Mientras tomaba un sorbo de café caliente, la pareja inclinada sobre la arcilla le trajo a la memoria la escena de una película de Hollywood, y también una imagen de un cantoci en chino clásico de una poetisa del siglo XIII, Guan Daoshen.
Tú y yo estamos tan locos
el uno por el otro,
como si nos envolviera el fuego del alfarero.
De un trozo
de arcilla, moldea tu efigie,
moldea la mía. Aplástanos
a los dos de nuevo para volvernos arcilla, mézclala
con agua, vuelve a moldear tu efigie,
vuelve a moldear la mía.
Así, te tendré en mi cuerpo, y tú me tendrás también en el tuyo.
En el taller, la muchacha empezó a embadurnar el rostro del chico con la mano cubierta de arcilla. Sus risas sonaban como campanillas de plata, aunque Chen no pudo distinguir las palabras cariñosas que se susurraban al oído. Una imagen conmovedora, como la del poema. Se contentó con su café solo, mientras intentaba procesar toda la información que le había proporcionado Shen.
Pensó en el enfoque imaginista que empleó Shen para analizar el vestido mandarín. Tal vez el significado del vestido no fuera comprensible sólo para el «autor», pero puede que a la policía le costara descifrarlo porque se había confeccionado según un modelo, o una imagen original, de tiempo atrás.
Peiqin había estado viendo varias películas en busca de una especie de arquetipo. Quizás él tuviera más éxito. No porque fuera más hábil que ella, sino gracias a sus contactos.
Chen sacó su cuaderno de direcciones y buscó el número del presidente Wang de la Asociación de Escritores Chinos, que también ocupaba el cargo de primer secretario adjunto del Partido en la Asociación de Artistas Chinos, entre cuyos miembros había diseñadores de moda, fotógrafos y directores. No hacía mucho, Chen había ayudado a Wang a su manera.
– ¿Ha oído o leído algo sobre el caso del vestido mandarín rojo en Shanghai, presidente Wang? -preguntó Chen sin rodeos nada más contestar Wang la llamada de larga distancia.
– Sí, lo he leído aquí en un periódico de Pekín.
– Tengo que pedirle un favor. Suponiendo que el vestido sea una imagen que quizás alguna gente haya visto, ¿puede preguntarles a los miembros de la asociación si tienen información al respecto? Envíe un fax del vestido mandarín a las delegaciones de todo el país. Cualquier tipo de información nos será de gran ayuda.
– Me pondré en contacto con todas las personas que conozco, inspector jefe Chen, pero ¿quién no ha visto algún que otro vestido mandarín, en fotografías, en el cine o en la vida real? No tiene nada de especial.
– Hay tres detalles inusuales en el vestido. Primero, como puede que haya leído en el periódico, el vestido mandarín rojo está muy bien confeccionado pero tiene un estilo bastante anticuado, posiblemente de los cincuenta o los sesenta. En segundo lugar, la mujer que llevaba el vestido mandarín iba descalza, y, finalmente, es posible que dicha mujer estuviera relacionada de alguna manera con un parterre de flores o con un parque.
– Eso podría reducir las hipótesis -observó Wang-. Le pediré a mi secretaria que se ponga en contacto con todas las delegaciones provinciales, pero no puedo prometerle nada.
– Le agradezco mucho su colaboración, presidente Wang. Sé que hará todo lo posible por ayudarme.
– Usted haría lo mismo por mí -respondió Wang-, como la última vez.
No como la última vez, refunfuñó Chen para sus adentros. Sólo de pensar en ello se echaba a temblar.
Después de apagar el teléfono, Chen estaba a punto de encender un cigarrillo cuando vio que Yu entraba en el bar con paso enérgico.
– Un sitio tranquilo, jefe -comentó Yu al ver que estaban solos en la parte de la ele destinada a cafetería.
– ¿Alguna novedad? -preguntó Chen, acercando la carta a su compañero-. ¿Le han dicho algo más en los comités vecinales?
– No, nada útil ni importante.
Una camarera se acercó a la mesa y los observó con curiosidad. Embutido en su uniforme de algodón acolchado, con el pelo revuelto y los zapatos polvorientos, Yu contrastaba ostensiblemente con Chen, quien vestía como cualquier cliente habitual en una cafetería como ésa: blazer negro, pantalones color caqui y cartera de piel. Los jóvenes amantes que modelaban arcilla en el taller de alfarería se habían levantado para irse, probablemente al ver llegar a un policía.
– Un té -pidió Yu a la camarera antes de dirigirse a Chen-. Aún no puedo beber café, jefe.
– Lo de los comités vecinales no me sorprende demasiado -comentó Chen después de que se fuera la camarera-. Si el asesino consiguió abandonar dos cuerpos en aquellos lugares sin que nadie lo viera, no sería realista esperar que sus vecinos hubieran visto algo.
– Liao cree que debe de tener un garaje, pero Li se niega a registrar todos y cada uno de los garajes de la ciudad.
– No, no necesariamente el asesino tiene que tener un garaje.
– ¡Ah! Han establecido la identidad de la segunda víctima. Qiao Chunyan. Una acompañante para comidas que solía trabajar en un restaurante llamado Río Ming.
– ¿Una chica de triple alterne?
– Sí, así es como vivía, y también como murió.
Yu no tuvo que entrar en detalles. Las chicas de triple alterne -que acompañaban a los clientes en el restaurante, el club de karaoke o la sala de baile- era una nueva profesión, así como un término nuevo en el idioma chino. El negocio del sexo continuaba prohibido oficialmente, pero era posible dedicarse a él bajo todo tipo de nombres. Por esta razón el negocio del «triple alterne» estaba prosperando. No existía ninguna ley que prohibiera a las chicas comer, cantar y bailar con los clientes. En cuanto al posible servicio posterior, las autoridades municipales hacían la vista gorda. Las chicas tenían que enfrentarse a todo tipo de riesgos propios de la profesión, claro está, incluyendo a un asesino sexual.
– Así que ambas tenían empleos de baja categoría -observó Chen.
– En opinión de Liao, eso abre una nueva vía. Liao piensa que, por alguna razón, el asesino podía guardarles rencor a esas dos chicas, y eso lo llevó a cometer los asesinatos, aunque no veo qué conexión puede haber entre las dos víctimas. En cuanto a la segunda, es posible que cayera en manos del asesino a causa de su trabajo, pero eso no puede decirse de la primera.
– Sí, ya veo que ha investigado su vida a fondo.
– Una empleada de hotel no es una chica de triple alterne. Por lo que sé, Jazmín era una chica decente y trabajadora. También ayudaba en el restaurante del hotel, pero es demasiado pequeño para atraer a «bolsillos llenos» o a acompañantes para comidas. Si hubiera sido una cazafortunas sin escrúpulos, no habría decidido trabajar en un pequeño hotel.
– Creo que tiene razón -dijo Chen-. Entonces, ¿qué conexión cree que hay entre las dos?
– Aquí tiene una lista de lo que ambas tienen en común -respondió Yu, sacando una hoja arrancada de un cuaderno-. Liao ha comprobado la mayoría de los puntos.
– Revisemos la lista -propuso Chen mientras cogía la hoja.
1. Chicas jóvenes y guapas de veintipocos años, solteras, sin estudios superiores, de familias pobres, con empleos de escaso prestigio, posiblemente involucradas en algún asunto turbio.
2. Ambas llevaban un vestido mandarín rojo. Aberturas laterales desgarradas, varios botones de la pechera desabrochados, muslos y senos visibles con efecto erótico u obsceno, aunque el vestido parecía exquisito y de estilo conservador. Sin bragas ni sostenes, en contradicción con la forma habitual de llevar ese tipo de vestido.
3. Descalzas, Qiao con las uñas de los pies pintadas de rojo, las de Jazmín sin pintar.
4. Ninguna de las dos sufrió abusos sexuales. La primera presentaba magulladuras, posiblemente había tratado de defenderse, pero no se hallaron indicios de penetración ni de eyaculación. En cuanto a la segunda víctima, no presentaba magulladuras que indicaran violencia sexual. El cadáver de la primera había sido lavado, pero no el segundo.