– Como las víctimas de J. -señaló Chen-, que, ajenas a su sino, seguían intentando escapar.
– No ha escatimado esfuerzos para preparar este banquete, inspector jefe Chen.
– Ya estoy llegando al punto culminante de la historia. En esta parte todavía necesito añadir algunos detalles aquí y allá, por lo que puede que la narración no esté del todo pulida.
»Dando vueltas y más vueltas, como un animal enjaulado, J. se topó, aturdido, contra miles de barrotes. Así que decidió aceptar un caso muy polémico que podría costarle su carrera profesional. En China, un abogado está obligado a mantener buenas relaciones con el Gobierno; éste era un caso que podía dañar la imagen del Gobierno, además de destapar las actividades de ciertos cargos del Partido involucrados en un escándalo inmobiliario. Pero también era un caso que podría brindar justicia a un grupo de gente pobre e indefensa. Tanto si fue un esfuerzo desesperado por encontrarle sentido a su vida como un intento de autodestruirse, un final, posiblemente cualquier final, a su existencia vacía podría constituir una alternativa aceptable para su subconsciente. Desafortunadamente, las dificultades del caso aumentaron aún más su tensión.
»Antes de defender el caso, J. ya estaba a punto de derrumbarse. Pese al aspecto que ofrecía al mundo exterior, su doble personalidad lo atormentaba: defendía el nuevo sistema legal y, al mismo tiempo, infringía la ley de la forma más diabólica. Por no mencionar su desastrosa vida personal.
»Y, de repente, Jazmín fue asesinada.
– Entonces, ¿está diciendo, inspector jefe Chen, que J. se convierte en un asesino porque ha sufrido una crisis nerviosa a causa de un exceso de estrés?
– La crisis ya la sufría desde mucho antes de llegar a esa situación límite. Sin embargo, pese a todos los factores mencionados, tuvo que haber algo más que lo hiciera estallar.
– ¿Y qué es lo que lo hizo estallar? -repitió Jia con indiferencia-. Quién sabe.
– El pánico ante la posibilidad de que su plan de venganza fracasara. J. esperaba que Jazmín llevara una vida depravada, y suponía que su caída en la ignominia sería sólo cuestión de tiempo. Pero entonces la chica conoció a un hombre dispuesto a casarse con ella y a llevársela a Estados Unidos, un país que estaba fuera de su control. J. la había obligado a aceptar un trabajo sin futuro en el hotel, y fue allí donde conoció al amor de su vida. ¡Qué ironía! La posibilidad de que viviera feliz junto a un hombre en Estados Unidos era más de lo que J. podía soportar, y ese revés lo llevó al límite. Una noche decidió salir al encuentro de Jazmín y retenerla por la fuerza.
»Es difícil saber qué le hizo exactamente: no hubo penetración ni eyaculación. Pero la estranguló, le puso un vestido similar al que su madre llevaba en la fotografía y abandonó su cuerpo frente al Instituto de Música, un lugar que tenía una gran importancia simbólica para él. Era como un sacrificio, una declaración de intenciones, un mensaje a su madre en venganza por los años de innumerables injusticias; por otro lado, se trataba también de un mensaje que ni él mismo se veía capaz de analizar. Sus sentimientos eran demasiado contradictorios.
»Sin embargo, la historia no termina aquí. Cuando la muchacha exhaló su último suspiro, J. experimentó algo nuevo e inesperado, algo parecido a la libertad absoluta. A duras penas podía aparentar ser el de siempre. Una vez el demonio hubo escapado, como el genio que sale de la lámpara, J. ya no pudo controlarlo. Y teniendo en cuenta la represión, o la supresión, que había sufrido todos estos años, es en cierto modo comprensible que el asesinato le proporcionara una especie de liberación. Una satisfacción que nunca había sentido hasta entonces. Fue como un orgasmo mentaclass="underline" dudo que la agrediera sexualmente en un sentido estricto. Era una sensación tan liberadora que tuvo en él el efecto de una droga, y ansió volver a experimentarla.
– Todo esto parece sacado de alguna de esas novelas de suspense que ha traducido, inspector jefe Chen -comentó Jia-. En esos libros, algún loco mata siempre por puro placer, como si fuera adicto a las drogas. Es fácil tacharlo de psicópata. No se tragará toda esa basura, ¿verdad?
El reloj de caoba empezó a sonar, como si devolviera el eco de su pregunta. El inspector jefe levantó la vista. Eran las once, y Jia no parecía tener intención de irse. A Chen le pareció que el abogado hablaba en serio. Era buena señal.
– Permítame seguir con mi historia primero, señor Jia -replicó Chen-. J. empezó a cometer asesinatos en serie. Ya no se trataba de venganza, sino de un incontrolable instinto asesino. Sabía que la policía estaba en alerta máxima, por lo que se centró en las chicas de triple alterne: era fácil quedar con ellas, y además llevaban vidas depravadas. J. parecía poseído, y no le importaba que esas mujeres no guardaran relación alguna con su venganza. No le importaba que fueran víctimas inocentes.
– Víctimas inocentes -repitió Jia-. Pocos las describirían así. Por supuesto, cada narrador tiene su propia perspectiva.
– Sus actos tienen también relevancia psicológica -continuó Chen sin responderle directamente-. J. no sufre delirios. La mayor parte del tiempo puede que sea como usted y como yo, como cualquier persona normal y corriente. Necesita justificarse a sí mismo lo que hace, de manera consciente o subconsciente. Para su retorcida mente, esas chicas, dados los servicios sexuales que podían ofrecer, merecían un final así de ultrajante.
– No tiene que dar una conferencia en medio de una narración. Como ha dicho antes, en esta época prima la perspectiva individual.
– Desde cualquier perspectiva, los asesinatos son inexcusables. Y él lo sabe. No está demasiado dispuesto a verse a sí mismo como un asesino.
– Está dotado de una imaginación brillante y creativa, inspector jefe Chen -señaló Jia-. Pongamos que publica la historia. Y entonces, ¿qué? Es una obra para paladares toscos, poco apropiada para un poeta célebre como usted.
– Todas las historias van dirigidas a un lector determinado, el lector que se verá más afectado por ellas. En este caso, dicho lector es, por supuesto, J.
– Entonces, ¿es una especie de mensaje dirigido a él? «Sé que lo hiciste, así que será mejor que confieses.» Pero ¿cuál cree que sería la reacción de J.? -preguntó Jia deliberadamente-. No puedo hablar por él, pero yo, como lector corriente que soy, pienso que la historia no se sostiene. Son conjeturas sobre hechos que pasaron hace más de veinte años, y se basan en una teoría psicológica del todo ajena a la cultura china. ¿Cree que J. se entregará? No hay pruebas ni testigos. Ya no estamos en la época de la dictadura del proletariado, camarada inspector jefe Chen.
– Con cuatro víctimas en la ciudad, aparecerán pruebas. Yo me encargo de eso.
– ¿Como policía?
– Soy policía, pero aquí, en este momento, soy sólo un narrador que cuenta una historia. Permítame que le haga una pregunta. ¿Qué convierte en buena una historia?
– La credibilidad.
– La credibilidad surge de los detalles vividos y realistas. Esta noche, salvo un par de párrafos, sólo estoy trazando una especie de resumen. En la versión definitiva incluiré todos los detalles. No tengo que usar términos abstractos como «complejo de Edipo». Simplemente, explicaré con más detalle el deseo sexual del chico por su madre.
Jia se levantó de repente, se sirvió otra taza y se la bebió de un trago.
– Bueno, si cree que su historia se venderá, pues estupendo. No es asunto mío. Ya ha acabado, y creo que será mejor que me vaya. Tengo que prepararme para el juicio de mañana.