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– Lo que me ha contado podría ser muy importante para nuestra investigación. Muchísimas gracias, Xia -dijo Chen-. Pero aún tengo que hacerle más preguntas.

– ¿Sí?

– Esa vez en la montaña, ¿Jia no pudo o no quiso?

– No pudo. Seguro que cuando se registró en el hotel no pensó que esto pudiera suceder.

– Creo que tiene razón. Así que es un problema físico.

– Sí, en cierto modo lo reconoció, pero no quiso escucharme cuando le aconsejé que fuera a ver a un médico. -Después de hacer una pausa agregó-: Tenía muchos libros en su despacho, como le he dicho antes, y algunos eran de sexología y de patologías. Puede que estuviera intentando resolver por sí mismo su problema.

– Comprendo. ¿Sigue en contacto con él?

– En realidad no me ofendió. No pudo evitarlo. Después de que rompiéramos me siguió enviando flores durante algún tiempo. También me las envió cuando inauguramos la casa de baños. Así que cuando leí una noticia sobre el caso del complejo residencial, entré a escondidas en su despacho una noche.

– ¿Planeó él el encuentro?

– No, ni siquiera lo llamé antes de ir, porque me había dicho que su línea telefónica podría estar pinchada.

– Se tiene que ir con muchísimo cuidado -admitió Chen-, pero quizás él no estaba en su despacho, y alguien podría haberla visto entrar.

– Suele trabajar hasta tarde. Fui muchas veces a su despacho cuando aún salíamos juntos. Me dio una llave para que pudiera entrar por la puerta lateral, no es fácil que alguien me viera. Ninguno de los dos quería llamar la atención.

– ¿Y cómo lo hizo? Me refiero a lo de entrar por la puerta lateral.

– Jia compró su despacho, una sala grande para él solo, cuando todavía estaban construyendo el edificio. Esos edificios construidos a finales de los ochenta no tienen garaje. Cada módulo de oficinas suele disponer de una plaza o dos de aparcamiento en la parte trasera del edificio. Como el despacho de Jia hace esquina, hay un espacio a uno de los lados, una especie de hueco entre la pared exterior y su despacho, lo bastante grande para aparcar un coche más. Jia hizo instalar una puerta lateral para poder salir de su despacho y tener acceso casi directo a su coche.

– Espere un momento, Xia. ¿Quiere decir que nadie puede verlo salir del despacho y entrar en su coche?

– Si su coche está aparcado allí, no. Aunque también tiene una plaza de aparcamiento reservada en la parte trasera del edificio. A veces recibe a personas importantes que quieren pasar desapercibidas, así que en vez de usar la entrada principal, aparcan junto a la puerta lateral. Creo que eso es lo que me contó. Bueno, la cuestión es que me dio las llaves de la puerta lateral para que pudiera entrar por ahí. Nadie podía verme, y menos por la noche.

– Entiendo. ¿Cuándo se reunió con él para hablar del caso del complejo residencial?

– Hará alrededor de un mes.

– Entonces, ¿usted tenía algo importante que decirle?

– Para serle franca, yo también tengo contactos en el Gobierno, y capté algunas insinuaciones sobre las complicaciones del caso. Sobre una lucha de poder no sólo en Shanghai, sino también en Pekín. Sea cual sea el veredicto, lo va a perjudicar.

– Sí, también me he enterado de eso. ¿Qué le dijo Jia?

– Me dijo que no me preocupara. Alguien le había llamado desde Pekín y le había asegurado que el juicio sería justo y abierto al público. Jia no entró en detalles, pero me rogó que no volviera a ponerme en contacto con él.

– ¿Y usted le preguntó por qué?

– Sí. No fue muy explícito, pero me dijo que no era sólo por el caso, por el caso del complejo residencial, quiero decir.

– ¿Notó algo raro en él?

– Parecía aún más inquieto que antes. Estaba muy preocupado por algo importante. Cuando salí de su despacho, me abrazó y me recitó un verso bastante extraño de un poema de la dinastía Tang: «Ojalá hubiéramos podido conocernos antes de estar casado».

– Tiene razón, es muy raro. Todavía está soltero…

Alguien que llamaba a la puerta interrumpió la conversación.

– Les he dicho que no nos molesten -se disculpó Xia antes de levantarse para ir a abrir.

El hombre que aguardaba frente a la puerta era el subinspector Yu, quien parecía tan asombrado como Xia.

28

– ¡Inspector jefe Chen! -Yu no trató de disimular su asombro.

Había acudido a toda prisa a La Época Dorada sin sorprenderse demasiado por la urgencia con que Chen lo había citado, pero preguntándose por qué quería verlo precisamente allí, y más después de su misteriosa desaparición.

Al abrirse la puerta Yu presenció una escena que lo desconcertó. Allí estaba Chen en compañía de una mujer guapísima, ambos envueltos en sendos albornoces, como una pareja relajándose en un balneario de lujo.

– Ah, el subinspector Yu, mi compañero. -Chen se incorporó en el sofá para presentarlos-, Xia, la modelo más famosa de Shanghai, también copropietaria de esta magnífica casa de baños.

– Subinspector Yu, he oído hablar de usted. Bienvenido -dijo Xia, sonriendo-. Ya va siendo hora de que vuelva al trabajo. Llámeme si necesita alguna cosa más, inspector jefe Chen.

– Muchísimas gracias, Xia. Por cierto, ¿aún conserva esa llave? -preguntó Chen, como si se le acabara de ocurrir.

– ¿La llave? Sí, puede que aún la tenga. La buscaré.

Xia salió de la habitación con pasos gráciles, pisando la alfombra sin hacer ningún ruido, y cerró la puerta tras de sí.

Yu sabía que nada de lo que hiciera su excéntrico jefe debería sorprenderlo. Con todo, no pudo evitar hacer un comentario sarcástico.

– Está disfrutando mucho de sus vacaciones aquí, jefe.

– Se lo explicaré todo a su debido tiempo -respondió Chen-, pero déjeme hacer una llamada antes.

Chen llamó a alguien a quien conocía bien y dejó un breve mensaje: «Ven a La Época Dorada, la casa de baños».

A continuación, el inspector jefe se dio la vuelta y se dirigió a Yu.

– Ahora siéntese y cuénteme qué ha descubierto sobre Tian.

– Esta mañana he estado en la fábrica -explicó Yu, sentándose en el sofá en que Xia se había recostado antes. El cuerpo de la ex modelo había dejado una marca alargada sobre el asiento, aún ligeramente húmeda y caliente-. La mayoría de sus colegas se han jubilado o han muerto. He recopilado datos sueltos; algunos puede que ya los haya leído en las transcripciones de los interrogatorios.

– Puede ser, pero no he tenido tiempo de procesar la historia completa. Cuéntemela desde el principio, por favor.

Hacía mucho calor en la habitación. Yu se quitó la chaqueta acolchada y se secó el sudor de la frente. Chen le sirvió una taza de té oolong.

– Gracias, jefe -dijo Yu-. Tian empezó a trabajar allí a principios de los cincuenta, como un obrero más. Cuando estalló la Revolución Cultural, surgieron por todas partes organizaciones de masas como los Guardias Rojos y los Rebeldes Obreros. Tian se unió a un grupo de Rebeldes Obreros llamado Bandera Roja, cuyos miembros procedían de fábricas de toda la ciudad. En respuesta a la llamada de Mao para arrebatar el poder a los «seguidores del camino capitalista», Tian se convirtió en alguien importante de la noche a la mañana, y se dedicó a maltratar y a intimidar a los «enemigos de clase» en nombre de la dictadura del proletariado. Poco después, se alistó en la Escuadra para la Propaganda del Pensamiento de Mao Zedong que fue enviada al Instituto de Música de Shanghai. Dicen que allí se comportó de forma aún más pendenciera, sin mostrar el menor respeto por los profesores.