Cuando regresó a Chengdu junto a Zhuo Wenjun, Sima Xiangru estaba en la miseria. Le dejó en prenda su abrigo de plumas su- shuang a Yang Changy compró vino para Zhuo Wenjun. Su mujer le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. «Siempre he vivido en la abundancia. ¡Y ahora tenemos que empeñar tu ropa para poder comprar vino!» Después de mucho hablarlo, comenzaron a vender vino en Chengdu. Vestido únicamente con unos calzones, era el propio Xiangru quien lavaba los utensilios. Lo hacía para avergonzar a Zhuo Wangsun. Este, sintiéndose abrumado por la vergüenza, entregó una gran cantidad de dinero a Wenjun y la hizo rica.
Wenjun era una belleza. Sus cejas eran tan delicadas como las montañas que se vislumbran en la lejanía; su rostro tan encantador como una flor de loto; su piel tan suave como la nata fresca. Se había quedado viuda a los diecisiete años y ahora llevaba una vida disoluta. Así que, impresionada por el talento de Xiangru, Wenjun transgredió los ritos sociales.
Xiangru había padecido la «enfermedad sedienta» tiempo atrás. Cuando volvió a Chengdu, se enamoró de tal forma de la belleza de Wenjun que sufrió una recaída en su enfermedad. Ello lo llevó a escribir la rapsodia satírica titulada «Belleza» para burlarse de sí mismo. Sin embargo, Xiangru no consiguió enmendarse y finalmente murió de la enfermedad. Wenjun escribió una elegía en su honor que aún se conserva en la actualidad.
En la versión incluida en la recopilaciónXijing Zaji, observó Chen, la expresión «enfermedad sedienta» aparecía en un contexto muy distinto al descrito en Shiji. En lugar de empezar por el principio, la historia posterior arrancaba con las dificultades económicas de la pareja tras su retorno a Chengdu, sin mencionar la parte romántica y resaltando los motivos materialistas. Xiangru aparecía retratado como un conspirador codicioso, y a Wenjun la describían como una mujer bella pero de moral disoluta.
Los matices semánticos de «enfermedad sedienta» presentaban una diferencia sustanciaclass="underline" en este caso, se trataba de una enfermedad causada por el amor. Xiangru, consciente de su causa y de su efecto, empleaba la sátira para intentar recuperar la cordura, pero no lo consiguió. Murió debido a su pasión por Wenjun.
Por consiguiente, en este caso el significado de «enfermedad sedienta» se acercaba más al que le había dado Bian: era una consecuencia de la pasión amorosa. Eso fue lo que Bian quiso decir al referirse en broma a la «especie de enfermedad sedienta» del poeta romántico.
Chen abrió un ejemplar deOcéano de palabras, el diccionario chino más amplio, en el que «enfermedad sedienta» claramente significaba diabetes. «Se le llama así porque el paciente se siente sediento y con hambre, orina mucho y está demacrado.» Era un término médico que no se asociaba a ningún otro significado. Exactamente el mismo significado que aparecía en Shiji.
Chen buscó otros libros de consulta, mientras pensaba en las supersticiones sobre el amor sexual en la China antigua. Por lo que podía recordar, los taoístas se oponían al amor sexual -o, para ser exactos, a la eyaculación- aduciendo que privaba al hombre de su esencia.
Fuera cual fuera la influencia filosófica o supersticiosa, en el horizonte temático de la versión literaria aparecía una asociación entre el amor y la muerte. Así pues, la historia amorosa contenía un «otro» que condenaba el tema romántico.
Además, la Wenjun de la versión posterior aparecía descrita como una mujer frivola y siniestra. Chen copió una frase en su cuaderno: «Así que, impresionada por el talento de Xiangru, Wenjun transgredió los ritos sociales». Chen subrayó la palabraritos, pensando en una cita de Confucio: «Hazlo todo de acuerdo a los ritos».
¿Pero cuáles podrían haber sido los ritos relacionados con las parejas que se enamoraban?
Chen fue a pedir más libros. Susu le dijo que podría tardar bastante en conseguirlos porque los empleados estaban comiendo, así que decidió salir a comer él también. Era una tarde cálida para aquella época del año.
El Parque del Pueblo estaba bastante cerca, y allí había una cantina barata pero agradable a la que su madre solía llevarlo muchos años atrás. Le costó un poco encontrarla, pero finalmente dio con ella. Pidió una caja de plástico con arroz frito y lonchas de ternera en salsa de ostras con cebolletas, además de una sopa de bolas de pescado en un cuenco de papel. Esperaba que la receta de la ternera fuera la misma que había disfrutado en compañía de su madre.
También quiso comprar una botella de agua de limón de marca Zhengguanghe, pero sólo vio unas cuantas marcas estadounidenses: Coca-Cola, «Deliciosa, Placentera»; Pepsi, «Cientos de cosas placenteras»; Sprite, «Pura como la nieve»; 7-Up, «Séptima felicidad»; Mountain Dew, «Ola de excitación». Al menos las traducciones de las bebidas no estaban tan americanizadas, contempló con ironía.
Su móvil comenzó a sonar de nuevo. Era el Chino de Ultramar Lu, su amigo del instituto, ahora propietario de El Barrio de Moscú, un restaurante ostentoso conocido por su cocina rusa y sus chicas rusas.
– ¿Dónde estás, colega?
– En el Parque del Pueblo, disfrutando de una almuerzo empaquetado en una caja. Me he tomado esta semana libre para escribir mi trabajo sobre literatura china.
– Me tomas el pelo… ¡Un trabajo sobre literatura china en medio de tu fulgurante carrera! -exclamó Lu-. Si realmente vas a dejar la policía, asóciate conmigo, te lo he dicho cientos de veces. Seguro que conseguiríamos una avalancha de clientes gracias a tus contactos.
Pero Chen no se engañaba: tenía contactos únicamente gracias a su cargo. Cuando dejase su puesto en la policía, la mayoría de sus «amigos» desaparecerían como por arte de magia. Probablemente nunca trabajaría con Lu, por lo que no creyó que valiera la pena seguir hablando del tema.
– Ven al Barrio de Moscú -continuó diciendo Lu-, Ahora todas mis camareras rusas llevan vestidos mandarines. Es todo un espectáculo. Las occidentales parecen algo desgarbadas con ellos. De todos modos, tienen un aspecto tan misterioso y excitante, tan delicioso, que los clientes prácticamente las devoran vivas.
– Por su sabor exótico, supongo.
A un emprendedor como Lu le parecía normal aprovechar cualquier oportunidad de hacer dinero sin preocuparse de la estética ni de la ética.
– Sea cual sea su sabor, un almuerzo que viene en una caja de plástico seguro que no es comestible. Y encima te lo tomas en el parque. Una vergüenza para ungourmet refinado como tú. Tienes que venir al restaurante.
– Iré, Lu -replicó Chen, interrumpiendo a su amigo-, pero ahora tengo que volver a la biblioteca. Me están esperando.
El almuerzo en la caja de plástico era lo que le estaba esperando, para ser exactos. No tardaría en enfriarse.
Sin embargo, antes de que pudiera abrir la caja volvió a sonar su móvil. Tendría que haberlo apagado mientras comía. Era Hong, la joven agente de la brigada de homicidios que trabajaba como ayudante de Liao.
– Vaya sorpresa, Hong.
– Lo siento, inspector jefe Chen, el subinspector Yu me dio su número de móvil. Intenté llamarle a su casa primero, pero sin éxito.
– No tiene por qué disculparse.
– He de informarle de un caso.
– Estoy de vacaciones, Hong.
– Es importante. Tanto el secretario del Partido Li como el inspector Liao me han dicho que me ponga en contacto con usted.
– Bueno -dijo Chen. Muchas cosas podrían haberse convertido en granos importantes en el molino político de Li. En cuanto a Liao, puede que le hubiera pedido a Hong que lo llamara como gesto de deferencia.
– ¿Dónde está, inspector jefe Chen? Puedo salir ahora mismo y acercarme.