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Dado que la segunda víctima era una chica de triple alterne, Liao sugirió que investigaran la identidad de la víctima en el negocio del entretenimiento. Concordaba con su nuevo enfoque, admitió Yu.

Tal y como esperaban, alrededor de las once fue identificada. Se trataba de Tang Xiumei, una acompañante para karaokes, comúnmente conocida como chica K, en el Centro de Karaoke Caja de Música. El director, alertado tras los casos anteriores, la reconoció al ver la fotografía que había recibido por fax.

– ¿Qué le había dicho? -exclamó Liao, agitando un fax en la mano.

Cualquier ciudadano de Shanghai sabía lo que hacía una chica K en el reservado de un karaoke. Si un «bolsillos llenos» se encaprichaba de ella, podría exigirle otros servicios además de cantar siempre que pagara la «hora de compañía». Ningún club se negaría a ello. Las compañeras de Tang explicaron que aquella noche no se presentó en el club, pero eso era bastante habitual en ella.

Según el director, Tang no había acudido al trabajo la noche anterior ni la precedente. El club desconocía lo que una chica pudiera hacer en su tiempo libre, y no tenía por qué controlarlo. Tras la declaración del director y el testimonio de varias compañeras más, se descartó que el asesino hubiera contratado sus servicios en el club el jueves por la noche.

Las indagaciones sobre los clientes con los que se había encontrado las noches anteriores no llevaron a ninguna parte; los clientes habituales disponían de coartadas sólidas para esa noche, y ninguno de los nuevos clientes había dejado su nombre ni su dirección.

Yu se puso en contacto con el comité vecinal de Tang. Liu Yunfei, presidente del comité además de vecino de Tang en el mismo edificio, contestó al teléfono.

– ¿Qué puedo decir sobre esas chicas? Son materialistas de la cabeza a los pies. Tang tenía un lema favorito: «Trabajar bien no es tan importante como hacer una buena boda». Por eso se fue a trabajar a un club K, esperando conocer a un «bolsillos llenos» y casarse con él.

– ¿Vio algo sospechoso en su comportamiento en los últimos días?

– Apenas hablaba con nadie del barrio. Puede que ella no se avergonzara de su conducta, pero nosotros sí que nos avergonzábamos de ella.

– ¿Notaron algo raro los vecinos el jueves?

– Bueno, según la tía Xiong, que vive en la misma planta, Tang se marchó un poco antes de lo habitual. Hacia las tres. Normalmente no se iba hasta la hora de la cena, aproximadamente. Ése es su turno. Por supuesto, no sabíamos demasiado sobre su horario de trabajo.

– ¿Así que pasaba todo el día en casa?

– No exactamente. Podía estar ocupada con un montón de cosas. Pero cuando salía para hacer su turno, iba vestida como una vampiresa. Siempre con medias y con tacones altos. Por eso sabíamos que iba a trabajar.

– ¿Podría redactarme un informe? -preguntó Yu-. Incluya todo lo que usted y los vecinos sepan sobre Tang.

El subinspector telefoneó a algunos de los vecinos de Tang y a sus compañeras de trabajo. Pese a estarse más de una hora al teléfono, después de todas aquellas llamadas no había averiguado prácticamente nada más aparte de la información inicial que le había facilitado Liu.

Poco después llegó un informe de tres páginas por fax. Lo enviaba Liu, e incluía todo lo que le habían contado en el barrio. Era bastante detallado, dado el poco tiempo de que había dispuesto para redactarlo.

Tang perdió a su madre siendo una niña. Cuando despidieron a su padre obtuvo una licencia gubernamental para convertirse en chica K, pese a estar aún en el instituto. Su padre, demasiado avergonzado para continuar viviendo en el callejón, volvió a su antigua casa en Subei. Así que Tang vivía sola, y a veces traía gente a casa. El comité conocía sus actividades, pero, la diferencia de lo que sucedía en los años de lucha de clases, los cuadros vecinales no podían irrumpir en su habitación sin un permiso judicial. Afortunadamente, la mayoría de sus clientes preferían acudir a un hotel antes que ir a su cuartito en el sórdido callejón.

Tang no tenía teléfono fijo, ni tampoco móvil, ya que ambos seguían siendo demasiado caros para ella. A veces usaba el servicio de teléfono público ubicado a la entrada del callejón, pero tenía un mensáfono para recibir mensajes de texto.

Yu preguntó en la empresa de mensáfonos. La respuesta le llegó de inmediato: Tang no recibió ningún mensaje la noche del jueves.

Mientras Yu acababa de leer el informe el secretario del Partido Li convocó otra reunión de emergencia en el Departamento.

– Fíjense en el titular: «Shanghai en crisis» -espetó el secretario del Partido lívido de rabia, atropellándose al hablar-. Nuestro Departamento ha quedado en ridículo.

Ni Yu ni Liao supieron qué responderle. El titular tal vez era exagerado, pero no cabía duda de que el Departamento estaba atravesando una crisis.

– ¡La tercera! ¡En el Bund! -siguió protestando Li-. ¿Han descubierto algo?

Yu y Liao aspiraban con fuerza sus cigarrillos, envolviendo el despacho en humo. Hong parecía ruborizada, y se tapaba la boca con la mano por miedo a que la oyeran toser.

– La investigación debe tomar un nuevo rumbo -afirmó Liao-. Dos de las tres víctimas trabajaban en el negocio del entretenimiento. Es decir, en el negocio sexual. Tanto la segunda como la tercera eran blancos fáciles. Puede que el asesino contactara con ellas en un restaurante, o en un karaoke. La mayoría de estas chicas no les contarían nada a sus familias sobre sus actividades, por lo que sería difícil encontrar pistas de su desaparición. Es más, estas chicas suelen creer que cualquiera que les pida una cita es un cliente, así que lo llevan a algún lugar escondido para hacer lo que tengan que hacer. Seguro que no se resistieron hasta que fue demasiado tarde.

– ¿Y qué hay de Jazmín? -preguntó Yu.

– Trabajaba en un hotel -respondió Liao-, pero podría habérsela ligado fácilmente. De hecho, su novio la conoció así. Por eso he estado presionando para que adoptemos un enfoque distinto.

– ¿Qué quiere decir? -inquirió Li.

– El móvil es evidente. Odio hacia esas chicas. Tal vez el asesino pagara un terrible precio por culpa de alguien procedente de ese mundillo. Quizá le contagiaran una enfermedad de transmisión sexual, por ejemplo, y ahora quiere vengarse. Por eso desnudó a las víctimas sin mantener relaciones sexuales con ellas.

– ¿Y qué hay del vestido mandarín rojo? -volvió a preguntar Li.

– Viste a sus víctimas como la mujer que le contagió la enfermedad. Es algún tipo de simbolismo.

– Tal vez hayan otras posible explicaciones sobre su deseo de venganza -sugirió Yu-. Una mujer a la que amó, pongamos, lo dejó por otro. Para él, esa mujer no es mejor que una prostituta.

– Eso explica también por qué elige lugares públicos para abandonar los cuerpos de sus víctimas. Me refiero a la teoría del inspector Liao -interrumpió Hong-. Es una protesta contra la floreciente industria del sexo en la ciudad. Creo que no sólo culpa a esas chicas, sino también al Gobierno municipal por permitir sus actividades.

– No meta a nuestro Gobierno en esto, Hong -ordenó Li-. Sean cuales sean las hipótesis o las teorías que se nos ocurran, los asesinatos continuarán.¿Y qué vamos a hacer para impedir que el asesino siga matando?

Se produjo un breve silencio en el despacho.

La industria del entretenimiento era cada vez más próspera en la ciudad, por lo que al asesino no le sería difícil encontrar nuevas víctimas. Y cerrar el negocio, como sabían todos los presentes en la habitación, quedaba totalmente descartado.

– Deberíamos investigarlo en los hospitales -propuso Liao-. Guardan todos los historiales de las enfermedades de transmisión sexual.

– La probabilidad de encontrarlo es remota -replicó Li-. Antes de que pudiéramos revisar todos los historiales el asesino ya habría vuelto a matar. Sólo tenemos una semana, inspector Liao. Además, incluso considerando su hipótesis, el asesino podría haber buscado ayuda médica en secreto.