– Usted ha trabajado en restaurantes de lujo -dijo Peiqin sirviéndole una taza de té de ginseng, regalo del inspector jefe Chen-, y seguro que sabe muchas cosas.
– Confucio dice: «El disfrute de las exquisiteces y del sexo forma parte de la naturaleza humana». En la reforma económica sin precedentes dirigida por el camarada Deng Xiaoping, ¿qué industria ha conseguido la expansión más increíble? La industria del entretenimiento: restaurantes y clubes nocturnos nuevos y lujosos, donde los «bolsillos llenos» y los cuadros del Partido gastan el dinero a manos llenas. Era lógico que aparecieran las acompañantes para comidas.
– ¿Cómo gana dinero una acompañante para comidas?
– Para un «bolsillos llenos» que esté forrado, la compañía de una chica atractiva añade un toque de distinción a una noche perfecta. Al «bolsillos llenos» le encanta que la chica se acurruque junto a él mientras comen, y que le ponga exquisiteces en el plato mientras la llama de una vela sensual oscila entre los dos. Así se siente poderoso y triunfador. De hecho, estas chicas tienen que satisfacer muchos requisitos para dedicarse a esta profesión. Han de ser guapas, y lo bastante inteligentes como para convencer a un «bolsillos llenos» de que su compañía merece el dispendio. Para ellas, esto significa una cena gratis, además de una enorme comisión. Si piden exquisiteces y vinos caros la cuenta puede ser astronómica, y ellas se quedarán con un diez por ciento, sin mencionar la propina. Además, puede que cierren un trato clandestino con su cliente, por encima o por debajo de la mesa. Lo que pase después no es asunto del restaurante. Así que, en general, este trabajo constituye una fuente de ingresos considerable para ellas.
– Lo ha explicado muy bien, Pan.
– Las acompañantes para comidas hacen ganar dinero a los restaurantes, aunque nunca vendrían a un tugurio como éste. Nosotros también tendremos que cambiar.
– Muchas gracias -respondió Peiqin, aunque aquella explicación tan general la había decepcionado un poco. Necesitaba saber algo más concreto.
Los cotilleos sobre las chicas de triple alterne que le contaron sus otros colegas también eran información de segunda mano, imprecisa y poco fiable de tan exagerada. Después de todo, ninguno había conocido en persona a una de esas chicas.
Así que Peiqin dio un paso más y a través de sus contactos consiguió la colaboración de Cuatro Ojos Zhang, director de Río Ming, el restaurante en el que Qiao había trabajado durante el último año. Zhang le sugirió que hablara con Rong, una «hermana mayor».
– Rong, la mayor de las chicas, tiene unos treinta y tantos. Cuenta con más experiencia, más contactos y, lo que es más importante, con una lista de los clientes habituales que solicitan el servicio. Y además ha leído bastante, en concreto sobre la historia culinaria china, lo que la hace muy popular entre los antiguos clientes -explicó Zhang-, Algunos llaman con antelación para concertar una cita con las acompañantes para comidas, y Rong ayuda a concertar los encuentros. En cuanto a los nuevos clientes, no siempre es fácil abordarlos, por lo que su experiencia resulta inestimable. Además, dicen que Rong se había hecho amiga de Qiao.
– Es la persona más indicada para contestar a mis preguntas. Muchísimas gracias, director Zhang.
– Pero tendrá que hacerla hablar. Es todo un personaje.
Peiqin telefoneó a Rong y se presentó como escritora aficionada. Sabiendo como sabía gracias a Zhang que Rong era una experta en cocina china, Peiqin la invitó a comer en el Pabellón de Otoño, un restaurante célebre por su marisco fresco. Zhang debía de conocer bien a Rong, ya que ésta accedió de buena gana.
Rong entró en el Pabellón de Otoño vestida con una chaqueta blanca y vaqueros. Era una mujer alta y esbelta que no llevaba maquillaje ni joyas, por lo que no se la reconocía fácilmente como una acompañante para comidas. Tras elegir mesa en un rincón tranquilo, Peiqin le explicó lo que necesitaba: además de una introducción a la tradición culinaria china, le gustaría conocer algunos datos sobre Qiao, para poder escribir un relato corto sobre ella. No le fue demasiado difícil hacerse pasar por escritora novel y salpicar la conversación con citas populares, pero se preguntó si Rong realmente la creía.
– Es interesante -observó Rong-, Hoy en día muy pocos quieren ser escritores. Te arrastras sobre el papel durante meses, y con lo que ganas apenas puedes pagarte una comida.
– Lo sé. Pero llevo más de diez años trabajando en un restaurante. Tengo que hacer algo distinto además de ocuparme de las tres comidas diarias.
Puede que tenga razón. Ya que somos casi colegas, no tiene por qué pedir los platos caros que pediría un «bolsillos llenos» sugirió Rong con voz rasposa, mientras cogía la carta-. Lonchas de raíces de loto rellenas de arroz glutinoso, pollo de crianza propia regado con vino amarillo Shaoxin y lubina viva cubierta con láminas de cebolla y de jengibre. Con esto bastará.
– ¿Y qué quiere tomar de aperitivo?
– Pidamos un par de ostras fritas. Voy a ir al Río Ming esta noche, ¿sabe? Estamos aquí para hablar.
– Estupendo -contestó Peiqin, aliviada de que Rong no se comportara como una acompañante para comidas con ella-. ¿Cuánto tiempo hace que conocía a Qiao?
– No mucho. Desde que vino a trabajar al Rio Ming. Hará un año, creo.
– Según Zhang, usted fue muy amable con ella y le brindó su amistad, así que sabrá muchas cosas sobre Qiao.
– No, la verdad es que no. En nuestro trabajo, la gente no suele preguntar ni responder. Qiao era joven e inexperta, por eso le hice algunas sugerencias. Ahora que está muerta no debería hablar de ella, incluso si supiera algo.
– Lo que me cuente será sólo para ambientar el relato. No aparecerán los nombres auténticos de nadie. Le doy mi palabra, Hong.
– Entonces, ¿el relato no tiene por qué tratar sobre ella?
– No, no necesariamente. -Peiqin comprendió sus reservas, porque cualquiera podía vender la información sobre Qiao a una publicación sensacionalista-. Zhang me conoce bien. De no ser así no me habría dado su nombre. Sólo necesito estos datos para mi relato de ficción.
– Bien, pues ahora le contaré otro relato de ficción -dijo Rong, apurando su taza de un sorbo y sosteniendo una ostra dorada entre los dedos-, pero con información auténtica sobre nuestra profesión. No le diré el nombre de la chica. Si sólo es para un relato, no tiene que tomárselo demasiado en serio.
Rong actuó con inteligencia al recalcar que se trataba de una historia ficticia; así no tenía por qué responsabilizarse de lo que fuera a decir.
– Nació a principios de los setenta -comenzó a explicar Rong, mientras mordisqueaba la ostra frita-. La máxima que reza «la belleza no es comestible» era una de las preferidas de sus padres. En la pared que había tras su cuna colgaron un póster de la «chica de hierro» del presidente Mao: una joven alta y robusta, con los músculos tan duros como el hierro. Cuando la gente tiene problemas para conseguir comida, la belleza es como la imagen de un pastel. En la escuela primaria la niña dibujó un espléndido restaurante como su hogar ideal, un hogar en el que no entraría hasta cumplir los quince años.
»Su belleza alcanzó la plenitud a mediados de los ochenta. Aunque la máxima de sus padres ya no pudiera aplicarse a todo el mundo, aún resultaba relevante en su caso. En una época caracterizada por la necesidad de establecer contactos, ser bella no bastaba para convertirse en modelo o en estrella, y ella no tenía contactos. Para una muchacha de una familia obrera normal y corriente, un empleo en una fábrica estatal estaba considerado una ocupación estable de por vida, lo que en China se denominaba un «cuenco de hierro». Así que, después de acabar la escuela secundaria, la muchacha empezó a trabajar en una fábrica textil, empleo que consiguió cuando su madre se jubiló de forma anticipada.