de la indumentaria china.

Shen había sido poeta en la década de 1940, época en la que escribía con el estilo imaginista que entonces estaba de moda. Después de 1949 le asignaron un puesto en el Museo de Shanghai, donde calificó su anterior poesía de burguesa y se dedicó con ahínco al estudio de las antiguas prendas de vestir chinas. Una decisión que probablemente le salvó el pellejo en el ambiente político cada vez más enrarecido de mediados de los cincuenta.

Como sucede enTao De Jing, la desdicha conduce a la fortuna. Debido a su abrupta desaparición de la escena literaria, los jóvenes Guardias Rojos de mediados de los sesenta no lo reconocieron como «poeta burgués», y así se evitó las humillaciones y la persecución política. En los años ochenta, Shen reapareció tras publicar una obra en varios volúmenes sobre la historia de las prendas antiguas chinas que fue traducida a varios idiomas, y se convirtió en «una autoridad de prestigio internacional». El mundillo literario estaba poblado de voces y rostros nuevos, por lo que muy pocos lo recordaron como poeta.

Chen tampoco lo habría recordado, de no ser por un encuentro con un sinólogo británico que se mostró entusiasmado con el anterior trabajo literario de Shen. Chen quedó impresionado por un breve poema sobre la juventud de Shen:

Embarazada, feliz por el niño que va a nacer

y que podrá ser un habitante de Shanghai,

su esposa se toca las venas azules que recorren sus pechos

como las cordilleras contra las pálidas nubes el día en que se marchó.

Su abuela, andando a trompicones tras él con los pies vendados,

le puso un trozo de tierra en la mano,

y le dijo: «Esto (una lombriz mutilada salió serpenteando del terrón) te hará regresar».

Como miembro ejecutivo de la Asociación de Escritores, Chen se encargó personalmente de solicitar una reimpresión del poemario de Shen. No fue tarea fáciclass="underline" el anciano se ponía tan nervioso al oír hablar de poesía como un hombre al que hubiera mordido una serpiente, mientras que el editor, reticente ante las posibles pérdidas económicas, era como un hombre temeroso de una serpiente. Con todo, la colección se publicó y pudo beneficiarse del sentimiento de nostalgia colectiva que invadía la ciudad. Los lectores disfrutaron redescubriendo a un testigo poético de la época dorada anterior a la revolución. Un joven crítico señaló que los poetas imaginistas estadounidenses tenían una deuda con la poesía clásica china, y que Shen, calificado de imaginista, en realidad estaba restaurando la antigua tradición. El artículo despertó el interés de un grupo de «nuevos nacionalistas», y la colección se vendió bastante bien.

Chen sacó su agenda y marcó el número de Shen.

– No puedo rechazar la petición de un caballero -respondió Shen, citando a Confucio-. Pero tengo que echarle un vistazo al vestido mandarín.

– No hay ningún problema. Hoy no estaré en el Departamento, pero puede hablar con el subinspector Yu, o con el inspector Liao. Cualquiera de los dos le enseñará el vestido.

A continuación Chen informó a Yu de la visita de Shen. Como había supuesto, a Yu le complació la ayuda inesperada de su jefe, y prometió mostrarle el vestido al historiador. Antes de colgar Chen añadió:

– ¡Ah!, todo un detalle por parte de Peiqin, me ha hecho llegar el DVD deNiebla en el pasado. Llevo mucho tiempo buscando esa película.

– Sí, ha estado viendo muchos DVD, intentando encontrar pistas en las películas.

– ¿Alguna novedad?

– No, nada por el momento, pero puede que los DVD la ayuden a olvidarse un poco de su trabajo.

– En eso tiene razón -admitió Chen, aunque en realidad no lo pensaba. A él le había pasado algo similar con sus lecturas de las últimas dos semanas: cuando por fin se las tomó en serio, como un objetivo que tenía que alcanzar, no le proporcionaron ningún respiro.

Antes de encaminarse a la biblioteca para continuar con su trabajo, le llegó otro envío urgente. Era un paquete con más información sobre Jia Ming, remitido por el director Zhong.

Eran especulaciones sobre los motivos que podía tener Jia para querer causar problemas al Gobierno. Jia y el resto de su familia fueron maltratados durante la Revolución Cultural; siendo aún un niño, Jia perdió a sus padres. Decidió estudiar Derecho a principios de los años ochenta, cuando la abogacía todavía no era una elección profesional tan común. Durante los años sesenta y setenta apenas había abogados en China, y los pocos que ejercían no defendían a cualquiera. Al igual que las acciones de bolsa, los abogados formaban parte de la sociedad capitalista: eran hipócritas y trabajaban para los ricos. Las autoridades del Partido fijaban de antemano el resultado de los casos importantes, siempre en nombre de la dictadura del proletariado. Liu Shaoqi, presidente de la República Popular China, fue encarcelado sin que se celebrara juicio alguno y murió solo en la cárcel, sin que nadie se molestara en enviar una notificación a su familia durante años. Jia había decidido deliberadamente hacerse abogado en una época en que dicha profesión resultaba muy poco popular: tenía intención de causar problemas al Gobierno desde un principio.

Su temprano inicio en la profesión le permitió alcanzar rápidamente el éxito. Cuando se abogó por la implantación de un sistema legal que después sería reconocido como parte de la reforma china, Jia adquirió renombre por representar a un escritor disidente. Realizó una defensa tan brillante que, en varias ocasiones, el juez no supo qué responder, lo que provocó el aplauso de los espectadores que vieron el juicio por televisión. La «nueva» profesión legal empezó a cobrar impulso y aparecieron bufetes de abogados por todas partes, como brotes de bambú tras un repentino chaparrón primaveral.

Pero Jia era distinto a los demás, y no sólo aceptaba aquellos casos que pudieran resultarle lucrativos. Debido en parte a la herencia que recibió de su familia después de la Revolución Cultural, Jia no tenía que trabajar por dinero. De vez en cuando aceptaba casos controvertidos, por lo que el Gobierno municipal lo incluyó en una lista negra incluso antes de que aceptara el caso del complejo residencial de la manzana nueve oeste.

Chen decidió no seguir leyendo. Durante sus años de universidad a él también lo habían incluido en una lista negra debido a algunas interpretaciones políticas infundadas de su poesía modernista.

El inspector jefe llegó a la biblioteca pasadas las diez. Susu, la bibliotecaria de hoyuelos encantadores, le trajo una taza de café recién hecho, fuerte y reconfortante.