– Permítame asegurárselo, señor Jia. Tengo algunas fotos más que garantizarán que no decaiga su entusiasmo, pese a los entresijos políticos.
– ¿De qué fotografías habla?
– De las fotografías que se tomaron aquella tarde fatídica. Un policía de barrio, el camarada Fan, se acercó hasta el lugar del accidente. Al sospechar que se trataba de un delito, sacó fotos al pie de la escalera antes de que los enfermeros echaran una manta sobre el cuerpo desnudo de la muerta.
– ¿Fotografías en las que aparece ella tendida en el suelo aquella tarde?
– Sí, fotografías de Mei tendida sobre el duro suelo, fría, desnuda. Una escena que sin duda habrá imaginado miles de veces.
– Eso es imposible. Quiero decir, esas fotos… Fan nunca me habló de ellas. No, no es cierto, es un farol.
Por primera vez, Jia no se molestó en hablar como alguien ajeno a la situación, ni en negar su participación en la historia.
– Déjeme que le enseñe alguna -ofreció Chen, sacando una de las fotografías-. Una de las pequeñas. Las he llevado a revelar, para que las amplíen. Hay un buen número.
Era un primer plano de Mei tendida en el suelo, completamente desnuda. Una imagen que Jia no llegó a ver porque no quiso volver atrás aquella tarde, pero que debía de haberlo atormentado desde entonces.
Jia cogió la fotografía y no cuestionó su autenticidad.
La tortuga volvió a agitarse con desesperación en la cazuela en un intento denodado por salir del agua hirviendo, sin conseguir trepar por la resbaladiza superficie del cristal. Un esfuerzo absurdo, condenado al fracaso.
– Es horrible, ¿no le parece? -preguntó Chen, señalando la cazuela con los palillos.
Sin duda le pareció horrible la imagen de la fotografía, por no mencionar la idea de que Mei fuera examinada de nuevo, esta vez por millones de lectores.
Desenterrar un cuerpo estaba considerado el acto más horrendo en la cultura tradicional china, pero exhibir un cadáver desnudo podía ser mucho peor. Esta era la razón por la que el camarada Fan había ocultado las fotografías durante todos esos años. Aun así, era probablemente la última baza de Chen.
– Si los periodistas se hicieran con ellas, junto a las que tomó el viejo fotógrafo en el jardín y las de las víctimas del caso del vestido mandarín rojo…
– Basta ya, Chen. Está siendo tan rastrero… -Jia apenas podía hablar. Su voz sonó sibilante, como si saliera de la cazuela-. Es indigno de usted.
– Con tal de resolver este caso, la verdad es que nada es indigno de un policía -repuso Chen-. Déjeme decirle qué es rastrero. Algo que observé cuando empezaba a redactar mi trabajo de literatura que, como le he dicho, trata sobre los giros deconstructivos en las historias de amor clásicas. He descubierto que estos giros se deben, al menos en parte, a la proyección de una fantasía masculina despreciable sobre las mujeres y el sexo, una fantasía arquetípica en el inconsciente de la cultura china, o en el inconsciente colectivo, que yo denomino la demonización de las mujeres en el amor sexual. Ya sé que no es momento para esgrimir teorías literarias, pero me consta que usted estaba influenciado por esta fantasía.
Chen levantó la tapa de paja de la cazuela y llenó dos cuencos de sopa con un cucharón, uno para Jia y otro para él.
– Cuando lo encerraron en el cuarto trasero del comité vecinal, su madre fue a hablar con el camarada Fan. Estaba muy preocupada por usted. Presa de la desesperación, le dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por su hijo. El camarada Fan entendió lo que Mei quería decir, pero la rechazó tras explicarle que Tian era el único que podía liberar al niño. Mei aceptó su consejo, algo que Fan lamentaría después profundamente. Fan no dudó ni por un momento de que la preocupación que Mei sentía por su hijo fuera la causa de su encuentro con Tian aquella tarde. Lo hizo por usted.
»Puede que usted hubiera contemplado esta posibilidad, pero no fue capaz de aceptarla. En aquel oscuro cuarto trasero, sólo podía aferrarse al recuerdo inmaculado de su madre dándole la mano en el jardín: "Madre, vayamos allí". El mundo se había derrumbado a su alrededor, pero ella todavía era suya, sólo suya.
»Así que, cuando volvió a su casa, la escena que presenció le pareció realmente espantosa: la diosa inmaculada se había convertido en ramera desvergonzada en brazos del que lo había encerrado en aquel cuarto. Una traición imperdonable a su juicio, que le hizo perder el control.
»Pero usted estaba equivocado. Según mi investigación, Tian hizo todo lo posible para que lo destinaran al instituto. Como les sucediera a otros muchos, probablemente la viera tocar y se enamorara locamente de ella. La Revolución Cultural le ofreció la oportunidad perfecta. Consiguió integrarse en una Escuadra de Mao para estar cerca de Mei, pero ella hizo cuanto estuvo en su mano por evitar su compañía, pese a todo su poder. Si Mei hubiera sucumbido a la presión, Tian no habría ido a su barrio ni habría dirigido la investigación conjunta. No se le presentó la oportunidad ansiada hasta que usted se metió en un lío. Ella le quería más que a nada en el mundo. Más que a su propia vida. Incluso en aquellas circunstancias, fue a Fan, y no a Tian, a quien acudió primero en busca de ayuda.
»Al cabo de un par de días usted fue puesto en libertad de forma inesperada. Si hubo algo entre ellos, debió de haber sucedido durante aquel breve periodo, sólo para beneficiarlo a usted. Puede imaginar lo desesperada que debía de estar su madre, y lo doloroso que sin duda fue para ella entregarse a Tian.
– Pero no tenía por qué hacerlo. No le habría pasado nada a… -Jia fue incapaz de acabar la frase.
– ¿No le habría pasado nada a usted? Lo dudo. En aquellos años, podrían haberlo condenado a muerte por semejante «crimen político». Recuerdo que ejecutaron a un anciano en la Plaza del Pueblo por acarrear a la espalda una estatua de Mao, sujeta con una cuerda alrededor del cuello. «Simboliza el ahorcamiento del presidente Mao», dictaminó el comité revolucionario. Mei era consciente de lo que podía pasarle. Sabía muy bien que Tian era capaz de cualquier cosa.
»Sin embargo, usted continuó viendo lo sucedido sólo desde su perspectiva, y nunca desde la de su madre. La imagen de Mei retorciéndose y estremeciéndose bajo otro hombre fue un golpe terrible, y le impidió pensar de forma racional. Por ello los asesinatos en serie supusieron para usted una válvula de escape, tanto para su amor como para su odio…
El sonido estridente del móvil volvió a interrumpir el relato de Chen. Esta vez era el subinspector Yu.
– Lo siento, tengo que contestar a otra llamada -se disculpó Chen mientras se levantaba y se acercaba a la ventana. En el jardín reinaba la oscuridad más absoluta.
– No había nada en el coche, jefe -explicó Yu-. He examinado el aparcamiento. Es cierto que Jia podía salir de allí a través de la puerta lateral sin que lo viera nadie. La parte delantera queda oculta a la vista por un bosquecillo de bambú. He entrado en el edificio con la llave.
– ¿Había algo en su despacho?
– Es una sala bastante grande. Además del despacho, hay una recepción y un estudio. También hay un dormitorio pequeño con baño.
– No me sorprende. Según Xia, Jia suele pasar la noche allí.
– Ahí pudo lavar el cuerpo de Jazmín.
– Cierto.
– No he visto manchas de sangre, ni nada parecido. Deben de haber limpiado la alfombra hace poco. Todavía huele a detergente, y he encontrado una vaporeta, lo cual es bastante raro. En esas oficinas de lujo suelen encargar la limpieza a profesionales. ¿Por qué un abogado limpiaría su despacho él mismo?
– Buena pregunta.
– Y entonces me fijé en algo más, jefe. El color de la alfombra. Coincidía con el de la fibra pegada al pie de la tercera víctima.
– Sí, debió de meter a la chica en el despacho sin que nadie la viera, pero no se fijó en la fibra que se le quedó entre los dedos del pie.