Nube Blanca traía un hornillo de gas, sobre el que había colocado una cazuela de cristal. Al dejar el hornillo en la mesa y agacharse para encenderlo, sus senos asomaron por el escote desabrochado.
Una tortuga nadaba en la cazuela colocada sobre el hornillo. Se movía despacio, sin notar que la temperatura del agua comenzaba a aumentar. Otro plato cruel, la sopa de tortuga viva. Con el fuego bajo, la cocción podía durar bastante tiempo.
– Una sopa especial hecha a base de caldo de pollo y vieiras -explicó Nube Blanca-. La tortuga absorbe la esencia de la sopa mientras lucha por salir de la cazuela, de modo que su carne, cuando esté cocida, tendrá un sabor extraordinario. Sus movimientos agitados también contribuirán a que la sopa sea aún más deliciosa.
– Un plato raro en un restaurante poco corriente -observó Jia recobrando la compostura, aunque sin dejar de sudar-. Incluso la camarera va vestida de forma sorprendente.
– Este edificio fue una mansión en otros tiempos, y su propietaria era una mujer de belleza legendaria, sobre todo cuando llevaba puesto un elegante vestido mandarín rojo -explicó Chen-. Me pregunto si alguna vez llevó el vestido como lo lleva esta camarera. O si alguna vez sirvió un plato como éste, tan cruel como un asesinato, en el que una muchacha sufre y lucha contra la inevitable fatalidad.
– Usted lo asocia todo -dijo Jia.
En cierto modo, Jia había corrido una suerte similar. Se sentía indefenso y maldito pese a sus esfuerzos por seguir adelante. Mientras observaba la cazuela de cristal, Chen se imaginó por un momento a la tortuga convertida en un niño que tendía la mano hacia lo inevitable. No pudo evitar que se le revolviera el estómago.
Sin embargo, como policía, Chen tenía la responsabilidad de castigar a aquel niño, convertido ahora en hombre, por haber asesinado a Jazmín, a las otras chicas y a Hong, su compañera.
– Tan inhumano y cruel -musitó Chen casi sin querer-, aunque yo también puedo serlo.
– Se está dejando llevar por la imaginación, inspector jefe Chen.
– No, no es cierto -respondió Chen. A continuación se levantó, descolgó su gabardina del perchero y se la puso a Nube Blanca sobre los hombros. Alargando el brazo, le abrochó un botón del escote y luego agregó-: Muchísimas gracias por tu ayuda. Ya has acabado aquí, no cojas frío. Es la noche de Dongzhi y seguro que quieres reunirte con tu familia.
– No se preocupe -respondió ella sonrojándose, más guapa que nunca-. Lo esperaré fuera.
Después de que Nube Blanca saliera de la habitación, Chen volvió a dirigirse a Jia.
– No, no es una noche apropiada para contar historias, ni para platos especiales, señor Jia.
– ¿Quiere decir que es la noche de Dongzhi? Eso ya lo sé.
– En primer lugar, quiero agradecerle que haya resuelto las lagunas en el caso del vestido mandarín rojo -dijo Chen-, pero ha llegado la hora de nuestro enfrentamiento.
– ¿Cómo dice? ¿Adonde quiere ir a parar? Me dijo que quería contarme una historia. Tal vez su historia tenga un doble sentido, eso es fácil de adivinar, ¡pero ahora se está convirtiendo en el caso del vestido mandarín rojo!
– No es necesario que continuemos fingiendo. Usted es el protagonista de la historia, señor Jia, y también el asesino en el caso del vestido mandarín rojo.
– Escúcheme, inspector jefe Chen. Usted puede escribir cuantas historias le plazca. Pero carece de pruebas para hacer semejante acusación. No tiene la menor prueba, ni tampoco un solo testigo.
– Habrá pruebas y testigos, pero quizá ni siquiera sean necesarios. El asesino confesará, con o sin ellos.
– ¿Cómo lo va a conseguir? Está entrando en el terreno de la fabulación. Como lector, no veo de qué forma usted, como policía, podría llevar a juicio un caso como el que describe en su relato. -Jia mantenía la calma, aferrándose a su papel de lector-. Si de verdad estuviera tan seguro de su acusación, un policía escribiría un informe sobre el caso y no un texto de ficción.
– No deja de usar la palabra ficción, señor Jia. Pero también existen los libros de no ficción. La no ficción vende más en el mercado actual.
– ¿A qué se refiere con «no ficción»?
– A una historia real sobre Mei y su hijo. Tan auténtica, nostálgica, gráfica y trágica como la Antigua Mansión. Mucha gente estará intrigada. De momento, puede que ni siquiera tenga que dar detalles sobre el caso del vestido mandarín, sólo algunas indirectas aquí y allá. Apuesto a que se convertiría en un auténtico superventas.
– ¿Cómo puede caer tan bajo, inspector jefe Chen, sólo para publicar un superventas?
– El libro trata sobre la tragedia de la Revolución Cultural, y sobre sus terribles repercusiones incluso en nuestros días. Como policía y escritor, no veo nada ruin en ello. Si se convierte en un superventas, donaré el dinero al museo privado sobre la Revolución Cultural de Nanjing.
– Un autor de no ficción tiene que ir con cuidado para que no lo demanden por difamación, inspector jefe Chen.
– Soy policía, y escribo como un policía, aportando pruebas que respalden cada detalle. ¿Por qué tendría que preocuparme una querella? El libro tendrá mucha publicidad, y también atraerá a un gran número de periodistas. No han dejado de husmear en busca de cualquier dato relacionado con el caso del vestido mandarín rojo. No espere que se les escape el tema principal del libro. Y, además del texto, tengo algo que les interesará aún más.
– ¿Qué cartas no ha puesto aún sobre la mesa?
– ¿Recuerda las fotografías de las que le hablé por teléfono? Vaya, lo siento mucho. Tendría que habérselas enseñado antes -se disculpó Chen-. El viejo fotógrafo usó cinco o seis carretes. Las voy a publicar todas.
Chen sacó las fotografías de su maletín y las esparció sobre la mesa.
Jia demostró tener una gran fuerza de voluntad al no abalanzarse sobre las fotos. Se limitó a echarles una mirada displicente, fingiendo despreocupación.
– No sé de qué fotografías habla, pero no tiene ningún derecho a publicarlas.
– La viuda del fotógrafo es la que tiene derecho a hacerlo. El dinero obtenido con las fotos podría ayudar un poco a una anciana pobre como ella.
Chen se sirvió una cucharada de piel de serpiente antes de coger de nuevo la revista.
– Cuando vi la foto por primera vez, me vinieron a la memoria unos versos deOtelo: «Si tuviera que morir ahora, / sería éste el momento más feliz; / porque embarga a mi alma una dicha tan completa, / que temo no hallar un consuelo semejante / en mi ignorado destino». Puede que le parezca absurdo, pero acabé entendiendo su afán por vestir a cada víctima con un qipao rojo. Quiere recordar a su madre en su momento más feliz, que fue también el suyo. Para ser justos, tal vez hubiera querido que sus víctimas fueran felices, y que estuvieran bellas mientras protagonizaban ese momento.
»Subrayaré las similitudes entre las fotografías y el caso de asesinato. En un par de imágenes, los botones del escote aparecen un poco desabrochados. Y en varias va descalza. Por no mencionar el vestido mandarín, de la misma tela y del mismo estilo que los de las víctimas. Y confeccionado con el mismo cuidado. Un experto al que he consultado sobre el vestido lo corroborará. ¿Y qué hay del lugar en que fue tomada la fotografía? Un jardín particular. Todas las víctimas, a excepción de la última, aparecieron en lugares que, invariablemente, guardaban relación con las flores y con la hierba. La correspondencia simbólica es también impresionante. De hecho, el parterre en el que apareció la primera víctima está a un paso del Instituto de Música.
– Estará engañando a la gente.
– No, no creo que tenga que hacerlo -replicó Chen-. Las fotografías de la bella propietaria de la Mansión Ming, en la actualidad la famosa Antigua Mansión, serán prueba más que suficiente. Hay unas ochenta fotografías en total. Además de usarlas para ilustrar mi relato, venderé una o dos a un periódico o a una revista para conseguir la máxima difusión. Pensemos en un título para el libro. ¿Qué le pareceEl primer vestido mandarín rojo? Seguro que la gente descubrirá todos los detalles. Los detalles sórdidos. Los detalles sensacionalistas. Los detalles sexuales. Los periodistas se pondrán las botas. Y yo haré todo lo posible para ayudarlos.