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»Todo esto sucedió en una época en la que la industria textil de la ciudad ya empezaba a decaer. Shanghai, que antes fuera un centro industrial, se estaba convirtiendo en un centro financiero. Mientras se erigían nuevos rascacielos, las antiguas fábricas cerraban. El director de la fábrica donde trabajaba ella aprovechó la oportunidad para despedirla diciéndole: "Se ha buscado el despido por culpa de los restaurantes".

»Así que se convirtió en una acompañante para comidas a tiempo completo.

Después de hacer una pausa, Rong sorbió con parsimonia un poco de vino, que resplandecía en la copa de cristal tallado como un sueño perdido. A continuación recitó los primeros versos de un poema.

Los recuerdos de las lágrimas rojas como el colorete,

de la noche entre copas…

¿Cuándo volverá a suceder todo aquello?

La vida es larga en desventuras

como el agua que fluye y fluye hacia el este.

Los versos le sonaban. Al parecer, Rong había llegado al final de su narración. Peiqin estaba decepcionada. Tan sólo había relatado la transformación de una chica corriente en una acompañante para comidas. También se preguntó si en cierto modo sería autobiográfica, mientras estudiaba la expresión de su inter locutora.

El camarero se acercó con pasos rápidos portando una gran bandeja de pescado. Quizá fuera el último plato.

– Fíjese en el pescado -comentó Rong, levantando los palillos-. Los ojos aún dan vueltas.

La lubina, cubierta de salsa marrón, tenía la cola dorada y parecía estar bien frita. El camarero utilizó una cuchara larga para servir un filete blanco. La carne de la lubina estaba muy tierna, pero sus ojos parecían parpadear aún.

– Hay una receta especial para cocinar este pescado. Se meten cubitos de hielo en la boca del pez vivo, se fríe en un wok grande sin que el aceite que chisporrotea le cubra los ojos, se saca en menos de un minuto, se coloca en una bandeja y se cubre con una salsa especial. Cada paso tiene que ser preciso y rápido. Luego se sirve muy caliente. Por eso el camarero salió a toda prisa de la cocina.

Así demostró Rong sus conocimientos culinarios, y Peiqin supo de una receta que también podría incluirse en un relato, aunque no era lo que quería saber en realidad.

– Muchísimas gracias, Rong. Es una buena historia -afirmó Peiqin, intentando reconducir la conversación-. Sigo conmocio- nada por lo que le ha sucedido a Qiao. ¿Cómo es posible que una chica como ella tuviera un final tan trágico?

– Nunca se sabe cómo es en realidad un cliente -contestó Rong, mirando a Peiqin a los ojos-. No estamos hablando de Qiao, ¿verdad?

– No. Sólo la he mencionado como ejemplo.

– No tengo ni idea de lo que le sucedió a Qiao. Nunca había pasado algo así.

– ¿Es posible que tuviera enemigos a causa de los servicios que prestaba?

– No, no que yo sepa. De hecho, de los tres tipos de chicas acompañantes, una acompañante para comidas es la que tiene menos probabilidades de meterse en problemas -afirmó Rong-. No es como en un club de karaoke, donde el precio de un reservado puede ser un auténtico timo. Muchos extras no están incluidos, y no sabes el precio hasta que te dan la cuenta. Aquí, todos los precios están impresos en la carta. No quedas mal si dices que no te gusta un plato determinado. Yo he sugerido una especialidad de la casa llamada sesos de mono vivo, por ejemplo, a quién sabe cuántos clientes, pero ninguno lo ha pedido. No les guardo rencor. Es demasiado crueclass="underline" un cocinero le corta el cráneo rapado a un mono con una sierra y le saca los sesos con un cucharón delante de los comensales, mientras el mono no deja de forcejear y de chillar de dolor.

– Volviendo a Qiao -interrumpió Peiqin-, ¿estuvieron juntas la noche en que desapareció?

– No. Tenía que venir a trabajar aquella noche, pero no lo hizo.

– ¿Podría haber ido a otro restaurante?

– No, no lo creo. La competencia es feroz en todas partes. También entre las chicas. La mayoría prefiere ir a un restaurante en concreto, y de forma más o menos organizada. Para serle sincera, así es como las he ayudado a veces. Las cosas pueden complicarse mucho. Estas chicas tienen que tratar con el dueño del restaurante y con los camareros para dividirse las ganancias; con la oficina de gestión comercial de la zona para obtener una licencia comercial; con los gángsteres para recibir su supuesta protección; y también con los polis, que podrían ponerles las cosas difíciles. Así que si una de estas chicas se presentara en un sitio nuevo sola, puede que los camareros o los gángsteres la echaran, si no la habían echado ya las otras chicas. Es su territorio. También podría meterse en líos de cualquier otro tipo.

– Entonces usted no cree que cayera en manos del asesino mientras prestaba sus servicios.

– No, no en nuestro restaurante.

– Otra pregunta, Rong. ¿Qiao tenía novio?

– No. Para una chica que se dedica a este negocio no es fácil mantener una relación estable. ¿Qué pensaría su novio, como hombre? Ella tendría que mentirle sobre su profesión, y este juego nunca dura demasiado. Cuando las parejas lo descubren todo se acaba, les hiere su ego masculino.

– ¿Le contó Qiao sus planes para el futuro?

– Dijo que estaba ahorrando para comprar una floristería, no quería trabajar de acompañante para comidas toda la vida. -Luego añadió-: Dijo que no iba a pensar en nada más antes de comprar la floristería.

– ¿Y qué opina usted sobre el caso?

– Tal vez el asesino la conoció en el restaurante, consiguió su número de teléfono y la llamó para pedirle una cita días después. Por otro lado, puede que la muerte de Qiao no guardara relación con su trabajo.

– Eso es cierto.

– No será policía, ¿verdad, Peiqin?

– No, no soy policía -respondió Peiqin-. He trabajado en el Cuatro Mares desde que volví de Yunnan. Nuestro restaurante estatal ha perdido dinero, y el chef cree que deberíamos gestionarlo como un restaurante de lujo, ofreciendo servicios que estén de moda. Usted podría aconsejarnos.

Tal afirmación era cierta: Rong podría serles de gran ayuda. No necesariamente para incluir los servicios de chicas de triple alterne, unos servicios que Peiqin aún no quería contemplar.

– Ahora que hablamos de esto, Peiqin -dijo Rong-, puede que algo me llamara la atención; sobre Qiao, quiero decir. Tres o cuatro días antes de aquella noche fatídica, un cliente llegó solo al Río Ming. No parecía de los que solicitan los servicios de una acompañante, por lo que no le presté ninguna atención. Se dirigió a un camarero para pedir la compañía de una chica y Qiao fue hasta su mesa. No pasó nada esa noche.

– ¿Podría describirme a ese hombre?

– Si aún lo recuerdo es porque no se parecía en nada a todos esos advenedizos. Diría que era un caballero. De estatura media. Ah, y una cosa más, quizá. Llevaba gafas con cristales color ámbar. No eran gafas de sol, exactamente. De todos modos, no es habitual que alguien lleve ese tipo de gafas en invierno.

– ¿Le contó algo Qiao después?

– No. Trabajó hasta muy tarde. Aquella noche la esperaba otro cliente.

– ¿Qiao tenía móvil?

– No, no que yo sepa. Ni tampoco tenía teléfono en casa. Si necesitaba ponerme en contacto con ella, llamaba a su vecina del tercer piso. No había demasiada gente que conociera ese número -añadió Rong, sonriendo mientras se levantaba-. Creo que ya va siendo hora de que empiece a prepararme para esta noche. Puede que también me ponga un vestido mandarín. Hace calor.

12

A primera hora de la mañana Chen recibió en su domicilio un montón de periódicos enviados por correo urgente desde el Departamento, junto a los últimos informes sobre el caso y las cintas de los interrogatorios de Yu.