Se hizo un breve silencio al otro lado del teléfono. La invitación debió de desconcertar a Jia. Yu estaba igualmente sorprendido: era una maniobra nada previsible.
– Me halaga que haya pensado en mí para su relato -respondió Jia-, pero, desgraciadamente, esta noche no me va bien. Debo prepararme para el caso de mañana. No creo que tenga tiempo para salir esta noche.
– Venga, señor Jia. El juicio no es más que una formalidad, como ambos sabemos. No tiene que preparar nada. En cuanto a mi relato, me gustaría saber si resulta convincente, o incluso si se puede publicar. Me han dado una fecha límite para entregarlo.
– ¿Y qué tal mañana por la noche? Invito yo. Parafraseando un verso de un poema de la dinastía Tang, «conocer al inspector jefe Chen vale toneladas de oro».
– Permítame que le diga algo, señor Jia. No me ha sido nada fácil organizar un encuentro para esta noche. Algunas personas son pacientes, pero otras no lo son tanto.
– Es posible que sucedan muchas cosas la noche anterior a un juicio como éste, ahora que los medios, tanto nacionales como extranjeros, lo siguen tan de cerca. Algunos estarán muy ocupados esta noche.
Habían empezado a lanzarse indirectas el uno al otro, observó Yu, en un contexto que sólo ellos entendían.
– Hablando de los medios, creo que mi relato despertará aún más atención que el juicio. Y también tengo algunas fotografías maravillosas para ilustrarlo. Una de ellas se publicó en la revistaFotografía de China, con el título «Madre, vayamos allí». Fue tomada en el año… Déjeme pensar. Bueno, a principios de los sesenta.
Hubo una nueva pausa a ambos lados de la línea telefónica. La mención de la fotografía había supuesto una sorpresa, como un comodín sacado de la manga. El hecho de que Jia no respondiera inmediatamente resultaba revelador.
– Fotografías maravillosas -repitió Chen deliberadamente, como un jugador de cartas.
– ¿Qué fotografías tiene? ¿Sólo la de la revista o alguna más?
Podía ser la primera señal de que Jia comenzaba a flaquear. Cualesquiera que fueran las fotografías que tenía Chen, Jia debería haber cuestionado su importancia. Yu sacó un cigarrillo y le dio unos golpecitos contra la mesa de centro, como un espectador que contempla absorto una partida de póquer.
– Los fotógrafos profesionales suelen sacar varios carretes antes de elegir una fotografía en particular para su publicación. -Chen evitó responder directamente-. Durante la cena se las enseñaré. No tardaremos mucho, y seguro que aún le quedará tiempo para preparar la defensa de su caso mañana.
– Entonces, ¿está seguro de que no afectará al juicio?
– Sí, le doy mi palabra.
– Está bien, ¿dónde quiere quedar?
– Todavía estoy buscando un restaurante tranquilo, para que podamos hablar sin que nadie nos moleste. Mi secretaria está haciendo algunas llamadas. Quedemos en el hotel Hengshan hacia las cinco. Tengo una reunión allí esta tarde. Hay bastantes restaurantes en esa zona.
– Lo veré en el hotel.
Al colgar el teléfono, Chen se dirigió a Yu sin ocultar la exaltación en su voz.
– Sabía que no podría resistirse a ver esas fotos.
Yu no sabía nada, salvo que Chen sabía mucho más que él.
– ¿Por qué quiere quedar primero en el hotel en lugar de ir directamente al restaurante?
– Si le dijera el nombre del restaurante posiblemente no vendría. De esta forma lo pillará por sorpresa.
Fuera lo que fuese lo que tenía pensado, Chen empezó a marcar de nuevo y volvió a pulsar la tecla del altavoz.
– Tengo que pedirte un favor, Chino de Ultramar.
– Lo que quieras, colega.
– ¿Conoces al propietario del restaurante Antigua Mansión, en la calle Hengshan?
– Sí, Fang el Barbudo. Lo conozco.
– Necesito un reservado para esta noche. Asegúrate de que dé al jardín trasero. Tengo que encontrarme con alguien allí. Es muy importante. Una cuestión de vida o muerte. -Luego añadió-: Probablemente será una conversación larga. Yo lo pagaré todo, las horas extra y cualquier servicio complementario.
– No te preocupes. Si es necesario, el restaurante estará abierto toda la noche. Yo me encargo.
– Muchísimas gracias. Sé que puedo contar contigo, Chino de Ultramar.
– Después de todo, es cuestión de vida o muerte, como has dicho.
– Además, comogourmet y como chef, piensa en algunos platos crueles, que supongan un tormento lento del animal que vayamos a comer.
– ¡Vaya! Esto se pone cada vez más emocionante. Has dado con el hombre adecuado, jefe. Pensaré en un banquete lleno de platos así. Realmente crueles y distintos. Yo también iré hacia allí.
– Entonces nos vemos en el restaurante.
– ¿Platos crueles? -preguntó Yu cuando Chen se volvió hacia él, secándose la frente con una toalla.
– Hace poco me puse muy nervioso cuando estuvieron a punto de servirme un plato cruel en un banquete. Esta noche es preciso que Jia también pierda la calma.
– ¿Se puso enfermo, jefe? -preguntó Yu, confundido de nuevo.
– Estoy bien, no se preocupe por mí -respondió Chen. Luego añadió, como si se le acabara de ocurrir-: Peiqin habló con una acompañante para comidas.
– Sí, incluí una cásete con la conversación en uno de los paquetes que le envié.
– Lo escuché. Peiqin fue muy astuta al conseguir que la acompañante para comidas le contara una historia. Eso me dio la idea de contarle yo también una historia a Jia.
Yu le echó una mirada al reloj de pared y decidió no hacer más preguntas. El inspector jefe podía ser muy irritante cuando se ponía en plan misterioso: aún no había dicho ni una sola palabra sobre su desaparición. Pero Yu tenía que ir a toda prisa al despacho de Jia y esperar fuera. A partir de ahora no podía permitirse perderlo de vista, ni siquiera durante un minuto.
Mientras cogía la chaqueta y se disponía a salir, Yu se llevó otra sorpresa. Volvieron a llamar a la puerta, y esta vez entró Nube Blanca.
– ¿En qué puedo ayudarte, jefe? -le preguntó a Chen mientras dirigía una gran sonrisa a Yu.
– ¿Aún tienes el vestido mandarín rojo? -inquirió Chen-. El que escogimos en el Mercado del Dios de la Ciudad Antigua.
– Por supuesto. Tú me lo compraste.
– Ve al restaurante Antigua Mansión esta noche y llévate el vestido. ¿Sabes dónde está?
– Sí, en la calle Hengshan.
– Bien. ¿Puedes quedarte durante toda la cena? ¿O quizá durante toda la noche?
– Claro, me quedaré si tú me lo pides. Seré tu pequeña secretaria, o lo que prefieras.
Nube Blanca accedió sin hacer preguntas, como una «pequeña secretaria».
– No, será un papel totalmente distinto. Te lo explicaré allí.
– ¿A qué hora tengo que ir?
– Hacia las cinco. ¡Ah! Antes tendrás que pasar por tu casa para recoger el vestido. Lo siento, lo del vestido se me acaba de ocurrir. El Chino de Ultramar Lu también estará allí.
– Estupendo. Así que eres como un general de los de antes, planificando un combate decisivo en una casa de baños -observó Nube Blanca, también como una «pequeña secretaria», antes de irse.
¿Qué remedios a base de hierbas escondía la calabaza medicinal de Chen?
– Antes iré a un estudio de fotografía -añadió Chen-. Esta será nuestra gran noche.
– Seguro que todo se le ha ocurrido durante estos últimos días, jefe -sugirió Yu, arrepentido por haber pensado que Chen lo había decepcionado-. Ha estado trabajando mucho mientras se mantenía oculto.
– Bueno, lo pensé casi todo ayer por la noche. No dormí nada, estuve paseando por la calle Hengshan como una mofeta sin hogar.
Puede que Yu nunca llegara a entender a su jefe, pero tenía algo claro: pese a todas sus excentricidades, Chen era un policía concienzudo.