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– Según Freud, no podemos subestimar la importancia de nuestras experiencias infantiles. En la mayoría de casos, un asesino de estas características ha experimentado algún tipo de abuso sexual que ha influido en su comportamiento posterior.

– ¿De qué nos sirve eso para nuestra investigación? -preguntó Yu-. En China nadie habla sobre abusos sexuales en la niñez. El hecho de admitirlo es peor que los abusos en sí. Siempre hay que mantener las apariencias.

– Sí, es un tabú, cultural además de político. Una humillación demasiado grande -observó Chen, preguntándose si habría un término para explicar ese tabú en concreto en la psicología occidental-. En los últimos años se ha vuelto bastante común que los occidentales hablen de su niñez traumática, pero eso aún es inimaginable en China. Además, aquí ciertas experiencias traumáticas de la infancia pueden considerarse normales: en una familia de Shanghai, con tres generaciones apretujadas en la misma habitación, el que un niño esté expuesto a las relaciones sexuales de sus padres, por ejemplo, puede ser algo habitual. Nadie habla de ello.

– Sí, me recuerda una historia de mi antiguo barrio. Un joven recién casado no podía consumar el matrimonio por miedo a que sus padres oyeran los crujidos de la cama. Sus padres dormían en el otro extremo de la habitación, que estaba dividida por un biombo de bambú. En su infancia, había oído cómo crujía la cama de sus padres, pero no se lo había dicho a nadie. Sin embargo, no se convirtió en un asesino. Al cabo de dos o tres años se trasladó con su mujer a otra habitación, y resolvió así sus problemas.

– Si lo hubiera consultado con un médico podría haber recibido ayuda de inmediato.

– Bueno, da la casualidad de que lo conozco, por lo que puedo adivinar algunas de las causas de su problema. Pero seguimos sin tener ninguna pista sobre la identidad del asesino.

– Por el momento sabemos que cuando mata a sus víctimas y se deshace de los cuerpos sigue más o menos las mismas pautas. Y que no se detendrá hasta que lo capturen.

– ¿Y eso en qué nos ayuda, jefe?

– Si no estamos seguros de cómo elige a sus víctimas, creo que al menos podemos suponer que abandonará el cadáver de su siguiente víctima en un lugar público el jueves por la noche. Así que el próximo jueves tenemos que intensificar las patrullas en esos lugares.

– Pero en una ciudad como Shanghai no podemos apostar a nuestros agentes en todas las esquinas.

– Puede que a nosotros nos falten hombres, pero a los comités vecinales no. Hoy en día están despidiendo a mucha gente, por no mencionar a todos los trabajadores jubilados. Podríamos pagarles diez o quince yuanes por trabajar sólo una noche, la noche del jueves. Ordéneles que no dejen de moverse y que inspeccionen todos los coches que les parezcan sospechosos, en los que pueda haber un hombre y una mujer inconsciente en su interior. Sobre todo si los coches se detienen, o si aparcan en esos lugares públicos.

– Sí, es algo que podemos hacer -asintió Yu-. Volveré al Departamento y lo hablaré con Liao. Puede que reniegue de usted, pero aceptará una buena sugerencia.

– No, a mí no me meta -replicó Chen, apurando su café-. Tengo que acabar mi trabajo de literatura dentro del plazo previsto. Se lo he prometido al profesor Bian.

10

A solas en su despacho, el subinspector Yu intentó evaluar la situación. Era desesperada, tuvo que admitir. Desesperada por la certeza de que se cometería otro asesinato en tres días, y por su incapacidad para evitarlo.

Desde primera hora de la mañana, Yu se había visto desbordado por una avalancha de informes y de declaraciones. El teléfono no dejó de sonar, como la campana funeraria en una película casi olvidada. Sólo había dormido unas horas la noche anterior, y se había saltado el desayuno para poder asistir a una teleconferencia con un experto forense de Pekín. Ahora le agobiaba su uniforme de algodón acolchado y empezó a sudar. Al igual que los otros policías de su grupo, se sentía hastiado ya de buena mañana, mientras preparaba otra taza de té extra fuerte: una taza llena de hojas de té hasta la mitad.

Liao parecía desanimado, y había dejado de hablar del perfil material o del garaje. Tampoco planteó su hipótesis sobre el negocio sexual, que Li había vetado. La industria sexual de la ciudad era un secreto a voces, pero se suponía que nadie podía hablar de ello, menos aún relacionarlo con un caso de asesinatos en serie que estaba causando tanta alarma.

En cuanto al enfoque psicológico de Chen, Yu ni siquiera lo mencionó en el Departamento. No creyó que nadie se lo fuera a tomar en serio. Los estudios psicológicos sólo resultarían útiles después de capturar al criminal, pero de poco iban a servir si nadie lo identificaba y continuaba en libertad. Con todo, Yu recomendó intensificar la seguridad los jueves por la noche con la ayuda del comité vecinal. Por una vez, Li accedió de inmediato.

Yu estaba echando otro pellizco de hojas de té oolong en la taza cuando volvió a sonar el teléfono.

– ¿Puedo hablar con el subinspector Yu Guangming? -dijo una voz desconocida que parecía de una mujer de mediana edad.

– Soy yo. Al habla.

– Me llamo Yaqin. Trabajaba con Jazmín. Usted vino a nuestro hotel el otro día, lo vi hablando con el jefe de recepción.

– Sí, así es.

– ¿Aún ofrecen una recompensa por la información sobre Jazmín?

– Sí, dos mil yuanes, si nos ayuda a avanzar en la investigación.

– Jazmín tenía novio. Lo conoció hace algunos meses. Se aloja en nuestro hotel cuando vuelve de Estados Unidos, es un cliente habitual.

– Lo que dice podría ser importante -afirmó Yu-, ¿Me puede dar más detalles, Yaqin?

– Se llama Weng. No es muy rico, de lo contrario no se alojaría en nuestro hotel, pero tiene pasta, al menos la suficiente como para poder alojarse aquí varios meses seguidos. Y también tiene un permiso de trabajo americano, lo que es más que suficiente para que muchas chicas de Shanghai se le peguen como lapas. Bueno, la cuestión es que congeniaron. Los han visto cenando al aire libre, cogidos de la mano.

– ¿Usted los ha visto juntos?

– No, pero la vi a ella entrando con sigilo en la habitación de Weng una tarde, hará un mes. No fue durante su turno de aquel día. -Después añadió-: Weng era una opción real para Jazmín. Tiene unos quince años más que ella, pero podría haberla llevado a Estados Unidos.

– ¿Ha notado algo raro en él?

– Bueno, nada de lo que esté demasiado segura. Su familia continúa viviendo en Shanghai, pero él prefiere alojarse en un hotel. ¿Por qué? No me entra en la cabeza. Nadie sabe de qué trabaja, ni de dónde saca el dinero. Pagarse un hotel durante tres o cuatro meses es un coste considerable.

– Hablé con su director el otro día. No me dijo nada sobre Weng, ni sobre su relación con Jazmín.

– Puede que no lo sepa -respondió la mujer-. Además, el negocio hotelero se ha visto afectado por el asesinato. Puede que nadie tenga interés en atraer aún más atención.

– ¿Weng está ahora en el hotel?

– Llegó de Estados Unidos esta mañana. Ha estado encerrado en su habitación desde entonces.

– Voy hacia allí ahora mismo. Si sale, dígale que no se vaya del hotel -ordenó Yu-. ¿Está segura de que estuvo en Estados Unidos las dos últimas semanas?

– Cuando Jazmín murió él no estaba aquí, pero no estoy segura de dónde se encontraba. Y llegó esta mañana con todo su equipaje.

– ¿Puede comprobar su pasaporte? Sobre todo la fecha de su última entrada.

– Eso será fácil. Deja el pasaporte en la caja de seguridad del hotel. Haré lo que me pide. -Después agregó-: Pero no quiero que me vean hablando con un policía, o pasándole información.