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Y realmente se le había presentado una oportunidad gracias al curso especial concebido para los cuadros emergentes del Partido, supuestamente demasiado ocupados en asuntos más importantes; por ello se les permitía obtener un título universitario en mucho menos tiempo.

El curso también le interesaba por otras razones. A juzgar por las apariencias, Chen había progresado con suma facilidad en su carrera profesional. Era uno de los inspectores jefe más jóvenes del Cuerpo, y el candidato con más probabilidades de suceder al secretario del Partido Li Guohua como cargo principal del Partido en el Departamento de Policía de Shanghai. Con todo, Chen no había elegido su profesión, no cuando aún estudiaba en la universidad. Pese a su éxito como policía, del que él era el primer sorprendido, y pese a haber resuelto varios casos «de gran importancia política», Chen se sentía cada vez más frustrado con su trabajo. La resolución de varios de estos casos no había satisfecho sus expectativas como policía.

Confucio dice: «Hay cosas que un hombre hará, y cosas que un hombre no hará». Por desgracia, Chen no disponía de directrices claras en una época de transición tan convulsa como la que estaba atravesando su país. En el curso, reflexionó, podría aprender a pensar desde otra perspectiva.

Así, aquella mañana Chen decidió visitar al profesor Bian Longhua, de la Universidad de Shanghai. El curso fue una excusa improvisada cuando habló con Zhong, pero no tenía por qué seguir siéndolo.

Por el camino compró un jamónJinhua envuelto en papel tung especial, según una tradición que se remontaba a los tiempos de Confucio. El sabio no aceptaba dinero de sus alumnos, pero sí los regalos que éstos le traían, como jamones y pollos. Sin embargo, el jamón ocupaba demasiado para llevárselo en autobús, por lo que Chen se vio obligado a llamar a un coche del Departamento. Mientras esperaba en la tienda de jamones el inspector hizo algunas llamadas más en referencia al caso del complejo residencial, que acabaron por convencerlo de que no debía involucrarse.

Pequeño Zhou llegó con el coche antes de lo que Chen esperaba. Zhou, un conductor del Departamento que solía presentarse como «el hombre del inspector jefe Chen», haría correr la noticia de que Chen había visitado a Bian. Puede que sea lo mejor, pensó Chen, y después empezó a ensayar mentalmente su conversación con el profesor.

Bian vivía en un piso de tres dormitorios, ubicado en un nuevo complejo de una zona lujosa que pocos intelectuales se podían permitir. El propio Bian le abrió la puerta. El profesor, un hombre de complexión media de unos setenta años y brillante cabello plateado que contrastaba con su tez rubicunda, parecía muy enérgico pese a su edad y a su experiencia vital. Joven «derechista» en la década de 1950, «contrarrevolucionario histórico» de mediana edad durante la Revolución Cultural, y viejo «modelo intelectual» en los años noventa, Bian se había aferrado a sus estudios sobre literatura como si fueran un chaleco salvavidas durante todos esos años.

– Esto no basta en absoluto para mostrarle mi respeto, profesor Bian -dijo Chen mientras sostenía el jamón. A continuación intentó encontrar algún lugar donde depositarlo, pero los muebles, nuevos y caros, parecían demasiado buenos como para ponerles encima un jamón envuelto en grasiento papeltung.

– Gracias, inspector jefe Chen -contestó Bian-. Nuestro rector me ha hablado de usted. En consideración a sus muchas ocupaciones, hemos decidido que no tiene que acudir a clase como el resto de los alumnos, pero sí que deberá entregar los trabajos dentro del plazo previsto.

– Se lo agradezco. Le entregaré los trabajos cuando lo hagan los otros alumnos, por supuesto.

Una mujer joven entró con paso ligero en el salón. Tendría unos treinta años, y llevaba un vestido mandarín negro y sandalias de tacón alto. Cogió el jamón y lo puso sobre la mesita de centro.

– Fengfeng, mi muy eficiente hija -explicó Bian-. Presidenta de una empresa conjunta sinoamericana.

– Una hija muy poco considerada -añadió Fengfeng-. He estudiado administración de empresas en vez de literatura china. Gracias por elegir a mi padre como profesor, inspector jefe Chen. Tener un alumno famoso le alimenta el ego.

– No, es un honor para mí.

– Le va de maravilla en la policía, inspector jefe Chen. ¿Por qué quiere hacer este curso? -preguntó la joven.

– La literatura no tiene resultados prácticos -interrumpió el anciano, mofándose de sí mismo-. Ella, por el contrario, ha comprado este piso que yo nunca hubiera podido pagar. Así vivimos aquí: un país con dos sistemas.

«Un país con dos sistemas» era el lema político inventado por el camarada Deng Xiaoping para describir la coexistencia de la China continental socialista con el Hong Kong capitalista después de 1997. En este caso, la expresión se refería a una familia cuyos miembros ganaban dinero procedente de dos sistemas distintos. Chen comprendía que la gente cuestionara su decisión, pero intentaba no preocuparse demasiado por ello.

– Es como un camino intransitado, resulta tentador pensar en él durante esas noches en las que nieva sin cesar -explicó-, y también alimenta el ego si lo ves como alternativa profesional.

– Quisiera pedirle un favor -dijo Fengfeng-. Mi padre no va a la universidad cada día porque tiene diabetes y la tensión alta. ¿Le importaría asistir a clase aquí?

– Claro que no, si a él le resulta más cómodo.

– ¿No recuerda la cita de Gao Shi? -preguntó Bian-. «Desgraciadamente, los eruditos son los más inútiles.» Aquí estoy, un viejo que sólo es capaz de «diseccionar insectos» en casa.

– «La importancia de la literatura perdura mil otoños» -afirmó Chen, citando otra frase como respuesta.

– Vaya, su pasión por la literatura es evidente. Como reza el proverbio chino, los que sufren la misma enfermedad se compadecen mutuamente. Claro que usted puede que tenga que preocuparse de su «enfermedad sedienta» particular. Usted es un poeta romántico, según tengo entendido.

Xiaoke zhi ji, o «enfermedad sedienta». Chen había oído la expresión alguna vez en relación a la diabetes, enfermedad que provoca sed y cansancio en quien la sufre. Bian, que se expresaba de forma curiosa, se había referido sutilmente tanto a su diabetes como a su sed de literatura, pero ¿qué tenía eso que ver con el hecho de que Chen fuera un poeta romántico?

Cuando volvió a meterse en el coche que lo esperaba fuera, Chen pilló a Pequeño Zhou examinando a una modelo desnuda en un ejemplar dePlayboy de Hong Kong. La expresión «enfermedad sedienta» en la China antigua, recordó de pronto Chen, podría haberse empleado como metáfora de la pasión romántica no correspondida de un hombre joven.

Por otra parte, no estaba demasiado seguro de ello. Podría haber leído la expresión en algún sitio, y haberla confundido con otras asociaciones irrelevantes. Durante el trayecto en coche, Chen se dio cuenta de que volvía a pensar como un policía, por querer buscar una explicación al uso de la expresión que había hecho el profesor Bian. El inspector jefe hizo un gesto de incredulidad con la cabeza al ver de pronto su expresión de desconcierto en el espejo retrovisor.

A pesar de todo, Chen estaba contento. La perspectiva de empezar el curso de literatura cambiaba mucho las cosas.

2

El subinspector Yu Guangming, del Departamento de Policía de Shanghai, estaba sentado con aire pensativo en un despacho que no era exactamente suyo, o no todavía. Como jefe en funciones de la brigada de casos especiales, Yu podía disponer del despacho durante las semanas de permiso de Chen.

Casi nadie parecía tomarse en serio a Yu, pese a que el subinspector había asumido el mando efectivo con anterioridad durante todas aquellas semanas en las que Chen estuvo ocupado con sus reuniones políticas y sus bien remuneradas traducciones. Con todo, eran muchos los que pensaban que Chen le hacía sombra.