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– No se preocupe, lo entiendo. No vendré de uniforme.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Yu llegó a la recepción del hotel vestido con una chaqueta gris que Peiqin le había comprado. Nadie pareció reconocerlo. No tardó en ver a Yaqin, una mujer baja que llevaba el pelo recogido en un moño pasado de moda, aunque probablemente no tendría más de cuarenta y cinco años. Yaqin le pasó a escondidas una fotocopia del pasaporte, en el que constaba que Weng salió hacia Guangzhou el día en que asesinaron a Jazmín, y que había vuelto esa misma mañana. Weng apenas habría tenido tiempo para cometer el primer asesinato. Y era del todo imposible que hubiera cometido el segundo.

– Gracias, Yaqin -dijo Yu-. ¿Weng aún está aquí?

– Habitación trescientos siete -susurró Yaqin.

– La llamaré más tarde -respondió Yu en voz baja- para encontrarnos fuera del hotel.

Yaqin asintió con la cabeza mientras sacaba un cenicero lleno de colillas del mostrador de recepción, como empleada conzienzuda que era.

Yu entró en un viejo ascensor, que lo zarandeó hasta la tercera planta. Tras recorrer el estrecho pasillo hasta el final, llamó a una puerta marrón con el número 307.

La puerta se abrió con un crujido. El hombre que se encontraba en el interior de la habitación parecía tener unos cuarenta años, iba despeinado y tenía los ojos enrojecidos y levemente hinchados. Yu lo reconoció como Weng, aunque en la fotografía de su pasaporte parecía mucho más joven y menos rechoncho. Era evidente que Weng no se había cambiado desde su llegada: aún iba embutido en un traje arrugado, como un petate demasiado lleno. El subinspector Yu le mostró su placa y fue directo al grano.

– Ya debe saber por qué estoy aquí, así que hábleme de su relación con Jazmín, señor Weng.

– Va muy deprisa, camarada subinspector Yu. He regresado esta mañana, y ya me considera sospechoso.

– No es cierto. Tal vez no sepa que ha habido otra víctima mientras usted estaba en Estados Unidos. No tiene que preocuparse de que lo consideremos sospechoso, pero todo lo que me diga nos ayudará en la investigación. Usted quiere vengar la muerte de Jazmín, ¿no?

– De acuerdo, le diré lo que sé -aceptó Weng, dejando entrar a Yu en la habitación-, ¿Por dónde quiere que empiece?

– Por el momento en que la conoció. No, espere, retrocedamos hasta el principio. Hábleme primero de sus viajes de regreso a Shanghai -sugirió Yu, sacando una grabadora en miniatura-. No es más que un procedimiento rutinario.

– Bueno, salí de Shanghai para seguir estudiando en Estados Unidos hará unos siete u ocho años. Allí me doctoré en antropología, pero no pude encontrar trabajo. Finalmente, empecé a trabajar para una empresa estadounidense como su comprador particular en China. Sin fábrica ni taller, la empresa diseña los productos en Estados Unidos, los fabrica aquí y los vende con un buen margen de beneficios por todo el mundo. A veces simplemente compran al por mayor en el mercado Yiwu de pequeños artículos, y después les ponen sus etiquetas a los objetos comprados. Me contrataron porque hablo varios dialectos chinos, y porque soy capaz de negociar y de regatear en el campo. Así que voy y vengo en avión regularmente, y tengo la base en Shanghai. Después de todo, es mi ciudad natal, y me es cómodo viajar a cualquier otra parte desde aquí.

– Espere un momento, Weng. Su familia aún está aquí. ¿Por qué no vive con ellos?

– Mis padres sólo tienen una habitación de dieciséis metros cuadrados, en la que aún vive mi hermano mayor con su mujer y sus dos hijos, muy apretujados. No puedo volver a esa habitación y apretujarme yo también con ellos. Tal vez mi hermano no dijera nada, pero su mujer no dejaría de refunfuñar. La empresa paga todos los gastos de mis viajes de negocios. ¿Por qué tendría que ahorrarles dinero?

– Ya veo -respondió Yu-, ¿Así que la conoció durante su estancia en el hotel?

– La conocí hará medio año, durante un incidente que tuvo lugar en el ascensor. El ascensor, que está muy viejo, se paró entre la quinta y la sexta planta. Nos quedamos atrapados. Los dos solos, cara a cara y conscientes de que el ascensor podía desplomarse en cualquier momento. De repente, la sentí muy cerca de mí. Vestida con su blusa y su falda de uniforme del hotel, calzando zapatillas de plástico, sosteniendo un cubo de agua jabonosa. Estaba en la flor de la vida, y era demasiado guapa para hacer un trabajo tan ingrato. Entonces se apagó la luz. Me cogió la mano, presa del pánico. Después de los cinco minutos más largos de mi vida, el ascensor volvió a funcionar. Bajo la luz, que volvió gradualmente, parecía tan pura y encantadora… Le pedí que se tomara una taza de té conmigo en la cafetería del hotel, para aliviar el sobresalto con un ritual establecido. Se negó, alegando que iba en contra de las normas del hotel. A la mañana siguiente la vi de nuevo en recepción, por casualidad. Parecía agotada después de su turno de noche. La seguí hasta el exterior y la invité a un restaurante que estaba frente al hotel. Aceptó. Así empezó todo.

– ¿Qué tipo de chica le parecía que era?

– Una chica muy agradable. No quedan muchas como ella hoy en día. En absoluto materialista. Podría haber cobrado mucho más en mi club nocturno, pero prefería ganar dinero de forma honesta en el hotel. No creo que me considerara un «bolsillos llenos». Ni se le ocurrió. Y además tenía devoción por su padre, que estaba enfermo y paralítico. ¡Una hija extraordinariamente dedicada!

– Sí, ya me lo han dicho. ¿Usted estuvo en su casa?

– No, a Jazmín no le gustaba la idea. Quería mantener nuestra relación en secreto.

– ¿Porque usted se alojaba en el hotel?

– Tal vez.

– Sin embargo, usted salió muchas veces con ella. La gente habría descubierto su relación tarde o temprano.

– Quizá, pero no salimos tanto como dice. Yo estaba muy ocupado, volando de un sitio a otro, y ella tenía que cuidar a su padre.

– Ahora una pregunta algo distinta. ¿Se puso alguna vez un vestido mandarín rojo en su presencia?

– No. No era nada coqueta. Quise comprarle algo de ropa nueva, pero siempre me decía que no lo hiciera. Tenía una chaqueta de pijama que había pertenecido a su madre hacía quince años. No, no le… -Weng dejó de hablar, como si lo embargaran los recuerdos-. El Cielo está ciego. Una chica como ella no debería haber tenido tan mala suerte, ni haber acabado así.

El teléfono de la habitación comenzó a sonar. Weng descolgó rápidamente, como si hubiera estado esperando la llamada.

– Ah, señor Newman, sobre ese trato… Espere un momento -Weng se dio la vuelta, tapando el auricular con la mano-. Lo siento, es una llamada internacional. ¿Podemos seguir hablando en otra ocasión?

– Está bien -respondió Yu, sacando una tarjeta y escribiendo en ella el número del móvil que la comisaría le había proporcionado temporalmente-. Puede llamarme a cualquier hora.

La visita no había servido de mucho, pero al menos podía descartar dos posibilidades. En primer lugar, Weng quedaba excluido como sospechoso, y, lo que era más importante, Jazmín no parecía ser un ligue fácil que se dedicara al negocio sexual, en contra de las sospechas de Liao.

Con todo, le dio la impresión de haberse perdido algún detalle durante el interrogatorio, aunque no sabía exactamente cuál.

11

Una vez más, Peiqin intentaba ayudar a su manera.

Primero se ocupó de recopilar información sobre el pasado de Qiao, la acompañante para comidas. Como la propia Peiqin trabajaba en un restaurante, no le costó encontrar a personas dispuestas a hablarle de esas chicas. El chef Pan resultó saber bastante del asunto.

– Ah, las chicas de triple alterne, que cantan, bailan y comen empezó a explicar Pan con entusiasmo mientras tomaba un plato de cacahuetes aderezados con algas de Daitiao-. Otra característica del socialismo chino. El socialismo tiene que seguir proporcionando una tapadera para todo, como el letrero de una cabeza de oveja, tras el cual se vende carne de perro o de gato a mansalva. Las autoridades del Partido repiten una y otra vez que aquí no hay prostitución. Como nada es blanco o negro, no tardó en aparecer la zona gris de las chicas de triple alterne.